María Espinosa: «Era una persona tímida a la que la pintura le absorbía, y le era totalmente fiel»

Javier Benito
j. benito LALÍN / LA VOZ

DEZA

M. MORALEJO

María Espinosa, viuda de Alfonso Sucasas, rememora vivencias de un hombre «que gustaba de hablar con todo el mundo y vivía el arte las 24 horas»

26 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El Alfonso Sucasas más íntimo requiere consultar algo más que las biografías que jalonan las múltiples publicaciones editadas con motivo de sus exposiciones. En esos textos ya intuimos el profundo mundo interior del artista, pero una conversación con su viuda, María Espinosa, permite acercarse un poco más al hombre detrás de esos dibujos, de esos lienzos donde plasma sus anhelos y ambiciones, pero también sus preocupaciones y desvelos. Y la primera pregunta, a quemarropa, de cómo recuerda a su pareja genera un primer atisbo de emoción, en una montaña rusa hasta el final de la conversación. Quizás por ello su respuesta comienza por un «lo echo mucho de menos, nos queríamos».

Cuenta María que era «una persona muy vital y tímida, a la que la pintura le absorbía, y le era totalmente fiel». «Siempre estaba de buen humor, optimista. Y aunque tenía fama como de bravucón, era un santiño», apostilla su viuda, remarcando que le gustaba levantarse temprano, a las siete de la mañana, para ir al estudio donde prefería estar solo acompañado por su música clásica. «Era muy fiel a su pintura, podía trabajar en tres o cuatro cuadros a la vez, pero siempre muy pensados», explica. En ocasiones se mostraba inquieto cuando no conseguía resolver una obra, pedía ayuda y «de pronto decía que le había venido la luz, en el otro extremo del jardín, y se iba para el estudio».

En ese rincón casi totémico y ascético mostraba Alfonso Sucasas una limpieza de hospital. «Le gustaba tener todo muy ordenado mientras trabajaba», resalta María Espinosa. A su marido siempre le escuchaba comentar que no entendía que, por ejemplo, un médico compatibilizase su profesión con pintar o que un artista ejerciese a la vez la docencia. «Él vivía el arte como algo único, las 24 horas del día, le molestaba lo banal en torno a la pintura», comenta para añadir que le gustaba «hablar con todo el mundo y de todo». Detrás sin duda su infancia entre las mesas y la barra de la taberna regentada por sus padres. Y también de ahí la temática de muchas de sus obras, con jugadores de cartas o músicos, ya que la banda ensayaba en ese local.

Sucasas siempre decía, apunta su mujer, que «un cuadro está terminado cuando está vendido y yo muchas veces cuando se atascaba pero parecía que ya estaba terminada la obra le insistía en que lo firmase de una vez». Hubo épocas en que le gustaba pintar por las noches y era un ferviente lector de la prensa, de varios periódicos a diario, o le gustaba hacer solitarios entre pincelada y pincelada a modo de descanso.

María Espinosa quiere insistir en su pretensión de divulgar, cuidar y proteger mientras viva la obra de Sucasas, «sin que se banalice su figura por gente que no le conocía». Agradece la disponibilidad en todo momento de coleccionistas particulares e instituciones para ceder sus cuadros, ahora diseminadas por toda Galicia y Sudamérica, muchas en su Lalín. Miles de dibujos, pinturas,... tras más de medio siglo de pasión. Siempre le gustó tener el taller en casa, el último en el 2004 y creado a su medida, en su regreso a la aldea, al rural del que tanto gozaba.

«Trabajaba todos los días y cuando no pintaba le gustaba hacer mano, incluso cuando viajaba aprovechaba para ir con sus cuadernos, sus lápices, para hacer algún boceto o dibujo», prosigue María en una conservación repleta de anécdotas y curiosidades que pone el foco en a la persona oculta detrás del artista de fama. Y no duda su viuda de calificarle de franciscano, con esa tranquilidad y parsimonia que achacamos a estos frailes, durante su proceso creativo.

Fue un creador ya reconocido en tierras americanas, pero que quería ser exclusivamente pintor, lo que logró tras su regreso a Galicia. «En su primera exposición en el Hostal de los Reyes Católicos en Santiago ya vendió todo», apunta. Atrás quedaban unos inicios complicados de adolescente, cuando sus padres incluso le engolosinaban con una moto si no se iba a Madrid. Pero encontró en Lalín apoyo en el profesor Carloandré López del Río. Le tocó malvivir un tiempo mientras preparaba su frustrado intento de ingresar en Bellas Artes. Y es que estamos ante un pintor autodidacta pero genial, fascinante en sus composiciones y uso del color, en sus inquietantes figuras.

Toca despedir a Sucasas, como en aquel junio del 2012. También a su entrañable y brava viuda, que le defenderá siempre con uñas y dientes. Y queda por desgracia mucho en el tintero, de tantos que escribieron sobre él como el poeta y amigo vigués, Carlos Oroza. Todo porque Sucasas es inmenso, es eterno.