«Viajar no es estar de vacaciones»

David Cofán Mazás
David cofán A ESTRADA / LA VOZ

DEZA

cedida

La pasión de David por conocer mundo despertó a raíz de un viaje por el sudeste asiático que acabó alargando casi un año. «Un mes para ver un país es un suspiro», asegura

19 nov 2023 . Actualizado a las 12:07 h.

Para muchos viajar es un simple pasatiempo, pero para otros es un estilo de vida. David Lamas es de los segundos. Sin grandes lujos y con una mochila al hombro se ha recorrido el sudeste asiático de cabo a rabo, fundiéndose con la población local y viviendo experiencias inolvidables. En el momento de la entrevista descansa en casa de sus padres en la parroquia estradense de Vinseiro. Un oasis de tranquilidad entre tanto ir y venir que también sirve para planificar su siguiente objetivo. «Para mí no son vacaciones, estoy viajando. No es ver dos atracciones e irme a casa», explica. Entre viaje y viaje trabaja como cocinero para ahorrar lo suficiente para empezar una aventura que tiene fecha de inicio, pero no de regreso.

Todo empezó en el 2015, cuando decidió poner rumbo a Alemania a través de un programa europeo. «Me fui con 27 años a estudiar cocina y trabajar. Era una formación de 3 años y me quedé 4. La experiencia fue muy buena porque salí de mi zona de confort», explica.

La peli que lo cambió todo

No obstante, llegó un punto en el que quiso dar un paso más e invertir su tiempo en algo distinto, y todo lo desencadenó una película. «Estaba trabajando como encargado en un restaurante, pero quería un cambio en mi vida, hacer algo más. Me vi la película Come, reza, ama y me llamó la atención cuando estaban en Bali, quería ver esa naturaleza, las cataratas, las playas... Esa peli me creó el espíritu de moverme», asegura.

Y allá que se marchó, rumbo a Bali, pero por el camino aprovechó para ver varios países. «Al principio eran dos meses y acabó siendo casi un año. Me empecé a informar para ir como mochilero y gastar lo mínimo: un mes para ver un país es un suspiro. Empecé visitando Tailandia cagado de miedo, pensaba que se me iba a venir todo encima», confiesa. Sin embargo fue todo lo contrario. «Amé la comida, cómo es la gente, su humildad, la inocencia que no ves en occidente. Hay de todo, pero la mayoría ayudan, colaboran, sonríen...», afirma.

«Me quedé 30 días, me alojaba en hostels con habitaciones compartidas. No iba a lo rata, pero ahorraba al máximo. A la hora de comer no me pegaba lujos, me alimentaba con comida callejera que me costaba un euro, aunque me pegaba algún pequeño lujo como unas gambas, que valían tres», comenta divertido. Desde un primer momento partió con la idea de no derrochar su presupuesto e incluso puso en práctica algunos trucos para no ser timado. «Con el tema del regateo siempre he luchado. Sé que para mi son 50 céntimos al cambio, pero no quiero pagar esa diferencia por ser extranjero, más que nada porque en ese país eso es dinero. Iba al supermercado para ver los precios oficiales y saber si me estaban cobrando de más», confiesa.

Tras Tailandia visitó Malasia, donde cansado de «turistear» decidió hacer un voluntariado conviviendo con una familia musulmana en un pueblo cerca de Kuala Lumpur. Su ruta lo llevó por Singapur e Indonesia hasta llegar a Bali. Ese destino soñado que, tras tantas aventuras, le supo a poco. «Se me cayó un mito, llevaba 2 meses viajando por lo rural y de repente llegué a otro mundo: tours de Instagram, colas para todo... Las fotos son preciosas pero lo que no se ve es el mogollón de gente que está detrás», lamenta.

Vietnam en moto

El desengaño le duró poco porque rápidamente alcanzó Vietnam. Allí quedó con un amor del pasado y para encontrarse y de paso visitar el país a gusto no se le ocurrió otra idea que comprar una moto a pesar de no haber conducido nunca una. «Llevaba semanas pensando en comprarla pero me daba miedo. Encontré una que me vendió un polaco por 220 dólares, fue el destino. Al principio iba en primera y segunda en una ciudad llena de motos circulando. Solo la sacaba a pasear delante del hostel, pero me armé de valor y al final del viaje ya me hice profesional», asegura. Ese fin de año lo pasó en Hanói, despidiéndose también de este país para dar el salto a Filipinas, donde hizo un «retiro de silencio» durante diez días, y después se fue a Australia escapando de un volcán en erupción y con el covid en ciernes.

«En Australia me pilló el coronavirus. Intentaba volver a España pero era imposible, si siquiera tenía visa de trabajo. Decidí quedarme allí con un amigo y estuvimos buscando empleo de cualquier cosa, pero la gente no quería al extranjero. Estábamos desesperados, hasta pensamos en hacer un negocio de comida a domicilio», detalla.

A medida que la cosa se fue complicando económicamente decidió gastar lo que le quedaba para volver a España, concretamente a su segundo hogar en la tranquila aldea de Vis de Correa. Aquí pudo trabajar, ahorrar algo y pensar en nuevas aventuras en las que invertir su recurso más valioso: el tiempo.

Recogiendo excrementos de elefante en un templo indio

Las aventuras por Asia no terminaron ahí. Después del necesario parón a raíz de la pandemia ese cosquilleo por descubrir nuevas culturas y vivencias se hizo cada vez más intenso. Una fiebre tan voraz e imposible de detener que le hizo renunciar a un trabajo en Suiza para recoger los bártulos e irse a la India.

Un vuelo de cuatro escalas «pero muy barato» lo llevó hasta Bombay, aunque la aventura no comenzó con muy buen pie: «Llevaba 30 segundos en el país y ya me estaban timando todos», confiesa. Tras una siesta reparadora aclaró sus ideas y puso rumbo al sur.

«Era una ciudad superpoblada y sentía la contaminación en la garganta», explica. Pueblo a pueblo fue descubriendo cómo es la cultura india y su diversidad, visitando Varanasi, la ciudad de los muertos, o apuntándose a un curso de yoga en Rishikesh, famosa por ser la capital mundial de esta práctica.

En su periplo también recorrió los países vecinos de Nepal y Sri Lanka, una fantástica experiencia que parecía tocar a su fin, pero lo mejor estaba por llegar. «Un amigo se iba a un Ashram, una especie de templo, y yo decidí ir con el. Volví a la India cuando pensé que no iba a regresar», asegura.

La gurú de los abrazos

Estuvo durante 10 días en una villa sagrada en la que conviven miles de seguidores de la gurú Amma, conocida como la mujer de los abrazos. «Es como una pequeña ciudad en el que puedes hacer tareas, pequeños voluntariados como ayudar a cortar verduras o tender la colada. Quedarte en una habitación son 6 euros al día», explica. «La gente va allí a desconectar y romper con todo. Cada uno ayudaba en lo que podía, en mi caso estaba en la zona de reciclaje e iba todos los días a recoger basura, la caca del elefante, de las vacas... Era lo que buscaba, sentirme útil y hacer algo», reconoce.

Esta gurú es considerada una auténtica santa y cada día sale a recibir a miles de fieles con los que medita y escucha sus historias. «Hay mucho extranjero viviendo en ese complejo, de hecho unos padres españoles tuvieron allí a su hija y forma parte de la comunidad», asegura.