Cuando los santos se van de ronda

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

A ESTRADA

r. g.

A Estrada mantiene viva la tradición de las capillas ambulantes, aunque las limosnas han caído en picado

04 mar 2018 . Actualizado a las 09:17 h.

En pleno reinado del laicismo, A Estrada mantiene viva la tradición cristiana de los santos viajeros, las capillas ambulantes con asa incorporada que circulan de casa en casa durante todo el año.

En las buenas épocas, en el municipio llegó a haber hasta siete devociones portátiles moviéndose por el pueblo. Las imágenes del Perpetuo Socorro, la Virgen del Carmen, el Corazón de Jesús y Santa Teresa han terminado su periplo hace años. Pero hay tres santos que continúan circulando incansables: San Felicísimo, San Judas Tadeo y San Antonio.

San Antonio es el más veterano de los santos viajeros que quedan en activo. La réplica en miniatura del santo al que muchos rezan para recuperar objetos perdidos o para encontrar pareja luce de pie en una hornacina de doble portezuela. Como todas las capillas de este tipo, cuenta con un limosnero para recoger las aportaciones de los anfitriones que lo acogen en su casa. Según indica el párroco estradense, José Antonio Ortigueira, esas limosnas se destinan desde hace unos años a Cáritas. Existen varias leyendas y milagros atribuidos a San Antonio en relación con el reparto de pan a los pobres. «Por eso se consideró más conveniente hacer llegar las limosnas a las familias más necesitadas en lugar de dedicarlas al altar del santo en la iglesia», explica Ortigueira. Lo malo es que el recorrido del santo ya no es tan fluido como antes y el lento periplo acaba con la hucha llena de calderillas.

Otro de los clásicos de las rondas de A Estrada es San Felicísimo, un santo con mucho arraigo en el País Vasco. «La devoción popular lo sitúa como protector de los bebés y en Vizcaya no hay familia que no haya circulado en procesión delante de la urna», cuenta el Padre Alejandro Legarreta, un religioso vasco que vivió en la comunidad de Caldas y ahora reside en la de A Coruña, la única de los Padres Pasionistas que subsiste en Galicia.

Hay cinco urnas de San Felicísimo que van y que vienen por A Estrada. Según cuenta Alejandro, la historia local de estos altares portátiles se remonta a los años 30 del siglo pasado, cuando los Padres Pasionistas vinieron en misión religiosa a A Estrada para extender la devoción. Originarios de Deusto (Bilbao) llegaron a tener cuatro comunidades en Galicia y, desde la de Caldas, impulsaron la circulación de las capillas, que aún hoy son gestionadas por esta comunidad religiosa. Aunque también hay quien atribuye el culto local a una estradense enferma que acudió a Deusto. No recuperó la salud, pero se trajo la devoción con ella.

El caso es que San Felicísimo llegó para quedarse. Aunque no esté tan boyante como al principio. Antes había que vaciar el cepillo con frecuencia para hacer sitio a las limosnas. De la hucha salían muchos billetes. Ahora salen monedas de 5, 10 o 20 céntimos. Cuesta encontrar un euro.

De todas formas, los Padres Pasionistas siguen viajando una vez al año a A Estrada para recoger los fondos, que se destinan a financiar la revista Redención. «Se sigue haciendo por colaborar en el mantenimiento de la devoción, para ayudar a la gente a manifestar su fe y para que los devotos se sientan apoyados», dice el Padre Alejandro. «Lo que se recauda es lo de menos porque en todo el año puede andar entre los 50 y los 70 euros», cuenta.

Un San Judas en una caja de licor y otro rodeado de flores

Pero no todos los santos itinerantes llevan décadas haciendo la ronda. Una de las imágenes en ruta, la de San Judas Tadeo, se puso a circular en pleno siglo XXI. Cuando la estradense Flora Meixide fue a visitar a su hijo a Venezuela se hizo devota de San Judas y se trajo consigo la devoción. En el 2003 empezaron las misas y en el 2005 los fieles costearon una imagen para la iglesia estradense. Poco después, decidieron hacer capillas ambulantes y recaudar fondos para el culto al santo. La primera fue artesanal 100 %. La fabricó un hijo de Lucita Riveira con una caja vacía de una botella de licor y una imagen del santo comprada en un bazar. Luego vinieron el resto. Lo malo es que con la crisis los santos empezaron a remolonear y las limosnas cayeron drásticamente. Ahora sobran capillas. Por eso la original se ha quedado fija en una carnicería y otra tiene flores a diario en Artemisa.