Bernardo Silva se enfundó el 9 en la victoria del Manchester City ante el Madrid

Francisco Brea
Fran Brea REDACCIÓN / LA VOZ
Bernardo Silva, en el momento de conectar el cabezazo que supuso el segundo gol de su equipo.
Bernardo Silva, en el momento de conectar el cabezazo que supuso el segundo gol de su equipo. CARL RECINE | REUTERS

El centrocampista portugués firmó un doblete en un conjunto inglés que cuajó una gran actuación coral desde el primer minuto del encuentro

18 may 2023 . Actualizado a las 00:01 h.

Todas las miradas estaban puestas en el noruego Erling Haaland en esta semifinal, el gigante que acaba de batir el récord de goles de la Premier League en una temporada. En el primer encuentro se encontró con Rüdiguer y en el de vuelta, con Thibaut Courtois. Pero un pequeño futbolista portugués le tomó el relevo y se enfundó, aunque metafóricamente, el 9 a su espalda. Bernardo Silva empezó el choque mucho más activo y vertical de lo que lo estuvo hace poco más de una semana en el Bernabéu. Camavinga lo sufrió en la banda, y la red de la portería defendida por Courtois hasta en dos ocasiones en los primeros 45 minutos, haciendo justicia a lo visto sobre el césped.

Arrancando desde la derecha del ataque de los ingleses, Silva generó peligro y se asoció bien con otro de los hombres del partido, un Kevin de Bruyne que convierte en oro casi todo lo que toca. El mejor ejemplo fue la asistencia para el portugués en el que fue el primero de sus goles de la noche, tras plantarse en el área y con la zurda fusilar al portero del Madrid.

La primera parte del City fue todo un recital en el que Bernardo Silva se convirtió en la estrella al materializar su doblete. En esta ocasión con el olfato de un delantero centro, aprovechando un balón suelto para meter la cabeza y conseguir que el esférico volviese a besar la red. Silva hizo lo que Haaland no pudo hacer, firmar los goles que allanaban el camino de los suyos a la final de Estambul, porque aunque quedaba mucho tiempo por delante, el baño de los ingleses y la poca actitud que mostraban los madridistas, hacían presagiar lo que pasaría al final del encuentro.

El criterio de Rodri

El centrocampista luso se lleva los mayores méritos porque, al final, lo que manda en este deporte es el marcador y los tantos que refleje. Pero en la vuelta, y en la eliminatoria, brilló con luz propia un futbolista, precisamente, natural de la capital de España. Rodri, a sus 26 años, es uno de los pilares del City por méritos propios. El criterio del madrileño a la hora de mover el balón, buscar siempre la mejor opción, y romper la tímida presión que intentaron hacer los futbolistas de Ancelotti fue de manual.

Dio el equilibrio justo a su equipo, también en la segunda parte cuando el duelo se abrió un poco más y el Madrid quiso llevarlo a un correcalles en el que pudiese rascar algo. Desde la banda Guardiola pedía pausa, y Rodri fue uno de los encargados de dársela. Muy bien acompañado en la medular por Stones, fue capaz de guiar a los de Manchester también siendo agresivo en los balones divididos y en las disputas.

La cruz de Haaland

Erling Haaland se convirtió en otro de los grandes protagonistas de la noche aunque no por los motivos habituales, mas bien al contrario. El noruego tuvo mucha más presencia que en el duelo de la pasada semana e, incluso, disfrutó de ocasiones muy claras para conseguir lo que tanto ansiaba, marcarle un gol al Real Madrid. Tuvo movilidad, peleó y, en líneas generales, hizo un buen partido, a pesar de marcharse de vacío.

Pudo abrir el marcador con un cabezazo a bocajarro que sacó Courtois con el cuerpo. Gran parada, pero el delantero la tiró al muñeco. Lo hizo mejor minutos después, también de cabeza. En esta ocasión el mérito fue del guardameta belga, que voló para dejar con la boca abierta a todo el estadio, incluido un Guardiola que no daba crédito desde la banda. Ya en la segunda parte, Haaland se quedó solo frente a Courtois. Remató con su pierna menos buena, es cierto, y el portero madridista volvió a sacar un balón imposible que acabó en el travesaño.

No era el día del ariete noruego que, para más inri, tuvo que ver como tras retirarse del rectángulo de juego en los últimos compases del partido, su sustituto metía la primera que tenía. Julián Álvarez si que llegó y besó el santo.