El muro de Breda no se rinde

CHAMPIONS

Andrew Boyers | REUTERS

Van Dijk, elegido mejor jugador de la Premier, sostiene la esperanza de un Liverpool mermado por las bajas

07 may 2019 . Actualizado a las 09:38 h.

Pocos como Inglaterra en el noble arte de la propaganda. Tantas veces capaz de domar la Historia, el inventor de un fútbol que le es esquivo -un único Mundial, en el 66; un solo título de Champions, el del 2012, en las diez últimas ediciones- ha recurrido a la mística para sostener su condición de referente. Donde no llegan los miles de millones inyectados a sus clubes, lo hacen las imágenes de estadios llenos de hinchas infatigables en el aliento e ingeniosos en el cántico. Sonidos como el You’ll never walk alone, rincones como el cuarto de las botas, hierba como la de Anfield. Peso extra para quien se viste de rojo en Liverpool y aspira además a voz de mando.

Van Dijk lleva poco más de un año a las órdenes de Klopp, pero hace tres días fue capaz de estirar las ilusiones del alemán enarcando una ceja. Se iba el título de Premier en el campo del Newcastle. 2-2 a cinco del final y falta escorada que se dispone a lanzar Alexander-Arnold. Dos asistencias llevaba ya en el duelo el joven inglés; once en lo que va de curso. En el área rival, Van Dijk tuerce el gesto. Menea primero la cabeza y después la mano en alto. Niega y señala a Shaqiri. El suizo tarda, pero entiende. Su compañero quiere un centro con la zurda, a pierna cambiada, cerrado. El cambio de ejecutor precede al remate del 2-3 de Origi.

Sin Fimino ni Salah, el Liverpool empequeñece hasta casi convertir en trámite la defensa de un 3-0. El casi al que se agarra la afición red es un técnico doctorado en milagros y el mejor jugador de la competición doméstica, según determinó hace diez días la Asociación de Futbolistas.

Virgil Van Dijk ha pasado en Inglaterra cuatro de sus seis cursos en las islas. Llegó en el 2013 a Escocia para jugar en el Celtic, que pagó tres millones al Groningen. En el 2015, le costó más de quince al Southampton. En el 2018, el Liverpool se gastó casi noventa millones de euros en convertirlo en el zaguero más caro del mundo. Pocos meses después, el joven de Breda (27 años) aspira también a ser el mejor central del planeta. Es alto (1,93), muy rápido, sabe cuándo y hacia dónde sacar el cuero, va bien por alto en cualquier área (media docena de goles esta campaña), calcula perfectamente los riesgos. Se ha perdido un partido de Champions, el de ida de octavos contra el Bayern, por acumulación de tarjetas. Lo ha jugado todo en la Premier salvo los últimos 35 minutos de un encuentro ya resuelto, manteniendo a su equipo como el menos goleado del torneo. Solo ha visto una amarilla en 37 duelos. Y además manda. Detrás del humo de Anfield, al Barça aún le espera un muro.