El muralista del parque Lenin de La Habana

Rocío García Martínez
ROCÍO GARCÍA A ESTRADA / LA VOZ

DEZA

Miguel souto

Baldomero Calviño cambió Cuba por A Estrada y fundó una escuela en la que el arte cura el alma

13 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Baldomero Calviño Suagzdyz (La Habana, 1951) aterrizó hace un cuarto de siglo en A Estrada y se convirtió enseguida en uno de los personajes imprescindibles de la cultura local. Su acento inequívoco y su apellido extraño le obligaron a contar su historia muchas veces, pero no le impidieron adaptarse a los grises inviernos gallegos. Pese a la compleja trama de su biografía, con algunos capítulos que prefiere saltarse, Baldomero sigue sacándole color a la vida igual que a sus cuadros.

Baldomero es hijo de dos emigrantes que pasaron muchos apuros para sacar su familia adelante. Su madre se llamaba Joanna Suagzdyz y nació en el Chicago de 1921. Era hija de dos emigrantes lituanos en Estados Unidos que después de la Primera Guerra Mundial volvieron a su país y perdieron la oportunidad de regresar para ver cumplido su sueño americano. Lo intentaron a través de Cuba, pero les fue imposible y allí se quedaron. Fue en la isla caribeña donde Joanna conoció al que sería el padre de Baldomero, José María Calviño Gutiérrez. Él era de Forcarei y buscaba un futuro próspero en La Habana. «Nunca llegaron a casarse. Los casé yo in articulo mortis para que mi mamá pudiese quedarse con lo que le correspondía», explica Baldomero.

El artista nació en Cuba y allí vivió hasta los 42 años. «Trabajaba en una imprenta y por las noches estudiaba. Primero hice la escuela preparatoria, después estudié en la Escuela de Diseño de La Habana y finalmente en la Escuela de Artes San Alejandro», cuenta. «La vida no era fácil. El transporte no estaba bien..., pero he de reconocer que me dieron facilidades para compaginar el trabajo con los estudios. Después las cosas se fueron poniendo complicadas para todos...», comenta.

En diez años, Baldomero consiguió graduarse como diseñador y logró un trabajo en el parque Lenin de La Habana. Pintó murales para distintos edificios del parque y diseñó carteles y tarjetas para eventos. «Apenas conservo nada de todo aquello. Me vine sin nada y nadie me lo pudo mandar luego», cuenta apesadumbrado.

Baldomero nunca regresó a Cuba y tampoco tiene ganas de hacerlo ahora. «Ahora ya no puedo volver. No me atrae. Si fuera a Cuba tendría que ser de visita, cosa que no quiero hacer. No quiero ver mi país destruido como está. Destruido económicamente pero también ambientalmente, con una población que se ha adaptado porque no le ha quedado otro remedio. No tengo ganas de ver a mi país así», explica.

El artista es ahora un estradense más, pero no ha perdido la memoria. «La política de Cuba, hoy por hoy, poco me interesa, pero me duele la gente que está aquí y ha olvidado las cosas. Yo viví en Cuba prácticamente el proceso de la revolución al completo pero nunca me favorecí de ella. Tampoco lo pedí. Tenía nacionalidad española pero nunca lo supe porque mi padre se murió sin decírmelo. Eso pesa mucho. Me enteré aquí cuando iba a arreglar los papeles. A mí me ayudaron mis amistades, no el Ministerio, pero hay muchos a los que sí favorecieron y ahora están en Miami y no quieren reconocerlo. Eso me molesta. Hay que ser honesto. Mis padres eran pobres y tuvieron que trabajar mucho para que yo saliera adelante. No se me han olvidado las colas interminables para comprar un bollo de pan ni que tu madre mayor te diga que tiene ganas de café y tú con dinero en el bolsillo no se lo puedas dar. En el proceso político de Cuba hay mucha tela de cortar. No se puede decir que todo fue malo pero tampoco todo fue bueno», comenta el artista.

Baldomero tomó la decisión de venirse a Galicia por cuestiones familiares. Primero recaló en Forcarei, donde estuvo viviendo con su tío Bautista. Después se trasladó a A Estrada, donde esperaba casarse y empezar una nueva vida, pero su prometida falleció antes de que eso sucediese.

El artista se buscó la vida repartiendo publicidad comercial. «Así me conoció todo el mundo», explica. Después consiguió hacerse hueco en lo suyo gracias a las facilidades que le dieron para impartir clases de dibujo y pintura en un local cerca de Guimarei. «Aquello no terminó bien. Han pasado años y no hay que remover. Lo que sucedió, sucedió. No tengo ningún rencor», explica. La situación lo forzó a abrir un taller en su propia casa, en el número 38 de la calle Leicures. Decenas de estradenses de todas las edades han pasado por allí desde entonces. Algunos hicieron carrera en el mundo de las artes. «Es una satisfacción. Yo hice mi parte y ellos continuaron su camino», explica Baldomero. «Y yo también aprendo de ellos. Si no te renuevas, te estancas», dice.

Además de conectar con el arte, en el estudio de Baldomero es fácil desconectarse del mundo. «Yo no soy psicólogo, pero he podido comprobar el daño mental que ha hecho la pandemia a niños, jóvenes y mayores. He ayudado a mucha gente que venía buscando una salida. Ha sido una terapia para muchos y lo sigue siendo», explica el pintor.

El estradense compagina la docencia con encargos de pinturas, ilustraciones, murales o cartelería. Tiene más de 300 obras diseminadas por todo el país. Cuando tiene libertad para dar rienda suelta a su arte apuesta por la pintura figurativa y colorista. Su vida ha estado llena de altibajos, pero él sabe como nadie que el arte es una poderosa medicina para el alma.