Yaiza Crespo plasmó la vida cotidiana de este enclave de Lalín con un proyecto que presentó como trabajo de fin de grado
03 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Enmarcada en la Serra do Candán, la parroquia de Zobra (Lalín) goza de una belleza natural envidiable. Allá donde uno eche la vista encuentra paisajes fascinantes, un entorno idílico, casi aislado, en el que residen menos de cien personas. Poco a poco la vida en este enclave se va disipando, a medida que la vejez acucia a sus vecinos y el relevo generacional se esfuma. Desde Pamplona, Yaiza Crespo Checa quiso capturar esa vida que aún palpita en la montaña dezana, sus costumbres, su soledad, sus historias.
El primer apellido la delata, un hilo de su familia pende desde Lalín. Son sus abuelos paternos, José, que vive en Zobra, y Nieves, ya fallecida, de Carballeda. Gracias a esta conexión Yaiza pasó muchos veranos en la aldea del Candán, conociendo más acerca sus raíces. La sensibilidad de querer captar la sencillez de sus vidas a través de la fotografía provocó que el año pasado se embarcase en un ambicioso proyecto con el que abordar el trabajo de fin de grado de sus estudios de Fotografía en la Escuela de Arte de Pamplona.
En un principio sería algo puramente académico, pero pronto se convirtió en una iniciativa que trastocó su manera de entender la fotografía. «Ha cambiado mi perspectiva, siempre dije que me quería dedicar a la fotografía de moda, pero no me llena tanto como para dedicarme al 100%, ahora le estoy dando vueltas a la fotografía social», explica.
Una historia femenina
Una vez que Yaiza decidió hacer el trabajo de fin de grado sobre Zobra, tocaba dejar claro sobre qué exactamente. «Lo que quería era fotografiar mi aldea, enseñando lo importante que es para mi, esa visión que tengo a través de mis fotos. Transmitir la idea de las mujeres de allí, la soledad, lo mayores que son...», explica.
El proyecto se desarrolló a lo largo de nueve meses y lo dividió en dos viajes. «Hice el trabajo a contrarreloj porque me tenía que ir a Galicia en las únicas vacaciones de clase, porque no te dan un tiempo para hacer el proyecto, es una asignatura más y apáñate como puedas. El primer viaje fue en febrero, coincidiendo con el carnaval, y fui una semana y media. Durante el día sacaba las fotos y por la noche las editaba», comenta Yaiza.
«Una vez allí iban apareciendo ideas. Suelo ir en verano, así que no había visto tanto la Galicia invernal. El llover, las gotas que caen en las casas porque son viejas...», añade. «Luego fui en Semana Santa, estuve dos semanas e hice lo que me quedaba por coger. Después, de mayo a junio fue la edición y el montaje», relata.
La belleza de lo cotidiano
Yaiza planeó este segundo viaje esperando un mejor clima, pero la lluvia siguió conviviendo con los inquilinos de la aldea. «Fue horrible, pensé que podría capturar un poco de sol, gente en las calles. Pero las señoras no salían de sus casas y nos tocó una semana en la que nevó e incluso hubo alerta por lluvia», recuerda. No obstante, el mal tiempo le dio la oportunidad de conocer más a fondo sus vidas.
«Hice más cosas como fotos a las cocinas, al fuego, a la ropa tendida dentro de casa», apunta. «Este proyecto me ha unido un montón con la aldea. Me gusta ir y hablar con la gente, están todo el año solos y lo que quieren es hablar contigo. Cuando les conté lo que quería hacer algunos lo entendían un poco más y otros un poco menos. Algunos decían que les iba a llevar a Hollywood», comenta entre risas.
«En verano les llevé el proyecto con un vídeo recopilando todas las fotos. Les hacía una ilusión... Fue un momento súper bonito y estoy orgullosa no solo del proyecto, sino de lo que ha significado», concluye.
«Me gustaría que se viera cómo evoluciona»
La iniciativa no terminó con el trabajo de fin de grado, Yaiza volvió en verano y continuó tomando fotos de la aldea. «En verano cambia un montón, me gustaría seguir metiendo fotos y que se vea como evoluciona la aldea y su gente».