Gareth Bale, el crack al que no le gustaba el fútbol

Alberto del Campo Tejedor COLPISA

DEPORTES

HANNAH MCKAY | REUTERS

Otros también se tomaron el deporte como un empleo más o detestan su lado oscuro

10 ene 2023 . Actualizado a las 18:18 h.

Millones de ciudadanos, especialmente entre los varones, albergan dos sueños: el primero —con la esperanza de que algún día pueda cumplirse— es que les toque la lotería. El otro, ya irrealizable a cierta edad: haber sido futbolista. Las estadísticas dicen que aproximadamente la mitad de los españoles siguen el fútbol y se declaran hinchas de algún equipo. Muchos de ellos consideran que el de futbolista es el mejor oficio que uno puede ejercer: no solo se trata de fama, reconocimiento y dinero, sino que parece idílico que te paguen por una actividad que no deja de ser un juego. En el imaginario de muchos aficionados, la práctica profesional del fútbol permitiría prolongar los mejores años de la infancia.

Sin embargo, no todos nacieron con vocación de futbolista. Algunos fueron impulsados al deporte profesional por sus padres, otros siguieron la inercia mayoritaria de una sociedad que mitifica este deporte sin plantearse si les gustaba o no y los hay que confiesan que lo que verdaderamente les gusta no es el fútbol, sino sus consecuencias.

Dani Güiza reconoce, sin tapujos, que lo mejor de la profesión es el dinero que se gana. Aunque nos sorprenda, a muchos jugadores el fútbol les trae al pairo. Son profesionales del deporte como podrían serlo de la podología o la odontología, sin considerar que su trabajo sea especialmente placentero. Carecen de la pasión que experimenta el hincha. El jugador mexicano Carlos Vela ha reiterado que lo que le entusiasma es el baloncesto. No es capaz de ver un partido de fútbol más de diez minutos, pero puede tragarse cuatro encuentros seguidos de la NBA. Ter Stegen afirma que ni conoce a la mayoría de jugadores a los que se enfrenta. La misma frialdad muestra Mario Balotelli, actualmente en el Sion suizo: «No celebro mis goles porque es mi trabajo. Cuando un cartero entrega una carta, ¿acaso lo celebra?».

A veces no es cuestión de que el fútbol no te haya seducido nunca, sino de que has experimentado el lado doloroso de este deporte. La presión mediática a la que están sometidos resulta a veces extenuante, el régimen de entrenamientos y cuidados es monótono, los enormes intereses económicos en juego les produce ansiedad y los que sufren un rosario de lesiones y recuperaciones interminables se hunden a veces a temprana edad. El suicidio y la depresión no son, estadísticamente, menos frecuentes en el fútbol, aunque a la mayoría nos parezca un oficio maravilloso. Ello ocurre porque no experimentamos en nuestra piel los inconvenientes de un deporte hipercompetitivo, que exprime al profesional mental y físicamente. Además, la cara desagradable suele ser ocultada por quienes tienen interés en tintar de color de rosa este fabuloso negocio.

Hartos

He conocido muchos jugadores que acabaron hartos, no del juego, sino de todo lo que rodea al fútbol profesional. Borja Valero ha dicho que no sabe si volvería a ser futbolista y que acaso no le ha merecido la pena. Óscar de Paula disfrutó marcando goles en las once temporadas en la Real Sociedad, pero confiesa que vivió algunos de sus años más felices en la Ponferradina, en Segunda B. Alejado del entorno más exigente, mostró no solo su gozo por el juego sino su instinto goleador: en las tres temporadas en la categoría de bronce metió 43 goles en Liga, unos registros muy superiores a su etapa en Primera y que acaso son la mejor prueba del estado de alegría con que saltaba al campo.

Con 33 años, Gareth Bale podría haber seguido alguna temporada más. Pero hacía años que decía a sus allegados que estaba desmotivado. En el Real Madrid, su indolencia y falta de compromiso generaba crispación en la plantilla, en los directivos y la afición. Difícil perdonar a quien explícitamente declaraba que su corazón estaba en Gales, en el golf y después en el Madrid, in that order. El amor a su país era inquebrantable, de ahí que hiciera lo posible por llegar al Mundial. Y el golf constituye para él algo más que un pasatiempo, casi una obsesión. El fútbol, sencillamente, dejó de estimularle. Resulta respetable, aunque nos parezca difícil de asumir. Ahora bien, debería haber tenido la honestidad de retirarse antes y no seguir comiendo la sopa boba. Otros hubieran ocupado su lugar de mil amores.

*Alberto del Campo Tejedor es Catedrático de Antropología Social en la Universidad Pablo de Olavide y autor de El gran teatro del fútbol.