Gervasio Deferr, campeón olímpico en salto de potro en Sídney y Atenas: «Las vi muy canutas en mi vida»

DEPORTES

Abraldes

Las adicciones le condenaron tras su retirada, años después, quiere que su experiencia sirva de ayuda

22 ago 2022 . Actualizado a las 08:24 h.

Era un niño ágil, con muchas posibilidades. Gervasio Deferr (Premiá de Mar, 1980) logró el reconocimiento internacional gracias a su oro olímpico en salto de potro en Sídney 2000. Estaba a punto de cumplir 20 años. Se creía Dios. Empezó entonces a consumir alcohol y porros, lo que provocó que diese positivo en un control antidopaje. Todo se vino abajo. Pero volvió a coronarse en Atenas 2004. Tenía cuatro años por delante hasta los Juegos de Pekín. Invirtió cinco meses en prepararse en el Centro de Alto Rendimiento tras años de locura, «necesitaba un tiempo para limpiarme», admite. Lo consiguió. En Pekín 2008 se colgó su última medalla olímpica, la plata en suelo. Su retirada llegó poco después y su caída en picado a nivel personal, acto seguido. Ya recuperado de sus adicciones, cuenta cómo fue su vida en su libro El gran salto.

—¿Qué le llevó a remover todo lo vivido y contar lo que le había pasado?

—Formaba parte del final del proceso. Llevo cuatro años haciendo un trabajo que tenía que acabar para poder continuar con mi vida. Es un punto y aparte.

—¿Una liberación?

—Más o menos. Con que mi familia lo supiese y estuviesen tranquilos ya me había liberado. Era para hacer visible un problema que puede sufrir mucha gente y ver que se puede salir de ello puede ayudarles. Mi testimonio era importante. A la gente le importó mucho cuando yo ganaba y de repente, no sabían de mí. Era de justicia explicar lo que había pasado.

—Dice en el libro que para competir «tuve que matar al Gervi sensible para ser el Gervasio Deffer ganador». ¿Qué queda de cada uno de ellos?

—Imagino que queda de los dos. Cada vez voy descubriendo y madurando más al Gervi persona. Gervasio Deffer llegó a lo máximo, en ese sentido el objetivo se cumplió y para ello tuve que pagar por una serie de cosas que Gervi no podía asumir y tenía que transformarse en el Deffer superhéroe y superguerrero. Cada día voy conociéndome y caminando hacia adelante.

—¿Qué sintió cuando ganó el primer oro olímpico?

—Sinceramente, es difícil de explicar. Aunque no sea así, en ese momento piensas que todo el esfuerzo ha valido la pena. Evidentemente, hay cosas por las que no volvería a pasar pero bueno, son externas a la gimnasia. Fue impresionante poder vivirlo una vez y revalidarlo cuatro años después fue casi más increíble que la primera porque, después de las vicisitudes que había tenido entre el 2000 y el 2004, volver a encontrarme ahí arriba fue impresionante. Luego la tercera, lo mismo. No podría elegir un momento o una sola medalla. Las tres tienen su importancia y bien trabajadas están.

—¿Sentir que no podía seguir ganando fue lo que le llevó a la retirada?

—Sí, en su momento pensé que ya no podría ganar más y creí que era un buen momento de transición para dar paso a los jóvenes. Tiempo después me di cuenta de que fue un error y que debía que haberme retirado más tarde. Tenía que haber intentado ir a Londres. Ahora es fácil decirlo, una vez que ya pasó todo.

—¿Por qué pensó eso?

—Porque cuando luego desde casa veía los Juegos pensaba que podría estar ahí luchando por una medalla. Me dio lástima estar en el sofá y no estar peleando.

—Además, eso le coincidió con una de sus peores caídas a nivel personal.

—Sí. En el momento en el que yo hago oficial mi retirada en febrero del 2011, me vuelvo a Barcelona. Ese paso fue muy complicado. Me separo de mi pareja, en el trabajo no estoy cómodo y de repente fallece un amigo. Todo se me puso en contra. Me ahogué, no sabía qué hacer para parar la cabeza y ahí es cuando comienzan los problemas de verdad.

—¿Qué fue lo que pasó para dar el paso y reconocer que tenía un problema?

—El darme cuenta de que llevaba seis años intentando cambiar las cosas y que no era capaz, siempre acababa igual y cada vez tenía más problemas por culpa de lo mismo. Era insostenible y era o acabar con todo o pedir ayuda. Lo hice a mi círculo más privado. Comencé un proceso que duró entre diez meses y dos años. Cuando superé todo el bache decido contarlo de forma pública en el libro.

—Con la perspectiva que da el tiempo. Si ve hacia atrás y ve al Gervi de entonces, ¿qué pensaría de él?

—Hice muchísimas cosas mal. Era un desastre. Pero también tenía ese punto de genialidad y de repente podía hacer cosas maravillosas. En 1996 fui a mi primer campeonato del mundo y quedé séptimo con 16 años. Ahí empiezo una ristra de competiciones por el mundo entero, representando y ganando. Haciendo las cosas bien. Luego se acaba mi pasión, la gimnasia y de repente me quedo muy vacío. Pero no solo se me quitó eso, sino también la competición y fue como un doble hándicap en contra que me hizo verlas muy canutas en algún momento de mi vida.

—¿Qué significa La Mina?

—Mi salvación. Comenzó como un proyecto social y una salida profesional para los gimnastas de Cataluña. Siempre con una mirada social. Por eso fuimos también al barrio de La Mina, una zona marginal de Barcelona donde nadie quiere ir. Nosotros estamos ahí y poquito a poco va viniendo más gente de todos lados.

—¿Qué intenta inculcar que no hicieron con usted?

—Intentamos transmitir con pasión e intensidad, pero a través del cariño y la compresión. Cuando era pequeño y me decían que hiciese algo, preguntaba por qué, y me respondían: «Porque te lo digo yo». Claro, tenía que hacerlo porque, en caso contrario, no estaría en el equipo o no iba a competir. Era una amenaza constante. Yo les digo que tienen que hacer algo y si me preguntan el motivo les explico que es el paso para conseguir otra cosa. Cuando alguien se cae lo intento cuidar. Yo me rompía un dedo y me decían ‘vete al médico. Mi entrenador y yo nos dábamos abrazos en las competiciones si había ido bien y poco más. Yo saludo a mis alumnos con abrazos y cariño. Les digo siempre que este es el deporte más difícil que existe y que yo intentaré hacérselo más sencillo. Aún así, no siempre lo vamos a conseguir, pero bueno, el camino está en encontrar la solución.

—¿Qué le dicen ahora sus padres?

—Me dicen que están súper orgullosos. Me ven el cambio. Están muy agradecidos y muy contentos. Ellos detectaron el problema mucho antes que yo. Están muy felices.