Supervivencia ciudadana. Resilencia urbana (La ciudad. Parte I)

Carmen Vázquez

DEZA

cedida

16 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

E

l mundo actual es urbano como no lo ha sido nunca. En 1950 sólo un tercio de la población mundial vivía en ciudades, hoy en día más del 50 % habita las zonas urbanas. Cada vez más gente elige la ciudad para vivir y la tendencia seguirá, aunque se ralentice por el Covid-19. Antes de la crisis se esperaba que el porcentaje de pobladores urbanos aumentara una vez y media en dos décadas, hasta el 65 %. La previsión para 2050 era que la población ciudadana llegaría a duplicarse, y casi 7 de cada 10 personas del mundo habitarían una ciudad. La concentración humana en las urbes tiene ventajas basadas en las “economías de aglomeración” que se traducen en la concentración de servicios y la reducción de costes, lo que favorece la actividad económica, las oportunidades y las posibilidades de empleo. Además, la ciudad es generadora de otros valores: culturales, artísticos, sociales, de ocio, que también repercuten en su economía. Sin embargo, tanto la magnitud como el ritmo con que se urbaniza el planeta, suscita retos que no siempre se resuelven adecuadamente. Satisfacer la creciente demanda de viviendas asequibles y de empleo, de sistemas de transporte bien conectados y de todo tipo de infraestructuras y servicios de calidad necesarios, supone desafíos cada vez mayores para el sistema. Casi 1000 millones de personas sin recursos viven en asentamientos urbanos marginales para estar cerca de las oportunidades de empleo.

El tiempo en desplazamientos, el estrés, los ruidos y el aumento de la desigualdad, son otros costes que asumimos por vivir en las urbes. La densidad edificada, la concentración de personas, la contaminación por desechos, la polución del aire, ya eran preocupantes antes de la pandemia. La congestión que acaban soportando las ciudades creciendo como organismos vivos produce desequilibrios en el planeta, como el enorme consumo de recursos naturales, de bienes escasos como el agua, o la elevada producción de residuos de todo tipo, inasumibles ya para la Tierra, además de repercutir directamente en la salud.

No se puede seguir emitiendo CO2 a la atmósfera ni vertiendo plásticos al mar que se descomponen en partículas que llegan al pescado que consumimos. Se estiman en cuatrocientos mil los muertos cada año por respirar aire contaminado, a su vez causante del debilitamiento de la capa de ozono que nos protege del sol, que por su parte provoca el aumento de temperatura en la atmósfera, lo que acarrea crisis agrícolas y alimentarias, que además produce deshielo y subida del nivel del mar y crea fenómenos meteorológicos de gota fría o dana, con sus consabidas inundaciones y desastres naturales.

Ya nad ie duda de la correlación entre contaminación y cambio climático y, según los expertos sanitarios, de éstas con el Covid-19. Coinciden en que esta crisis no será la última, otras vendrán, pues tras ella está la intervención devastadora del ser humano en la naturaleza. Pandemias provocadas por la extinción de la biodiversidad, de especies animales que pierden sus hábitats naturales por el modelo de producción y consumo de nuestra especie.

Cuando se desarrolla una ciudad, su estructura física y patrones del uso del suelo pueden permanecer durante generaciones, dando lugar a una expansión insostenible de consumo de superficie urbana que se espera que en tres décadas aumente 1,2 millones de km2 en el mundo. Esa expansión ejerce una presión brutal sobre la tierra y los recursos, con resultados indeseables para el medioambiente. Las ciudades son responsables de dos tercios del consumo mundial de energía y de más del 70 % de las emisiones de gases de efecto invernadero.

La crisis sanitaria del Covid-19 se ha revelado sistémica y ha supuesto un punto de inflexión. La pujanza urbana se desplomó y la economía dejó de funcionar en las ciudades silenciadas y vacías. Al tiempo descubrimos que nos gusta la ciudad así, más natural y limpia, mucho más amable, con menos polución, ruidos y desplazamientos.

Urge la recuperación de la crisis eco-social, es necesaria la superación y capacidad de adaptación de una población que tiende a ser urbanita. Pero el verdadero reto de la humanidad está en frenar el cambio climático, un proceso que ha venido para quedarse, afectando en todo a la vida cotidiana y por tanto a las decisiones políticas y económicas. Incrementar recursos en las ciudades para contrarrestarlo, conseguirá que tengamos ciudades más equilibradas, más justas, más ecológicas, más seguras y, como sus ciudadanos, más resilientes.