Adrián Ben, el campeón de la sonrisa perenne

DEPORTES

PAULO ALONSO

Amable, con don de gentes y pegado a su tierra, Ben apuntó alto desde el principio. Se forjó en Galicia, en medio de una gran generación, terminó de explotar en Madrid, y acaba de coronarse campeón de Europa bajo techo de los 800 metros lisos

06 mar 2023 . Actualizado a las 15:13 h.

«Soñaba con ganar una medalla en un gran campeonato», espetó Adrián Ben Montenegro (Viveiro, 1998) nada más finalizar la carrera en Turquía. El sueño del viveirense se ha cumplido a los 24 años, muy rápido, porque toda su carrera ha ido tan deprisa como sus zancadas.

Adrián apuntó muy alto desde el principio. Siendo cadete, formó parte de aquella generación de Bakú que comenzó a cambiar el atletismo gallego en su día, porque del país del fondo se pasó a pujar en todo tipo de disciplinas. El lucense fue compañero de andanzas de Miguel González Carballada y Tariku Novales. Con ellos aprendió a competir en el barro y en la pista.

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Los tres lideraron una mítica selección gallega que ganó el nacional de cros siendo júniores. Eran tiempos en donde el paseo marítimo de Viveiro era su campo de entrenamiento en medio de vientos, mareas y bordillos peligrosos. Un trabajo que combinaba con puntuales viajes a Lugo para catar la pista con su padre como taxista. Antonio y María José, sus progenitores, han sido claves en su vida.

Como lo fueron Luis Ramallal, Pedro Esmorís y Felipe Martínez, sus primeros entrenadores antes de que Mariano Castiñeira entrase en su vida. Con el veterano técnico del Lucus, dio el primer gran salto. Ahí comenzó a pulir su técnica. Galicia le ayudó a crecer, pero a los 18 años decidió irse a Madrid para entrenar en la Blume de la mano de Arturo Martín. En la capital acabó de moldearse un proyecto de mediofondista que apuntaba al 1.500 metros y que terminó por convertirse es un especialista del 800, la distancia a la que llegó para quedarse, al menos por un tiempo.

Adrián siempre ha sido un reloj suizo y un todoterreno. Desde muy joven, firmó marcas de relieve en casi todo el arco del medio fondo y, de paso, destacaba en el cros. Por eso, cuando llegó la hora de la verdad siguió haciendo lo mismo. Tanto corría la final del Mundial de Doha en el 800 para ser sexto o la olímpica de Tokio para acabar quinto como se subía al podio continental del campo a través formando parte del relevo mixto. En todos los terrenos, de la misma manera: con una inteligencia y un gen competitivo solo altura de los elegidos. Un maestro de la táctica con una cabeza privilegiada y unas piernas de galgo.

Desde hace tiempo, las pistas de la Blume son su casa, pero lejos de olvidar sus orígenes, Adrián los riega cada día. Regresando a casa cada vez que tiene ocasión, haciendo series por el paseo de Viveiro, volviendo al cámping de Nigrán que visita todos los veranos para convivir con sus amigos atletas del sur y leyendo a Domingo Villar, el fallecido escritor vigués, su preferido.

En medio de tanta evolución, Adrián Ben nunca ha perdido su característica sonrisa, su amabilidad y su disponibilidad para todo. Sigue siendo el mismo que un día se calzó las zapatillas con tacos por primera vez. Por eso es ídolo e hijo predilecto de Viveiro. En donde todo empezó todo.