El tamaño importa. Compacta y porosa (La ciudad. Parte IV)

Carmen Vázquez

DEZA

06 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La pandemia puso de manifiesto la necesidad de disponer de espacios libres en las viviendas o en sus proximidades, y para hacerlo posible se cuestiona el modelo de ciudad compacta y su densificación, en beneficio del modelo disperso de ciudad. Se demanda de las administraciones un urbanismo más liberal que posibilite suelos urbanizables de baja densidad en cualquier lugar, siempre que no esté protegido. Liberar todo el suelo posible ya se intentó con la Ley del Suelo de 1998 a fin de reducir los precios de la vivienda. La lógica era que al haber más suelo urbanizable bajaría su precio, y en consecuencia el coste de las edificaciones. Sin embargo, siguieron años de aumentos de precios hasta desembocar en la burbuja inmobiliaria.

Está demostrado que la construcción en la ciudad dispersa supera hasta duplicar el coste de la ciudad compacta, y que la implantación y mantenimiento de las redes de infraestructuras: electricidad, abastecimiento, saneamiento…, puede triplicar su coste. También son más caras la educación, la sanidad, la seguridad y otros servicios asistenciales. Por tanto, una reducción del precio del suelo no sería significativa en el cómputo total de lo que supone vivir en una urbanización de viviendas unifamiliares.

El modelo de ciudad dispersa, basada en urbanizaciones de viviendas con jardín propio, es un mito social que se introduce sobre todo a través de los filmes y series de TV americanas, contribuyendo a crear tendencia de la dispersión en suburbios residenciales de baja densidad. En las circunstancias actuales, este urbanismo expansivo podría mejorar las condiciones de vida de mucha gente al poder disponer de un espacio exterior para el esparcimiento familiar y hacer posible el contacto con la naturaleza en su vida diaria; pero aunque idílicas urbanizaciones dispersas en el territorio dispusieran de una adecuada dotación de servicios, de los necesarios equipamientos, de infraestructuras viables y de buena comunicación con el centro de la ciudad, el mayor consumo de tiempo y presupuesto en desplazamientos de los 2 o 3 coches por casa, precisos, de agua para el césped, la piscina… y de energía consumida por las tipologías edificatorias que acompañan a la dispersión, con sus fachadas más expuestas a los elementos… daría como resultado que residir en las urbanizaciones periféricas de las grandes ciudades, no contribuiría en lo esperado al bienestar y la calidad de vida de la familia.

En lo que afecta al territorio, cuando el modelo disperso se extiende y crece en progresivas manchas o áreas edificadas cada vez más exteriores, desde los suburbios más privilegiados, los de clases medias y por último los menos favorecidas del extrarradio, este desarrollo periférico parece ser la norma que crea la ciudad contemporánea, que además crece transformando el medio y a menudo deteriorándolo: eliminando bosques, rellenando humedales, borrando identidades locales y negando la diversidad. El territorio pasa a ser entonces un suburbio y el paisaje una alternancia de llenos y vacíos.

El modelo disperso tampoco parece ser la solución a la crisis sanitaria, como se vio en los barrios periféricos de Nueva York. Con respecto a las relaciones humanas, el abandono de la forma clásica de convivencia urbana, concentrada, multiusos y multicultural, fomenta una sociedad desasociada en una suma de individualismos. Abandonar la ciudad histórica para evitar el contacto imprevisto con el diferente, da lugar a una sociedad de aislados que cuando se encuentran no saben convivir, o si acaso lo hacen solo con los de similar condición.

Aunque interese extraer las ventajas de cada modelo de ciudad, dispersa y concentrada, una ciudad con densidad media, con alturas de 7 u 8 plantas, ahorra energía, promueve la interrelación social, reduce el consumo de suelo y salvaguarda el medio rural y natural. Concentrar la ciudad frente a su dispersión, es la única forma sostenible en un mundo con crecimiento continuo de población. Pero ha de hacerse de manera que se eviten las desigualdades. Entre las urbanizaciones de la periferia y la ciudad, donde está el trabajo, los servicios o la cultura, hay barrios de excluidos, vías con amplios márgenes de inseguridad y lugares donde la contaminación, los ruidos y el estrés superan a las ventajas de la vida asociada y diversa.

El remedio para la ciudad es crear centralidades periféricas o sub-centros. Un modo de centralidad descentralizada que propicie núcleos urbanos policéntricos y polisémicos, con pluralidad y diversidad social. Una ciudad multipolar, no sectorizada ni con crecimiento en esporas. Una ciudad compleja con barrios multiusos o polivalentes, dotados de infraestructuras para los usos existentes y de transporte público eficiente, con servicios y comercio de proximidad, y donde los desplazamientos sean de corto recorrido, a pie o bici. Una ciudad de tamaño medio, próxima, adaptable y flexible pero compleja. De escala más humana y mixta de funciones y usos, pero también mixta de clases sociales y economías.

Las ciudades grandes con barrios reequilibrados donde se viva y se trabaje en proximidad, funcionan como ciudades intermedias con dinámicas de ciudad del «cuarto de hora» y mejores estrategias que en las ciudades grandes, más caras e ineficientes.

Lograr una ciudad con una densidad asociada a la complejidad, que sea autosuficiente, eficiente, cohesionada, verde, sostenible, con economía de medios y menor consumo de recursos. Además de social, plural e inclusiva. Una ciudad compacta pero con mayor porosidad para que respiren el planeta y las personas.