Carolina García, diploma en París: la espartana que ya puede trabajar en curar un cáncer con su sueño de debutar en los Juegos cumplido

Pablo Penedo Vázquez
Pablo Penedo REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

Rafa Aparicio / RFEP

La pontevedresa vivió en un puente aéreo entre Pontevedra y Sevilla para sacarse la exigente carrera de Biomedicina

08 ago 2024 . Actualizado a las 14:02 h.

El K4 500 femenino de España volvía en la mañana de este jueves a una final olímpica 16 años después. Liderado por la incombustible Teresa Portela en su séptima participación en la mayor cita deportiva del planeta, el sexto puesto alcanzado supone para sus compañeras de barco debutar en unos Juegos con sendos diplomas. La pontevedresa Carolina García ha visto cumplir así la primera parte del sueño de todo deportista. La segunda, colgarse una medalla, parece a la vista de los hechos del todo factible viendo la juventud de la palista del Lérez.

Hace cosa de año y medio, Carolina García (Pontevedra, 23 de noviembre de 1999) comentaba con su pareja y una de sus mejores amigas que quería hacer un máster. Hacía poco que en su currículo lucía el grado de Biomedicina Básica y Experimental por la Universidad de Sevilla, un título que solo se puede cursar en España en Madrid, Barcelona y la ciudad hispalense. La pareja y la amiga le dijeron entonces a Carolina que, quedando año y medio para los Juegos Olímpicos, quizá fuese mejor dejar lo del máster para después de París. «Yo no voy a estar un año sin hacer nada», les contestó. Faltaban meses aún para que el K4 en el que acabó llegando hasta el lago de Vaires-sur-Marne sellase el pasaporte olímpico con un brillante bronce en el Mundial 2023.

Aquella frase lapidaria con la que zanjó el consejo de dos de sus personas más cercanas condensa todo lo que es en esencia Carolina García. Una trabajadora incansable, que a base de pico y pala sobresale por acumulación de esfuerzo, fuera de los focos mecidos al compás de las siluetas de talentos brillantes y grandes resultados. Una de esas piezas indispensables en todo K4 que aspire a hollar la final de unos Juegos Olímpicos.

Iniciada en el Escuela Piragüismo Ciudad de Pontevedra, como sus compañeros de selección Pablo Crespo y su gran amiga, Antía Jácome, Carolina cambió con 18 años el Centro Galego de Tecnificación Deportiva por el CAR de La Cartuja, en Sevilla. Cuatro años allí y otro medio en Madrid se saldaron con una solitaria plata mundial júnior en K4 500 en el 2017. Pero algo debía de tener la gallega, a dos puestos y 1,37 segundos del último pasaporte a los Juegos de Tokio en el K2 500, para, con tan corto palmarés internacional, no ya entrar en el equipo con el que Daniel Brage pretendía devolver al K4 español a la élite entorno a la figura de Teresa Portela, como hacerse con una plaza en su tripulación desde el primer día que tocó competir.

«Unha vontade de ferro»

Carolina se colgó las platas en sendas copas del mundo en el 2022 y 2023, y el bronce en el Mundial del año pasado, tras rozar el podio, cuartas, el anterior. El porqué no tiene ningún misterio, y sí toda la lógica matemática: «Carol es una persona muy trabajadora, muy luchadora», cuenta Antía Jácome. «A palabra disciplina debería levar a súa cara no diccionario. É incansable. Ten unha vontade de ferro», añade Alba Lorenzo, prima de García y amiga de ambas. Y no, no son cumplidos desgajados por el roce del cariño.

Levantándose muchas veces a horas intempestivas, trabajando lo que fuere necesario para sacarlo todo adelante, Carolina García se pasó parte del ciclo olímpico haciendo juegos malabares con el tiempo, ese que marca 24 horas y 7 días a la semana a todo el planeta, para sacar adelante dos trabajos a cada cual más exigente. Volando o, en ocasiones, cogiendo el coche de Pontevedra a Sevilla y camino de vuelta para cumplir con sus obligaciones presenciales en el tramo final de su carrera de Biomedicina Básica y Experimental. Y encajando las prácticas de su trabajo de fin de grado en un laboratorio en Vigo en la franja del día en la que quedase hueco tras cumplir con los horarios de los durísimos entrenamientos del grupo de Daniel Brage, sin los que la final olímpica habría sido tan solo una quimera. Todo, por cumplir sus dos grandes deseos, los Juegos, y poder conseguir algún día un avance científico con el que curar enfermedades, si puede ser, algún cáncer.

Zeus, Stephen King y Nolan

Arropada en el lago de Vaires-sur-Marne por sus padres, su pareja y su amiga Alba, la felicidad de Carolina habría sido completa de poder abrazar también a otro de los seres más importantes de su vida: Zeus. Difícilmente su mini pinscher habrá comprendido lo que hoy ha alcanzado esa humana que lo adora desde el otro lado de la televisión de una de las tías de García, a la que encomendó la tarea de cuidar en su ausencia a su pequeño tesoro canino. Un titán de 30 centímetros de talla con un carácter a la altura de su raza, capaz de imponer el respeto de Daniel Brage.

Para Zeus guardará la pontevedresa su última explosión de felicidad por lo que ha logrado en la ciudad de la luz, confiando en que, quién sabe, la organización de Los Ángeles 2028 añada una residencia para mascotas a la guardería de la que ya han podido gozar los participantes en París 2024. Y que ella lo celebre sudando con una pala en la cantera del próximo canal olímpico.

Antes de releer los principios de la filosofía espartana y volver al tajo, a buen seguro Carolina manejará su extraordinaria capacidad para exprimir el tiempo. Gozando en las próximas semanas del patinaje, el skate y el surf, otros deportes que la apasionan, mientras lee un libro de Stephen King o Carlos Ruiz Zafón, y acabar el día sentada en un buen sillón para ser transportada a los maravillosos mundos de ciencia y ficción que Christopher Nolan convierte en arte vestido de celuloide.