Unai Emery compró hace dos años el 20 % del Real Unión a cambio de 1,2 millones de euros, y se convirtió, en compañía de su hermano Igor, en el máximo accionista del histórico club guipuzcoano, ganador de dos Copas de España y uno de los fundadores de la primera liga española. Todo, porque su abuelo y su padre defendieron los colores de la entidad inquilina del Stadium Gal, un equipo al que siempre se ha sentido muy unida la familia Emery.
Hasta aquí, todo más o menos normal, porque el entrenador del Aston Villa no es el primer futbolista o entrenador mecenas en el fútbol español. Pero lo que llama poderosamente la atención es que Unai utilice su único fin de semana libre para acompañar al conjunto irundarra hasta Barreiro para medirse con el Celta Fortuna. Al preparador le sería mucho más fácil charlar del club con su hermano, pedir informes o, como mucho, verlo por la tele. Pero no, el equipo del ourensano Fran Justo llegaba como segundo a Vigo, y Unai quiso estar en el palco para arroparlo, un gesto que habla de compromiso con el proyecto y que va más allá de una apuesta sentimental. Si fuera así, con poner el dinero para acercar al equipo al fútbol profesional ya hubiese cumplido de sobra.
Puede que en el fondo, para Emery, volver al fútbol de bronce sea un retorno al pasado para refrescar la memoria y recordar el punto de partida. Porque pasar por el Valencia, Sevilla, Villarreal, PSG, Spartak de Moscú, Arsenal y Aston Villa (quinto clasificando de la Premier, y apretando a los grandes) y haber ganado títulos importantes, está muy bien, pero sin aquel Lorca que cogió justo a continuación de colgar las botas de futbolista nada habría sido posible. Ni comprar al Real Unión de sus amores, al que, por cierto, le inyectaron un millón y medio más en otra ampliación de capital. En su caso, el compromiso para nada es una pose.