Los vinos que exportan el paisaje de Galicia

SABE BIEN

Los importadores internacionales descubren  con sorpresa las esencias más desconocidas de Monterrei, Rías Baixas y Ribeira Sacra

31 may 2015 . Actualizado a las 05:05 h.

El hotel Quinta da Auga de Santiago reunió a tres bodegueros gallegos que tienen legión de fans en todo el mundo. En el discurso de los tres hay una obsesión común: embotellar los paisajes de una zonas que dejan sin palabras a los importadores internacionales: «El vino se vende en la viña, cuando se muestra donde crecen y sobre todo por qué crecen las vides», afirma rotundo Fernando Algueira, de la bodega Algueira de Ribeira Sacra. Él, junto con Xosé Luis Mateo, de Quinta da Muradella en Monterrei, y Eulogio Pomares, de Zárate en Rías Baixas, reflexionaron sobre sus bienes más preciados: las parcelas que miman dentro del mapa de tres denominaciones de origen que a veces son corsés para sus proyectos.

Mateo parte de una reflexión: «É moi difícil explicar os viños sen explicar as zonas onde estamos traballando» y retrata la suya, Monterrei, que es la más desconocida, la más incomunicada y que arrastra fama consecuencia de las ventas a granel: «É un val, unha zona interior cun caracter extremo, cun tempo continental, e poucos espazos de caracter mediterráneo. Fai moito calor e moito frío e ata a xente é  máis pechada. O clima marca as persoas, a forma de ser de traballar e, por suposto, os viños», de los que un 40 % se exporta.

Pese a ser la menos famosa cuenta con una tradición vinícola que se remonta a antes de los romanos, como demuestran los lagares rupestres que se están descubriendo. Y apunta Mateo que de estos parajes salían «viños recios con moito grado alcohólico e que se prestaban a viaxar», que años después la región se llenó de variedades muy productivas para ventas masivas, pero que la historia está cambiando gracias una dinámica positiva en la que prima el cuidado de la tierra y la recuperación de tipos de uvas con siglos de historia, como la dona Branca o la bastarda, que vuelven a conectar con la tradición y sobre todo con la identidad de la tierra. O lo que es lo mismo el concepto del terroir, algo que va unido a crear vinos capaces de envejecer.    

Mateo declara el por qué: «Eu busco facer viños longevos, porque son os que dan máis notas da parcela, máis información do terreo».

«¡Bendita pendiente!»

Y Fernando Algueira va más allá: «Una bodega que solo hace vinos jóvenes no existe, no ofrece nada». Para este bodeguero Galicia es mágica, porque es diferente y ve como un regalo la viticultura heroica a la que obliga su zona con parcelas con pendientes de 70 grados: «Cuando escucho decir maldita pendiente, yo digo bien alto: ?¡Bendita pendiente!?, gracias a ella somos unha sorpresa a nivel mundial; en cada rincón de Galicia se puede hacer un gran vino con una gran diferenciación, porque el mundo demanda vinos diferentes, aparte de que estén bien».

El I+D

Algueira acaba de regresar de EE. UU., donde exporta desde hace décadas el fruto de un proyecto en el que asegura que siempre ha ido a contra corriente. «Vender fruta, vender vinos jóvenes es relativamente fácil, pero el objetivo de viticultores inquietos como nosotros es mostrar en el vino el lugar en el que nace, los terroirs, el suelo, trabajamos un concepto más borgoñón...», aunque concluye que el mérito es de Galicia y de las castas que han podido salvar.

Eulogio Pomares persigue la misma idea en el Salnés, al que define como el reino del albariño: «Tenemos un clima de influencia atlántica; nos marca la lluvia y el año. Hay pocas vendimias secas y siempre estamos mirando al mar, para ver si nos trae agua, nos trae mildiu...». En sus parcelas no hay peligro de vértigo, pero si otros que asume porque tiene claro que «nuestro trabajo se valora vivimos con la pasión de atrapar la esencia del paisaje en la botella».

Cosechas que ahora se disputan compradores o cartas selectas no siempre han sido entendidas en Galicia. Es más, algunos bodegueros siguen siendo los excéntricos del pueblo y a pesar de ello continúan con sus experimentos y un duro trabajo para recuperar la esencia de la viticultura más tradicional. «Bodegueros como nosotros estamos regalando el I+D a las denominaciones de origen y así nos lo agradecen», critica Fernando Algueira. Ellos investigan; plantan variedades antiguas como el albarello, la merenzado, el espadeiro o el caíño tinto (a veces en contra la norma de los consellos) y pasan de agosto a octubre vigilando para vendimiar el día que la uva lo pide.

Prueba de esta tenacidad fueron todos los vinos de la cata de Quinta da Auga. Comenzó con un 100 % treixadura, que el consejo regulador de Monterrei no admite. Algo que saca la rebeldía de Xosé Luis Mateo: «É de lei ter en conta uvas históricas», porque alerta de que «corremos o risco de arrinconar estas variedades; corremos o risco de volver a cometer os erros do pasado». Y explica que si Galicia ha tardado en tener el reconociento del que está disfrutado ahora en el mundo del vino no es por falta de identidad, ni de potencial vinícola, sino porque «non fomos capaces de construir unha historia continuada como fixeron, por exemplo, en Borgoña». Aunque él también apunta que los vinos y las parcelas en las que se ensamblan diferentes tipos de uvas son los que consiguen transmitir la máxima expresión.

Godello

Eulogio Pomares, Algueira y Mateo apuestan por profundizar en el conocimiento de cada zona, ser perseverantes y saltarse las normas que les impidan seguir creciendo. Mateo relata su pugna para mantener la acidez, para no sobremadurar su treixadura porque en Monterrei tiene muchas horas de luz. La altitud le ayuda, pero ahí se topa de nuevo con las normas reguladoras. Su Muradella blanco sale de una parcela con cepas antiguas y a más de 700 metros y no solo es capaz de transmitir más elegancia, sino que refleja como fue el 2010, «un ano moi cálido», rememora un viticultor que cita la fecha de sus vendimias. «Como para olvidalo, son como partos», ironizan los tres.

Algueira también trabaja con uvas históricas y por eso sabe de lo que habla Mateo y apunta que en el 2010 el verano llegó casi al invierno y eso marcó a las variedades de ciclo largo. Por contra, ese año el merenzao se tuvo que vendimiar en agosto. «No lo podíamos contar, porque saldríamos en los telediarios de toda España: ?¡Un gallego vendimiando en agosto!?».

Lo que demuestra que su objetivo es recoger la fruta cuando está en su momento y no cuando lo marcan desde la Denominación. «Los consejos reguladores tienen dos tipos de vendimiadores: los que esperan a que toque la campana para que empiece la vendimia y luego estamos los raros, raros, raros que tenemos que vendimiar un mes antes, porque tenemos uvas que así lo necesitan». Cree que en Ribeira Sacra una asignatura pendiente son los blancos, igual que en Valdeorras, con la que que hay muchas similitudes. Ahora todo el mundo valora el godello, pero no siempre fue así: «Hace 37 anos ya recomendaron esta variedad, entonces nos dijeron ?esta es una uva espectacular arranquen el palomino y planten el godello, que dará satisfacciones?. No se hizo, lo que demuestra lo difícil que es mover cosas en Galicia, han pasado casi cuarenta años y sigue siendo una uva minoritaria. Ahora todo el mundo quiere godello, pero no lo hay». El color de los tintos es otra de sus rebeldías: «Por qué hay que ponérselo y esperar décadas a que lo pierda. El merenzao sería un rioja de 40 años». La apuesta de Zárate por los tintos en Rías Baixas es otro de los muchos caminos abiertos a contracorriente.