¿Es Alcaraz un fenómeno que marcará una época?

DEPORTES

JASON SZENES | EFE

10 sep 2022 . Actualizado a las 23:19 h.

El periodismo obliga a un constante ejercicio de escepticismo. De prudencia, de desconfianza. Cada semana —o cada día— alguien intenta vender una moto sin ruedas. Con demasiada frecuencia surge un nuevo fenómeno. Una estrella fugaz. Algún futuro mito que poco después se convierte en humo. Por eso conviene tomar una cierta distancia ante el advenimiento de una nueva figura. Hace cinco años que Carlos Alcaraz empezó a rondar el radar de los que más saben del tenis mundial de categorías inferiores. Aquellos que ven antes a los futuros monstruos del mañana. Incluso entre esos chavales a los que da gusto ver jugar al más alto nivel internacional, llegan uno de cada diez, o de cada cien. Porque la cima del tenis, donde la selección se estrecha porque la competición y la industria separan a tan solo unos elegidos del resto, no puede absorber cada año a tantas caras para enseñar en el telediario.

Carlos Alcaraz ha ido completando su camino de una manera ejemplar. No solo tiene todos los recursos de un fuera de serie, algo que se da por descontado cuando a los 19 años puede convertirse en el número 1 más joven de la historia del tenis. Sino que además compite con una mezcla de valentía y naturalidad que resultan un imán para las audiencias. Pero no es el momento de discutir si va a alcanzar los 22 grand slams de Nadal, o si va a igualar los registros que ningún tenista haya conseguido a lo largo de 10 o 20 años. Porque el deporte, en un instante o como consecuencia de una larga maduración, trunca una carrera por culpa de cualquier problema —físico o mental—, la falta de motivación, las ganas de disfrutar de la vida que espera fuera de una pista de tenis, o cualquier desgracia o decisión personal.

Cualquier problema puede complicar que el viaje de Alcaraz por las alturas sea tan largo como se presupone. Pero resultaría ridículo negar que ahora mismo tiene todo a su favor para marcar una época. Por mucha coincidencia que resulte que, después de Nadal, y justo en este momento, surja otro tenista español tocado por una varita mágica. Carlitos no solo tenía un don, sino que supo aprovecharlo. Quizá su mayor rival en el futuro sea otro nuevo crío que todavía está saliendo del colegio.

Alcaraz viaja hoy como el cometa Halley. Y toca disfrutarlo. Su entorno familiar y profesional parece idóneo para que en los próximos años domine el tenis mundial de una manera superlativa. Incluso aunque hoy pierda ante otro chico tan bien guiado como Casper Ruud, se le espera para gobernar el circuito, más o menos acompañado de rivales de su nivel. Pero, pese a su estruendosa llegada a la cima, a continuación le espera el reto de mantenerse. Ese vértigo a las alturas que antes engulló, por muy diferentes motivos, a figuras que parecían invencibles. Como el propio Lleyton Hewitt, el volcánico competidor australiano al que pretende arrebatar hoy el récord de precocidad como número 1 mundial. Un talento que se fue apagando mermado por las lesiones y el desgaste de una entrega sobrehumana a su deporte.

El tenis tiene otros ejemplos de números 1 que se fueron antes de tiempo: Bjorn Borg, retirado sin ilusión siendo todavía un veinteañero; Safin, disperso por su carácter endiablado; y, sobre todo, mujeres que llegaron y cayeron a una velocidad de vértigo: Seles, Hingis, Capriati, Clijsters, Henin, Ivanovic, Safina, Wozniacki, Barty...

Pero el presente es de Alcaraz, y el futuro no está escrito.