Antía Jácome: la canoísta «influencer» que rompe otro molde más con su tercer diploma en los Juegos Olímpicos

Pablo Penedo Vázquez
Pablo Penedo REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

ALI HAIDER | EFE

Pionera de la canoa femenina en España, la pontevedresa conjuga el perfil de una gran deportista y el cuidado extremo de su imagen, con más de cien mil seguidores en su cuenta de Instagram, atraídos por su alegría y su espontaneidad a la hora de mostrarse como es

10 ago 2024 . Actualizado a las 14:03 h.

«É como se xuntas un terremoto, un furacán e un tsunami, e o que saíra, sería máis tranquilo ca ela». Quien habla es Alba Lorenzo, antigua palista del Escuela Piragüismo Ciudad de Pontevedra y una de las mejores amigas de Antía Jácome (Pontevedra, 1999), a la que conoció en el club y con la que compartió los años de iniciación de quien este 10 de agosto del 2024, en París, se ha convertido en la primera canoísta española en alcanzar tres finales en unos Juegos y, con ello, otros tantos diplomas olímpicos.

Seguramente, a muchos de quienes la hayan visto la descripción les parezca una buena forma de explicar esa fuerza de la naturaleza en la que se convierte la pontevedresa cada vez que sale a la pista. Con un ímpetu competitivo al extremo que, con solo 21 años, la llevaron a convertirse en la primera piragüista española en disputar una prueba de canoa esprint en unos Juegos, los de Tokio, en los que este barco femenino se incorporaba al programa olímpico con ella brillando con un quinto puesto.

Lo de Antía Jácome viene de serie. Con 13 años, recién llegada al piragüismo, se pasó ya a la canoa, una disciplina que despierta menos entusiasmo que el kayak entre los chavales, por la dificultad de aprender su difícil manejo, y hacerlo sin un buen número de caídas al agua por el camino. Antía fue una de las pioneras en los albores de la extensión de la disciplina a la categoría femenina en España. Quizá porque era una forma más de canalizar su ansia insaciable por competir. En sus primeros años, en los campeonatos de España, recuerdan en su entorno, siempre exprimía la media docena de pruebas que cada palista podía disputar según el reglamento. En su caso, los C1 y los K4 de las tres distancias de pista (200, 500 y 1.000).

Una querencia por apurar todo cuanto le pueda deparar un campeonato que ha llevado hasta hoy, viéndola disputar tres o hasta cuatro pruebas en grandes citas internacionales. Como el Mundial del año pasado, del que regresó con tres medallas de plata, dos de ellas, las del C1 200 y el C2 500, sellando los pasaportes para España en ambos barcos en los Juegos de París, de los que se despide con sendos diplomas olímpicos.

Portento físico, con unas condiciones genéticas extraordinarias que ella misma se esmera en potenciar —su hermano, Martín, también medallista internacional, tiene una fisionomía similar—, la gallega no ha dejado nunca de romper moldes. A punto de cumplir los 16 años, su combinación de potencia, calidad y técnica la convirtieron en la primera júnior en ser reclamada para el equipo nacional de canoa femenina que trabajaba en Sevilla bajo las órdenes del matrimonio formado por Marcel y Georgina Glavan.

De la agonía sevillana al relanzamiento en Mallorca de la mano de Kiko Martín

Fueron seis años de trabajo con los dos técnicos rumanos. Años en los que la pontevedresa empezó a despuntar en las grandes citas internacionales. También, en el último tramo, el momento en el que conoció a su actual pareja, el canoísta sevillano Pablo Martínez, asiduo de Galicia, por ser de aquí sus cuatro abuelos y su madre. Pero también años de «una manera de entrenar muy lesiva. Eran entrenadores muy bestias, era como si nos viesen como objetos, y terminabas haciendo el trabajo por obligación», explicaba la canoísta poco antes de partir hacia París, recordando las sesiones brutales de pesas a la que la sometían, en las que le pedían más mientras levantaba 115 kilos de pectoral.

La dupla de los Glavan dirigió a Jácome hasta Tokio, en una experiencia única mermada por el covid pero endulzada por un diploma olímpico, quinta rozando el podio. Y de repente, desapareció de la vida de la pontevedresa. Poco después de volver de Japón, el matrimonio prefirió aceptar una oferta de China y dejó a sus tres canoístas olímpicos —Pablo Martínez y Tano García entrenaban con ellos— solos y sin una sola explicación. Kiko Martín, el hombre que este 2024 pulió a la dupla formada por el madrileño Diego Domínguez y el balear Joan Antoni Moreno para alcanzar el jueves el bronce en el C2 500 en su debut olímpico, acogió a principios del 2022 en Alcudia, Mallorca, a los tres canoístas de Sevilla. Y un nuevo mundo se abrió ante Jácome.

Sin pareja tras el final de su tándem en el C2 500 con su compañera en el Ciudad de Pontevedra Antía Otero, Kiko Martín derribó el muro entre Jácome y la madrileña María Corbera, la canoísta que en el 2021 había conseguido la plaza para España en el C1 200 de Tokio, para acabar viendo los Juegos desde casa tras perder un selectivo a dos con la pontevedresa.

Un muro levantado por los Glavan, no por las deportistas. Reunidas por la convicción de sus técnicos de lo bueno que sería empastar a las dos mejores canoístas de España, Jácome y Corbera pronto se descubrieron encantadas de haberse, al fin, conocido. Sobre todo viéndose asiduas de los grandes podios y sabiendo que, además, podrían competir ambas en el C1 200 de París.

La felicidad volvió a su vida

La mudanza a Alcudia devolvió a Antía la alegría por el piragüismo que empezaba a correr peligro en Sevilla. Una alegría que nunca ha abandonado la cara de una joven divertida, extravertida, segura de lo que quiere, y que hace gala pública de ello. Encantada desde niña de aprovechar cada ocasión, en el agua y en tierra, para relacionarse con todo el mundo —sus compañeros se metían con ella diciéndole que parecía una relaciones públicas—, Jácome se ha convertido en una auténtica influencer. Su tour por la villa olímpica de Tokio a través de sus redes sociales se hizo viral, y hoy cuenta con 104.000 seguidores en su cuenta de Instagram, donde suele colgar vídeos luciendo su cuidada y musculada figura.

Impuntual excepto para llegar a tiempo a las regatas, no puede salir a la calle sin ir perfectamente maquillada y arreglada, también cuando se trata de competir. Dos extremos que Jácome solo consigue cuadrar levantándose una hora antes de lo habitual cuando toca batirse el cobre sobre el agua.

Porque Antía es eso, una fuerza de la naturaleza; una ganadora que muestra con orgullo todo lo que es. Una joven amante de la música afro, a la que le encanta el mundo de la belleza pero que también pretende retomar sus estudios de Educación Infantil para poder trabajar algún día con niños con discapacidades y enseñarles el mundo alegre que ella ve por todas partes. Hasta cuando avanza desatada a por una medalla olímpica y se encuentra a tres rivales más rápidas en el intento.