De fabricante de ataúdes a creador de esqueletos

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

A ESTRADA

r. g.

Tras abandonar el negocio de la muerte el artista da vida a las esculturas vegetales del Versalles gallego

09 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando uno le pregunta a José Perol cuál es su profesión, lo mete en un aprieto. Es carpintero, operador de grúa, inventor de maquinaria textil, jardinero, herrero y un poco lo que le echen. Un hombre polifacético que ahora está al servicio de la Casa Ducal de Medinaceli, como encargado de mantenimiento de los jardines del Pazo de Oca. Antes de llegar a ese paraíso conocido como «el Versalles gallego», José Perol hizo negocio con la muerte más de veinte años y tuvo también su propio infierno.

Su aventura laboral comenzó con solo 14 años en el taller de carpintería de un vecino suyo de Carcacía (Padrón). Allí aprendió a manejar el martillo y se curtió a golpe de fabricar carros de vacas y arados de palo. Con el oficio aprendido consiguió trabajo en una fábrica de ataúdes de A Picaraña en la que sumó ocho años en dos temporadas.

Pero los ataúdes le dieron mala vida a José Perol. Con solo 28 años enfermó gravemente por una alergia al barniz y tuvo que dejar el empleo por prescripción médica. Su mujer, que trabajaba en la misma fábrica revistiendo de tela los féretros, se fue a casa para cuidarle y empezó a madurar una idea a la que le daba vueltas desde hacía tiempo.

Pilar Caldelas se había dado cuenta de que trabajar con rollos enteros de tela para hacer el acolchado de los ataúdes no era operativo. Así que se lanzó a confeccionar el almohadillado por separado para venderlo luego a los fabricantes de ataúdes. Sabía que no todas las cajas tienen las mismas medidas y diseñó un sistema de fruncidos para que el almohadillado encajase en cualquier modelo. El ingenio de su marido José Perol fue vital para sacar adelante la iniciativa. Fue él quien diseñó la maquinaria industrial que permitió que la producción se multiplicase y el taller doméstico se convirtiese en la próspera empresa Calpep. El nombre viene de Caldelas -el apellido de Pilar- y Pepe, el nombre de pila de José Perol. En su momento, la empresa fue un monopolio en España, con pedidos de todo el país.

La factoría, afincada en el polígono de Toedo (A Estrada), ha afrontado un relevo generacional y compagina la venta de almohadillados para féretros -donde ahora la competencia es brutal- con la de sacos para carritos de bebé y todo tipo de ropa y accesorios para los neonatos. Muerte y vida bajo el mismo techo.

José Perol, por su parte, ha pasado de los ataúdes a los esqueletos. No de hueso, sino de hierro. En su faceta de ferreiro, José es quien crea los armazones de hierro que se utilizan como base para las esculturas vegetales del Pazo de Oca. Él pone el entramado de hierro y ata cuidadosamente el boj a veces centenario de los jardines estradenses. La planta, al brotar, da cuerpo a las esculturas. Y la poda posterior hace el resto. Es así como en el topiario de Oca han cobrado vida los personajes de los cuentos de Peter Pan o de Alicia en el País de las Maravillas.

Por norma, las creaciones de José Perol siguen las directrices del Duque de Segorbe, Ignacio Medina y Fernández de Córdoba, que dirige tijeretazo a tijeretazo la evolución del jardín palaciego.

Pero el escultor-jardinero tiene otra obra maestra en el jardín de su casa de Carcacía. Allí invierte su tiempo libre y despliega su imaginación. Y allí tiene un refugio inmejorable para su jubilación inminente.