¿Merece Iker Casillas el linchamiento mediático y social por su broma?
DEPORTES
Los límites del humor sobre las minorías estigmatizadas constituye un debate recurrente
10 oct 2022 . Actualizado a las 18:33 h.La broma de Casillas, publicando en su Twitter el domingo «Espero que me respeten: soy gay», le está saliendo cara. Miles de internautas lo han considerado una frivolidad y una ofensa. Todo el mundo se le ha echado encima: las asociaciones LGTBI+ han puesto el grito en el cielo y la mayor parte de la prensa censura su comportamiento, tildándole, cuanto menos, de torpe.
Josh Cavallo, el futbolista australiano que tuvo la valentía de salir del armario hace poco, se ha mostrado indignado. El propio Consejo Superior de Deportes se ha apresurado a publicar un tuit en que denuncia lo mucho que queda para alcanzar la sensibilización en ese terreno. Carles Puyol, que le había seguido la broma —«es hora de contar lo nuestro»— se ha visto forzado a pedir perdón, igual que el propio Iker. Su justificación, de que su cuenta había sido jaqueada, no ha convencido a casi nadie.
En parte, hay que congratularse. La respuesta social, beligerante con este tipo de bromas, demuestra que la sociedad civil y sus diversas instituciones se hacen cargo de la discriminación que aún sufren los homosexuales. Y que la mayoría critica que el fútbol sea uno de los últimos bastiones de la aplastante heteronormatividad. Sin embargo, la polvareda levantada por los dos polémicos tuits se enmarca en un debate que surge recurrentemente y sobre el que el ser humano aún no se ha puesto de acuerdo: el del límite del humor.
Aristóteles ya dejó escrito que «el público no quiere que se haga mofa de los desgraciados». En la antigua Roma, Cicerón también era consciente de que la burla aceptable tenía sus límites, pero utilizaba su verbo cáustico para disparar a diestra y siniestra.
Hoy en día sería inimaginable que algún congresista hiciera una broma sobre la discapacidad de Echenique —el diputado de Unidas Podemos—, pero, en sus debates en público en el Senado o en cualquier litigio, Cicerón utilizaba la burla de los defectos físicos, algo que gustaba mucho, con tal de que se hiciera con ingenio. Hay quien dirá que hemos evolucionado. Pero, de hecho, la gente sí inventa bromas sobre Echenique en las redes. Es más: el propio político ha protagonizado algunos chistes en que se ríe de su suerte en silla de ruedas.
Para algunos, solo los miembros de una minoría tendrían derecho a gastar bromas sobre ellos mismos. Es la comicidad autofustigadora. En Estados Unidos, humoristas como Sarah Silverman han despertado polémicas. «Si hubiera habido más negros en la Alemania nazi, no habría sucedido el Holocausto», aseguraba en un show. Y, acto seguido, hacía estallar al público: «O por lo menos no a los judíos». Aunque hay quien la censura, otra parte de los espectadores tolera este tipo de humor: Silverman es judía.
Es difícil ponerse de acuerdo. Todo el mundo entiende que, si eres parte del colectivo objeto de la broma y has sufrido, no tengas ganas de reírte y te moleste. Pero, por otra parte, el humor también permite desdramatizar cualquier asunto e, incluso, que se hable de ello libremente. Las redes se inundaron de memes y bromas sobre el covid, a pesar de los millones de víctimas en todo el mundo. El 11-S o cualquier otra tragedia incentivan el humor negro. Para algunos, todo en la vida tiene su lado cómico.
Una de las claves para que la chanza resulte admisible es la necesidad de que pase un determinado tiempo para que podamos coger distancia. «El humor es igual a tragedia más tiempo», decía Mark Twain. Parece que solo recientemente hemos consensuado que el sufrimiento de los homosexuales es insoportable según nuestras normas de convivencia. De ahí que ciertas chacotas levanten ampollas.
En todo caso, nunca hay que descontextualizar el humor. La ocurrencia de Iker constituía un guiño a los continuos incordios de la prensa rosa que cada semana le adjudicaba un nuevo romance. Puyol y Casillas han dado muestras suficientes de tolerancia y ejemplaridad. Un amigo gay, al que consulté su parecer, me escribió diciéndome que estamos perdiendo el sentido del humor, que hay un exceso de crispación y que el humor no vive su mejor momento. Le escribí preguntándole cuándo íbamos a contar lo nuestro. «Vamos a esperar a que escampe», me contestó con gracia, aceptando la broma.
Alberto del Campo Tejedor es Catedrático de Antropología Social en la Universidad Pablo de Olavide Madrid.