Teresa Portela, diploma en París: constancia y tres carreras universitarias multiplicadas por la maternidad, la fórmula del éxito olímpico a los 42

Pablo Penedo Vázquez
Pablo Penedo REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

La palabra leyenda espanta a la de Aldán. Lo suyo, lo que la hace feliz es la rutina del trabajo duro junto a su familia

08 ago 2024 . Actualizado a las 14:19 h.

El K4 500 femenino español de las gallegas Teresa Portela y Carolina García, la asturiana Sara Ouzande y la extremeña Estefanía Fernández completaron su estreno en una final olímpica con un sexto puesto en los Juegos de París. Un resultado que supone el sexto diploma olímpico para Portela, plata en los Juegos de Tokio en el K1 200.

Entre su debut olímpico en Sídney 2000 y la final en sus séptimos Juegos Olímpicos, este jueves en Francia, la vida le ha dado a Teresa Portela para reunir un tesoro digno de una reina. No ya por sus tres docenas de medallas entre mundiales, europeos y la cita de citas del deporte mundial. No se encuentra en ese cofre de metales preciosos lo más valioso de sus conquistas, al menos para la española que más veces ha visto apagar un pebetero para anunciar que la próxima fiesta será en cuatro años. Su verdadero tesoro, no se cansa de decir Portela cada vez que la prensa la ronda con el tema de su legado sin final a la vista, es continuar codeándose con 42 años entre las mejores kayakistas del mundo. Y toca añadir, con la ilusión inmaculada de aquella una casi todavía niña que, con 18 años, abría los ojos para descubrir, mirando cabeza abajo, el sueño olímpico hecho realidad a sus pies en las antípodas de ese Aldán en el que empezó a ser lo que es: un modelo a seguir.

La etiqueta de leyenda le va al pelo. Pero Teri nunca ha querido que la reconozcan por ello. Porque lo que ella abandera, muy al contrario, es el valor de la normalidad. «Le doy valor a la constancia y la perseverancia. Por la plata de Tokio no cambio mis 20 años en la élite. Mi vida sigue siendo igual, y así quiero que siga siendo. Con mi rutina, mi casa, mis entrenamientos», contaba a punto de despedir un inolvidable 2021, que había arrancado descubriendo una escultura en piedra con su cara con la que sus antiguos vecinos de Aldán —vive en O Grove desde hace más de una década— le quisieron mostrar su admiración eterna. «Traballa duro, pero en silencio. Deixa que o éxito se encargue de facer todo o ruído», se lee en la placa de la figura pétrea de Portela paleando junto a la nave de deportes náuticos de la localidad canguesa; una frase extraída de la cuenta de X de una mujer que personifica como nadie el espíritu de un pueblo. El de dos villas marineras, Aldán y O Grove, donde ha construido su particular paraíso con su marido, David Mascato, y su hija Naira. Pero también el de todos los gallegos, que el 3 de agosto del 2021 celebraron como un éxito propio, íntimo, el ejercicio de justicia que se hacía en el canal Sea Forest de Tokio con una de las cientos de miles de las suyas a las que una vida de trabajo duro y mayor sacrificio no acababa de reconocerles su esfuerzo y entrega en silencio, alérgicas al protagonismo. No por timidez. Por convicción. La de una Teresa que entiende que «hay que saber esperar el momento. Las cosas no llegan cuando una quiere y ya».

Aparentemente culminada su obra con la plata reluciente de Tokio, apagados los últimos rescoldos de la quemazón de aquella señal de salida inaudible que la había privado de la medalla nueve años antes en Londres, hubo aún quien pensó que a Teresa Portela no le quedaba ya más que decir a bordo de un kayak de competición. Pero a ningún gallego le extrañó lo que vino después.

Tras el capricho de disfrutar de unas breves vacaciones con los suyos, Teri volvió a su trabajo. Porque para ella, el piragüismo es ese mestizo entre la devoción y la obligación al que venera un respeto reverencial. Viendo lo bien que le había ido, decidió mirar hacia París sin más presión que la de siempre, yendo día a día, temporada a temporada.

La gran esperanza nacional

Eliminado del programa olímpico el K1 200, la prueba en la que, ha confesado, más disfruta y siente que da lo mejor de sí, a la gallega no le quedaba otra que pasarse al K1 500 con vistas al 2024. En el 2009, después de haberse quedado por segunda vez a las puertas del podio de los Juegos, otra vez quinta en el K4 500, Portela tomó la decisión de volver a casa, minada tras tantos años de concentraciones fuera. Una decisión con su peaje, al quedar fuera de los barcos de equipo de la selección española. Doce años después, exhaustos tras años de sequía sin más pozo del que beber que la gallega, los rectores de la Real Federación Española de Piragüismo llegaron a la conclusión de que si Mahoma no va a la montaña, la montaña debía ir a Mahoma. Trasladando al equipo nacional femenino de kayak a Pontevedra de la mano de la Xunta y la Federación Galega de Piragüismo para aprovechar el caudal de calidad y experiencia de Teresa, y explorar su capacidad para liderar un K4 capaz de devolver a España a la élite mundial. Una operación que incluía a Daniel Brage, el técnico que había pulido y canalizado el potencial de la de Aldán en su carrera en solitario.

Todo cambiaba para que nada cambiase en la vida de Portela. Y la fórmula se extendió hasta el extremo que se ansiaba alcanzar. Con Teri al timón en la popa y templando nervios entre sus jóvenes compañeras, mecidas por la confianza que da tener cubiertas las espaldas por un titán, los resultados llegaron de inmediato: plata en su estreno internacional en una copa del mundo en el 2022, mismo resultado el siguiente año y bronce en el Mundial con pasaporte a París. Y para cerrar el primer ciclo de un barco novato, diploma olímpico de un K4 al cuadrado, con su líder acompañada en su penúltima sinfónica por sus dos tenores, Mascato y Brage, y su soprano, su hija Naira, que por vez primera pudo acompañar a su madre a unos Juegos. Para el 2028 Naira tendrá 14 años. Una buena edad para conocer una ciudad como Los Ángeles.