La estradense que pone color a la vida

Rocío García Martínez
rocío garcía A ESTRADA / LA VOZ

DEZA

cedida

Un accidente en el 2015 la obligó a alejarse de los escenarios; su vena artística afloró en forma de mandalas

24 jun 2018 . Actualizado a las 22:56 h.

«La vida por sí sola ya te trae cosas chungas. Por eso yo intento buscar la armonía y crear a mi alrededor un espacio en el que me sienta bien», explica Ana Puente. Esa es la filosofía de esta artista estradense afincada en Poio a la que un accidente de tráfico le cambió la vida.

«No fue nada aparatoso», aclara. Que nadie vaya a pensar que ingresó en la UCI y vio la luz al final del túnel. Nada parecido. En realidad fue una colisión por alcance, pero le provocó latosas lesiones en la espalda que la obligaron a bajar el ritmo y a alejarse de los escenarios por un tiempo.

Corría el año 2015 y Ana Puente compaginaba sus facetas de cantante y actriz en cuanto proyecto iba saliendo. Como vocalista, ya había sido la voz del grupo de jazz Black Coffee. Como actriz, había triunfado junto a Chelo do Rejo con Pinguela Teatro, una compañía que hizo reír a media Galicia con la comedia Razóns de peso. Son solo dos apuntes de su extensa carrera artística, repleta de colaboraciones y proyectos en constante ebullición.

«Ahora ya estoy bien. No como antes, pero estoy bien. Pero en el 2015 el accidente me limitó mucho físicamente y me obligó a apartarme de lo que hacía habitualmente», explica Ana Puente.

Fue entonces cuando su vena artística buscó salida a través de la pintura. Ana Puente empezó a ponerle color a la vida

Aunque tiene mucho de autodidacta, la afición no surgió de la nada. La estradense fue desde niña devota del carboncillo y el pincel. De estudiante fue a clases de pintura con el maestro Ángel Lemos y, al acabar el instituto, incluso se planteó estudiar Bellas Artes. Llegó a presentarse a las pruebas de acceso, pero luego se matriculó en Psicología y, al final, su personalidad inquieta y polifacética, la arrastró hacia el mundillo del teatro, la música y la televisión.

«Siempre tuve el gusanillo de la pintura, pero la pintura siempre se quedó de puertas adentro porque mi inquietud artística estaba resuelta con la música», comenta.. «Nunca mostré nada, siempre lo tuve como algo mío», cuenta.

Cuando el cuerpo le pidió calma, el espectáculo pasó a un segundo plano y la pintura empezó a surgir con fuerza en forma de mandalas. El lienzo no siempre es lienzo. A veces son cantos rodados que la artista selecciona en la playa. Otras, platos de pulpo.

«Las formas redondas me gustan mucho», confiesa. Sobre ellas pinta con acrílico mandalas con los colores del arco iris con los que intenta repartir paz. «Se utilizan como terapia de relajación. Relaja hacerlos y relaja mirarlos. Reflejan el universo, con muchas partes que constituyen un todo», explica. «Yo los miro y me dan buen rollo», explica. Y no solo a ella. Desde que Ana dio difusión a su arte, el boca a boca y las redes sociales han propiciado varios encargos. No es un negocio para hacerse rico, pero algunas de las creaciones ya han viajado a Valladolid o a México.

Tirando del hilo

En la actualidad, Ana compagina la pintura con trabajos de doblaje y rodaje de cortos o spots. «Voy haciendo lo que me va saliendo y lo que me pide el cuerpo. Desde que se murió mi padre tampoco me ha apetecido mucho subirme a un escenario a cantar, pero en algún momento supongo que volveré. También tiene que haber momentos para gestar proyectos. Hay que ir tirando del hilo y lo que salga», dice.

«Empecé con el feng shui porque me mudé muchas veces de casa y notaba diferencias»

Su afición a los mandalas tiene mucho que ver con el feng shui, otra de las pasiones privadas de Ana. Empezó como una inquietud personal y ahora ocupa un espacio importante en su vida. «Empecé a investigar sobre eso porque yo, que me mudé tantas veces de casa, notaba que en unas me encontraba a gusto y en otras no», cuenta. «Si lo piensas te das cuenta de lo bien que estás cuando estás en la naturaleza. El feng shui busca recrear esa armonía de la naturaleza en los espacios interiores», explica. «No es llenar la casa de amuletos chinos, como creen algunos. Es generar en tu entorno la armonía y el equilibrio que hay fuera», comenta.

Deshacerse de lo que sobra

Para Ana Puente, lo esencial para lograr un espacio que proporcione bienestar es «limpiar, ordenar y deshacerse de lo que sobra». Lo último no suele resultar fácil. «Tienes que preguntarte si todo lo que tienes te gusta y te aporta felicidad. A veces acumulamos cosas rotas o que no funcionan y tenemos la sensación de tener algo pendiente. Hay que aligerar y eliminar cosas. Cuanto más simple, mejor va a fluir todo», asegura.

«Después de deshacerse de lo que sobra es cuando hay que empezar a poner cosas que nos alegran, que nos dan buen rollo. Se trata de jugar con las sensaciones», dice. «Hay gente que te cuenta que se compró un cuadro carísimo pero, en a lo mejor, cuando lo mira, no le da buenas sensaciones», comenta.