En el 2005, cuando soñaba con ser entrenador, me pasé el verano en Londres. Tenía la posibilidad de observar a mi entrenador fetiche, a Mourinho en su segunda temporada en el Chelsea. Lo veía en el Training Centre de Cobham, al que me costaba llegar más de una hora, primero en metro, luego en tren y un rato más andando.
Aproveché para ver partidos del propio Chelsea, del Arsenal, del Tottenham en el antiguo White Hart Lane, del West Ham, del Charlton y del Fulham en el Craven Cottage, estadio de finales del siglo XIX que conservaba y conserva todavía una grada original de madera en uno de sus laterales y en el que se puede contemplar en la entrada una estatua de Michael Jackson.
No solo la grada era del siglo pasado, sino que también el juego que allí presencié me pareció de tiempos pretéritos, y solo los partidos de los grandes tenían un nivel destacable.
En menos de 15 años, y gracias fundamentalmente a la incorporación de nuevos técnicos, el fútbol inglés ha dado un salto cualitativo que lo ha llevado copar esta final en Madrid, entre otros éxitos, como la final de la Europa League entre Chelsea y Arsenal.
Liverpool y Tottenham se han ido reforzando durante la competición. Recordemos que ambos pasaron la fase de grupos en segundo puesto y empatados a puntos con los terceros, y solo el hecho de haber marcado más goles posibilitó que el Liverpool dejara fuera al Nápoles y el Tottenham al Inter. Cómo se plantaron en la final es conocido por todos.
En la Premier las diferencias han sido abismales, 25 puntos más para el Liverpool. Pero en sus duelos particulares, aunque los dos fueron de los Reds, los resultados fueron muy ajustados, 2-1 en ambos partidos.
Sin ninguna duda el Liverpool destaca por ser un equipo que domina las dos fases del juego: 89 goles a favor en la Premier y solo 22 en contra, el menos goleado del campeonato; en la Champións una diferencia de más 10 goles en toda la competición. Sus dos grandes goleadores, Mané y Salah, han logrado la mitad de los goles y desearán levantar la orejona después del fracaso de la final pasada.
El Tottenham, del que pocos podemos recordar más de tres o cuatro jugadores, aunque en Madrid jugará Harry Kane, su goleador de referencia, no es un equipo que alcance la excelencia del Liverpool, con menos goles a favor y más en contra, y 13 partidos perdidos en la Premier por solo uno del Liverpool.
Como una final es un partido que se puede decidir por detalles, le otorgo mucha importancia a las decisiones que toman los entrenadores durante el partido. Para Pochettino será su primera final europea y para Kloop la tercera ?las anteriores las ha perdido?. Me da la impresión de que Pochettino gestiona mejor las eliminatorias y que Klopp es fiel al juego de su equipo, es menos estratégico. El Tottenham juega con la cabeza y el Liverpool, con el corazón.
Volveré a ver fútbol inglés en directo, ese juego prehistórico box-to-box aderezado con las ideas que a comienzos del siglo XIX proponían los colegios de Charterhouse, Westminster, Eton y Harrow, basadas en la habilidad del regate y no en la fuerza del tumulto, como proponían Cheltenham y Rugby. Una propuesta perfeccionada en los últimos años por buenos jugadores y mejores técnicos, ese juego en el que los árbitros no interrumpen tanto el partido, en el que los jugadores no se caen al suelo con un roce, en el que los cérneres y envíos al área hacen rugir a la afición y donde se ve que la línea recta entre las dos porterías es el camino más corto.