Juan Carlos Barros: «Heredé la cama de Fernando Romay»

DEPORTES

Exjugador de baloncesto y de póker, relata cómo se fue con 14 años al Real Madrid, se hizo profesional de las cartas a los 36 y ahora es un empresario de éxito

11 jul 2022 . Actualizado a las 14:40 h.

Jacinto Ruiz, un periodista con vocación de entrenador de baloncesto, le hizo cambiar el fútbol por el deporte de la canasta con once años, cuando su altura ya era muy superior a la media. Tras moldearse unos años en su colegio, el Santa María del Mar, Clifford Luyk lo reclutó para el Madrid. A una pensión de la capital de España se fue con solo 14 años y una maleta con más sueños que ropa o calzado -medía más de 1,97, tenía un buen pie y en A Coruña no había mucho donde elegir-. Y a partir de ahí se labró una longeva carrera más reconocida fuera de Galicia que en su tierra. Villalba, Pamesa, Sevilla, Granada, Benfica, categorías inferiores de la selección española… Hasta que el póker se cruzó en su camino, se retiró con 36 años y dedicó su vida a las fichas. Primero como jugador profesional y luego como pionero a nivel empresarial de esta modalidad en línea. A sus 55 años, Juan Carlos Barros (A Coruña, 1967) es presidente del grupo empresarial Betmedia Soluciones, en el que llegó a reunir más de diez sociedades, un centenar de empleados y tener presencia en varios países entre Europa y Sudamérica. 

—Se fue al Madrid con solo 14 años y unas condiciones que no tienen los niños que se van ahora a los grandes clubes. ¿Fue duro?

—La principal diferencia está en la comunicación. Está claro que las condiciones habrán mejorado, pero bueno lo que teníamos en aquel momento en el Madrid a mí me parecía muy correcto. Era más espartano. Estábamos en una pensión, de hecho, yo heredé la cama de Romay, no podíamos entrar en la cocina, nos lavaban la ropa dos veces a la semana, solo podíamos ver la tele comiendo y el desayuno era una taza de leche con 6 galletas. Ahora seguro que tienen mejores condiciones, claro, pero tanto mi familia como yo lo que más sufrimos fue el tema de las comunicaciones. Teníamos un teléfono en la pensión y con candado. Solo nos podían llamar. Mis padres vivían en Mera y no tenían teléfono en casa, así que una vez a la semana iban al Nai Pai para llamarme. Luego aún fue peor, porque cuando me fui a Villalba, con 17, 18 años, no tenía teléfono yo en casa y bajaba a la cabina para llamar al Nai Pai y que los del bar avisaran a mis padres. Ahora, la comunicación es inmediata. ¿Quién no tiene Whatsapp, mil grupos familiares? Se comparte todo. Aún lo hablamos a veces con mis padres y mi madre insiste: «Yo no sé cómo te pude dejar ir».

—Porque la suya no era una situación familiar de necesidad. Procede de una familia acomodada que nunca dependió de que el niño triunfara para poder salir adelante.

—No. Afortunadamente, no había problemas económicos. Mi padre, que es una referencia para mí, trabajó desde los once años en el puerto y consiguió que nunca nos faltara de nada a la familia. Fue que el día que me dieron el ok en el Madrid después de hacerme una prueba, se convirtió en un sueño para mí. A partir de ahí, esa lucha, entra la madre que cree que no lo va a superar y el hijo que quiere hacer realidad su sueño. Y, claro, acaba ganando el ver feliz a tu hijo. Bueno, la despedida en el taxi fue de serie. Me dejaron en la pensión, calle Guatemala número 5. Hubo sensaciones muy enfrentadas. Por un lado iniciar una etapa en el Madrid, pero yo también me quedaba tocado. Me alejaba de mis padres, de mi hermano, con el que estaba muy unido.

—¿Quién es el responsable de que se fijaran en usted y acabara en el Madrid?

—Primero, me gustaría contar cómo llegué al baloncesto. Yo jugaba en el colegio con 10 y 11 años y Jacinto Ruiz (experiodista de La Voz de Galicia) era entrenador de baloncesto en Santa María del Mar, mi colegio. Me vio y me dijo: “Pero tú, chaval, ¿qué haces jugando al fútbol? Lo que tienes es que venirte conmigo y jugar al baloncesto”. En aquel momento, es que no sé cómo decirlo, pues eran otros tiempos, mis amigos jugaban al fútbol y se veía el baloncesto como un deporte como para los flojos -luego ya vi la de palos que se dan y al final los débiles casi son los del fútbol-, (se ríe). Pero Jacinto habló no solo conmigo, sino también con mis padres. Y me convencieron. Solo me entrenó un año pero fue la persona clave para que yo llegara pues a donde buenamente llegue, sea mucho o poco. La siguiente persona clave fue Jesús Fariña, un histórico del Santa María del Mar, que me entrenó durante los cuatro años siguientes. Por su buena relación con el Madrid, consiguió que me hicieran una prueba. Y así fue cómo me vio Clifford Luyk, responsable de las categorías inferiores del Madrid, y dio el visto bueno a mi fichaje.

—En casa sí, aceptaron que viviera su sueño, pero, por si acaso, en vacaciones había que trabajar en el Muro, ¿no? (Así se conoce la lonja en A Coruña).

—No es exactamente así. Mi padre siempre tuvo la esperanza de que yo me quedara con su negocio del puerto. Él quería que le diéramos continuidad. Mi hermano (fallecido hace unos años en accidente de moto) dejó de estudiar pronto y se puso a trabajar con él. Y mi padre, como sabía que la carrera deportiva era corta y yo no tengo estudios superiores, se preocupaba por mi futuro. Sí que me decía que estaría bien que conociera el trabajo para ir haciendo la transición. Así que durante dos o tres veranos yo bajé al puerto para conocer el negocio. Fue lo suficiente para saber que no era lo que quería. Era una posibilidad para hacer si no encontraba otra cosa, pero que claramente no era lo que me atraía. No era mi mundo. Mi hora de acostarme estaba demasiado cercana a la de levantarse mi padre, que se iba a trabajar a las cuatro de la mañana. Aprendí el negocio, eso sí. Y mi padre nunca perdió la esperanza de que yo me quedara con él. Incluso cambió la altura de los techos, que eran bajos, para que yo me moviera con soltura. Pero no le sirvió de nada (se ríe).

Es que de la época que es usted, habrá tenido muchos problemas con la altura, a nivel de coches, camas, ropa, calzado…

—Es curioso porque esta mañana salía de casa, llevaba unas zapatillas nuevas y un vecino que se cruzó conmigo y me dijo: «Pero Juan, ¿ya estás estrenando zapatillas otra vez?». Y, claro, le respondo: «Mira, Arturo, es que me he pasado tantos años sin apenas cambiar de zapatillas y estar muy limitado a la hora de vestir, que ahora que hacen ropa y calzado para mi talla, trato de desquitarme». En algunos casos me enviaba Romay desde Madrid, porque había más posibilidades. Es que hasta que no llegó El Corte Inglés a Coruña no había calzado del 50. 

—¿Qué le aportó el Madrid?

—Es una grandísima escuela. Y sigo aplicando principios y valores que aprendí en las categorías inferiores: respeto a las jerarquías, cultura del esfuerzo, valorar todo lo que se consigue. Era una formación espartana. No recuerdo estrenar ropa. Los juveniles y júniores heredábamos la ropa. Responsabilidad. Teníamos libertad siempre y cuando la utilizáramos bien. Y eso es algo que después, en los siguientes clubes, todo el aprendizaje del respeto a los compañeros, al contrario, el ser agradecido, el sacrificio, valorar todo lo que se consigue, me ayudó a hacer una carrera larga y a tener…. Todos los entrenadores o muchos, trabajaron horas extras conmigo. Lo entendía como un favor que me hacían, no como un castigo. Que un entrenador dedique tiempo suyo a trabajar contigo… Siempre, no sé, fui agradecido por el trabajo que hicieron. Todo eso fueron enseñanzas que fui absorbiendo a lo largo de los años.

—¿Cómo ha visto lo sucedido con Laso?

—No soy objetivo porque es buen amigo. Pero independientemente de eso, creo que por los resultados de estos 11 años, y por cómo devolvió la ilusión a la afición madridista, se merecía salir por la puerta grande y no de esta forma. Pablo, además de quererse a sí mismo, tiene familia y 3 hijos, y él sería el último en arriesgarse si no lo tuviera claro. No hay relaciones eternas, y menos en el deporte de alta competición, pero es una pena que no tuvieran un final a la altura de su relación y resultados. Esta última temporada ha sido espectacular y, posiblemente, la mejor por la cantidad de obstáculos que han superado. Incluso mejor que la que ganaron los cuatro títulos, por todas las dificultades deportivas y extradeportivas que tuvieron que superar. 

—Tuvo una carrera importante, con títulos, ¿por qué no llegó a triunfar en el Madrid? ¿Le queda esa espina?

—Sí. A nivel de esfuerzo creo que hice todo lo que estaba en mi mano. Incluso cuando las cosas me iban mal, me sobreentrenaba. Por condiciones físicas, técnicas y tácticas se generaban unas expectativas mayores en mí. Un alero de 2,05 podía haber llegado a más. Fueron limitaciones más mentales. Quizá no me lo llegué a creer nunca. 

—Tampoco había en aquel momento aleros tan altos.

—Cogí justo la época en la que Aíto había puesto de moda los aleros altos, los cuatros utilizaba para que fuéramos poste y luego salir fuera y tirar. Yo tiraba bien de lejos. Me adapté bien. Sabía que en la zona, con mi cuerpo, no tenía muchas posibilidades contra los pívots. Así que, ahí Pablo Casado y Manolo Alcaide, en el Villalba, me ayudaron mucho, trabajando para que fuera un buen ala-pívot, capaz de jugar de cara al aro. Eso luego me dio versatilidad. Por eso, quizá pude alargar mi carrera en la élite. Tener altura y poder jugar de cara. 

—¿Le gusta el baloncesto de ahora?

—A diferencia de muchos veteranos que hablan del baloncesto de antes… Sí me gusta. Creo que el de ahora es más técnico, más físico, más rápido, más espectacular. El nivel del jugador medio se ha elevado mucho. Tanto la NBA como el Europeo. Sigo menos el nacional. Pero la Euroliga y la NBA me parecen un baloncesto muy completo. Se hacen menos cosas. La gente es más grande y el campo no ha crecido. Los métodos de entrenamiento han mejorado a los jugadores.

—Pero es raro ver equipos como los de Laso tan vistosos y que corran tanto, ¿no?

—Los puntos fáciles le gustan a cualquiera. El Barça corre y hay cuatros que corren el contraataque. Es verdad que con Laso, por la libertad que le da a su equipo, pueden correr más, pero con la calidad y potencia que tienen hoy los jugadores cualquiera puede correr. Creo que por el físico hay un baloncesto más rápido. Hubo un tiempo que era más amarrategui. Los tiempos de Maljkovic, por ejemplo, podían estar 30 segundos agotando la posesión. Hoy no. Los resultados son mucho más abultados.

—Lo dice después de que en la final de la Euroliga el Efes ganara al Madrid por 57-58.

—(Se ríe) Pues sí que he estado atinado. Pero en este caso es porque se defendió muy bien. Pero hay más velocidad porque las defensas son muy agresivas y hay que moverse más rápido. Antes no se forzaba tanto desde el principio.

—¿Cree que hay que ampliar la cancha?

—Quizá, sí. Se ha alejado la línea de tres y el campo se ha quedado pequeño. Al menos hay que repensarlo. Como hace 19 años que no estoy en los campos, no sé lo que se siente al estar rodeado de gente tan grande.

—¿Ya no juega pachangas?

—Sí, con amigos y uno contra uno contra mi ahijado, una de las cosas más gratificantes que hay. Juego con los veteranos del Madrid y este año me estrenaré con los del Valencia en septiembre.

—Deja el Madrid, se va a Villalba, pero el salto de calidad lo da al irse al Valencia.

—Sí, había hecho un buen año en Villalba cuando lo compró Jesús Gil, que venía acostumbrado al mundo del fútbol y los traspasos y yo juraría que fui el primer traspaso pagado de la ACB. El Valencia dio diez millones de pesetas por mí. No le salí muy caro.

—Bueno, hablamos del baloncesto y de 1990. Dos años después el Deportivo pagó 250 por Bebeto, así que diez no está mal.

—¿En serio? Pues yo lo tenía por poco dinero, pero ese dato que usted me da pues me produce alegría. Ya me siento más importante (bromea entre risas).

—Usted fue el primer traspaso de la ACB y años después, otro gallego, este vigués de nacimiento, pero coruñés de adopción, como Miguel Juane, se convirtió en el primer baloncestista que se acogía al decreto 1006.

—Pues es verdad. Miguel fue pionero en eso. Un gran jugador. Un gran amigo y un profesional enorme en todos los sentidos. Una persona muy importante en mi vida.

—En Valencia empieza a tener gran reconocimiento

—Coincido con grandes compañeros, con un equipo ambicioso. Coincidió con la incorporación del tercer americano y, saliendo del banquillo, fue mi mejor año, con Manu Moreno en el banco. Me llevé el premio Gigantes al jugador con mayor progresión. Me salieron buenas temporadas a nivel individual, pero no logramos los objetivos esperados. Esos se consiguieron en la siguiente etapa, cuando yo no estaba. Fueron cinco años de luchar por Europa, pero descendimos al quinto contra todo pronóstico. Fue un descenso de esos que se tienen que juntar mil situaciones inesperadas y sucedió. Entramos en el play-out de carambola y  acabamos bajando con un palmeo en el último segundo de Wayne Tinkle en Huesca. Estaba en mi mejor momento profesional con 26 años y uno de contrato. El club me propuso una renovación por cinco temporadas. Era muy generosa a nivel profesional y personal, pero no llegamos a ejecutar el acuerdo. Tenía ofertas de Unicaja y Sevilla. En este último fichaba Petrovic y me fui para allí. Con tan mala suerte de que el día anterior a iniciar la temporada calentando, se me cayó una de las piedras que sujetaban las canastas y me rompí los cinco metatarsianos de un pie. Estuve mucho tiempo lesionado y cuando volví no lo hice bien. Me fui a Granada y tampoco hice un buen año. Ahí estuve a punto de retirarme, pero con la Ley Bosman surgió la oportunidad de irme a Portugal. Me llamó el entonces entrenador portugués más laureado, Mario Palma, que se iba del Benfica a un nuevo proyecto, el Estrelas da Avenida. Ficharon también a Arcega. Hicimos un equipo de jugadores de potencial pero que todavía tenían margen para dar algo más. Y ganamos la Liga y la Copa. Fue mi mejor año. Tenía una motivación especial. El día anterior a empezar la pretemporada falleció Ángel Almeida de un ataque al corazón. Era mi mejor amigo. Habíamos coincidido en Sevilla e íbamos a vivir juntos en Lisboa porque él iba a jugar en otro equipo de allí, el Portugal Telecom. Fue un palo duro para mí, pero internamente tenía una motivación extra, que era jugar por él.

—En Portugal hace carrera.

—No iba muy convencido pero me volvieron a salir bien las cosas. Era una Liga menos exigente físicamente y, aunque jugué con dolores ya hasta el final de mi carrera, pues tuve siete años muy buenos. En el Estrelas, el Madeira, el Benfica, el Aveiro Basket… Mi idea era retirarme con 32 años. Había aprendido el negocio del puerto con mi padre, había sacado el título de entrenador y participado en una tienda de ropa con un amigo en A Coruña. Pero ninguna de las cosas me convencieron. Y ahí le pedí a mi agente que me consiguiera dos años más. Firmé por el Aveiro, conocí el póker online y ahí cambió mi vida e inicié una nueva historia. Primero compaginé el baloncesto con las cartas y acabé convirtiéndome en jugador profesional. Con el tiempo, creé mi empresa y hasta hoy. Yo es que venía de una cultura de jugones. Pero con un concepto sano como entretenimiento. En mi casa siempre se jugaba a las cartas los fines de semana.

—¿Se le dio bien desde el principio o tuvo que currárselo mucho?

—Se me dio bien, pero tuve una ventaja. Yo estaba casado con una americana y dominaba bien el inglés. Y en aquel momento todos los manuales que había de póker estaban en inglés, con lo cual para mí fue una ventaja respecto a otros adversarios. Ahí tuve claro que me iba a retirar y mi siguiente actividad sería jugador profesional de póker. Me parecía más sencillo ganar dinero en las mesas que ser elegido en el baloncesto profesional. Había menos competencia. Lo que más me apetecía era no tener jefe y hacer algo que me gustara y elegí esto. 

—En su vida casi todo acaba siendo casual, porque la empresa, pionera en póker online en España, también la monta casi por azar.

—Pues sí, porque le escribí al autor de uno de los libros, el que más marcó la diferencia en mis resultados. Le escribí para agradecerle que compartiera sus conocimientos con los aficionados. Me respondió y me dijo que ganar dinero jugando estaba bien, pero que era más seguro ganarlo en la industria y puede dar otro tipo de seguridad a largo plazo. Y me mete en el mundo de la publicidad en el juego y en el del márketing de afiliados. Que podía, como jugador, hacer mi propio blog y a partir de ahí compaginé ambas cosas. Pensé que era difícil que las dos cosas salieran mal y así comenzó mi contacto con la actividad.

—¿Dónde se considera que fue mejor, en el baloncesto o en el póker?

—En el póker. En baloncesto fui internacional y en póker gané una etapa del campeonato de España, aunque mi especialidad eran las mesas de cash online, no torneos. Pero, qué es ser mejor, dónde gané más dinero, más títulos… Me ha sido más sencillo competir en el póker. Pero ahora ha cambiado mucho. Hay mucha preparación. Yo incluso he tenido una escuela. El nivel medio se ha elevado. Ahora hay mucha más literatura y software de apoyo.

—¿Por qué con su trayectoria es tan desconocido en Galicia?

—Esa es una realidad. Me fui muy joven. Tuve siempre ofertas de los equipos gallegos. Pero las de fuera eran mejores. Y como jugador joven, aventurero y nómada me atrajo más la aventura fuera de Galicia. Entonces, mi vinculación con el baloncesto gallego fue escasa. Hasta tuve más con Castilla, porque jugué en la selección autonómica. En la gallega no lo hice hasta veteranos. Quizá tampoco tuve nunca mucha exposición pública, porque no me ha gustado mucho el tema de las entrevistas. Usted mismo lo ha podido comprobar, que de inicio, me pensé mucho conceder esta. Creo que a nivel de jugadores sí que soy conocido y reconocido, pero a nivel de aficionados, no. Es posible que mucha gente no sepa ni que soy gallego. Le diré que nunca he recibido una ovación en Galicia, solo me han abucheado. Y creo que es porque no sabían que era de aquí (se ríe).

—¿Por qué no da cuajado el baloncesto en A Coruña?

—Tampoco puedo ofrecer una opinión quizá muy certera, porque, como venimos de hablar, mi vinculación con el baloncesto de aquí nunca ha sido elevada. NI siquiera ahora que vivo aquí. Sé que ha habido muchos proyectos. Unos más serios que otros, pero yo creo, sinceramente, que el problema es que A Coruña no es una ciudad tan grande como para que convivan tres deportes en la élite. Y dos hace años que se ganaron su lugar, el Dépor y el Liceo. Entonces, en momentos puntuales, aquí sí que puede haber tirón por determinados acontecimientos: una Copa del Rey, un partido de la selección, un play-off, pero no hay tradición de baloncesto como puede haber en Ferrol, Lugo o Santiago.

—Empezó de casualidad, pero la empresa se convirtió en un monstruo. Cien empleados y presencia en varios países. Incluso llegó a ser socio de los Pelayo (familia conocida por estudiar las fórmulas para hacer saltar la banca en los casinos).

—Uno sabe cómo empiezan las cosas pero no cómo van a continuar o acabar. Afortunadamente seguimos en pie con 5 empresas, de las más de 10 en las que participé como socio fundador. Y, sí, los Pelayo contactaron conmigo y durante un pequeño período de tiempo hicimos cosas juntos. He tenido muchas alegrías, pero también muchos tropiezos. Me he equivocado tanto y he aprendido tanto de los errores que estoy por cometer más. 

—¿Cómo ve la mala imagen que transmite el juego, con 25.000 niños gallegos en peligro de acabar siendo ludópatas, por ejemplo?

—Lo entiendo como válvula de escape, como entretenimiento, pero entiendo un juego regulado para proteger a los grupos vulnerables, en este caso los jóvenes y gente con tendencias adictivas. El póker no deja de ser una metáfora de la vida real. Hay universidades en Estados Unidos que enseñan póker, al igual que en Rusia enseñan ajedrez… La clave en el póker, al igual que en la vida es saber cuándo mantener tus cartas y cuando tirarlas. No elegimos las cartas, pero sí como jugarlas. Y, por otra parte, se tiene que jugar y vivir de forma responsable. El exceso se convierte en un problema como cualquier cosa en la vida. Pero ante los problemas, creo que la solución no es prohibir. Las prohibiciones solo fomentarían el juego ilegal y descontrolado. Lo que hay es que regular una publicidad adecuada, unos destinatarios responsables y un objetivo de entretener. Hay gente a la que le gusta disfrutar en un parque de atracciones y otra gente jugar unos céntimos al póker y si su poder adquisitivo es el adecuado jugar más dinero. Pero sí que hay que controlar los excesos. Y eso se consigue informando y formando.

.—¿Cómo disfrutaba más, como jugador de baloncesto, de póker o empresario?

—La descarga de adrenalina la tienes en las tres actividades. Es un disfrute diferente. Como jugador de baloncesto tienes la satisfacción personal y colectiva de conseguir objetivos y el reconocimiento del público. Como empresario disfrutas mucho de los éxitos, no sólo por el dinero que ganas, también por lo que significa crear algo, superar las dificultades, y conseguir que sea un medio de vida para todo el equipo.Y el disfrute en una mesa de poker con las buenas y malas decisiones es comparable al de jugador de baloncesto, pero más personal. 

—¿El mejor momento de su vida?

—Cuando fiché por el Madrid y los dos títulos con el Estrelas.

—Los peores, supongo que las muertes de su amigo y su hermano.

—Exactamente eso. Y cambiaron mis creencias. Con Ángel Almeida me replanteé las creencias y con mi hermano se consolidó el agnosticismo. Dejé de dar las gracias a un todopoderoso y dejé de culparlo. Ahora vivo en paz. Lo que sucede, sucede y nadie tiene la culpa de ello.

—Cuénteme el momento más complicado en una cancha.

—Nate Johnson, jugando yo en Benfica, me dio un puñetazo y perdí el conocimiento. Se me apagó el cerebro unos segundos largos. 

—¿Qué le había hecho?

—Yo es que salía a defender al buen 3 o al buen 4 y utilizaba todo lo que podía. Y no siempre de manera amable. Yo tenía que pararlo, y estaríamos picados. Entre lo que nos decíamos y nos hacíamos estaríamos picados. Pero los peores fueron tres lesiones. Me partí la clavícula cuando estaba preseleccionado para el Europeo de Alemania con Lolo Sainz. Me quedó el hombro dos centímetros más corto. Luego lo de los dedos y también otra vez tres costillas en un partido de veteranos en Nantes. Vine en ambulancia doce horas. Yo no podía respirar en la cancha. 

—¿Lo más odioso que ha hecho?

—Lo que se hace en la cancha queda allí. Hay mucho contacto en la zona. Dejémoslo ahí.

—¿Era provocador?

—Digamos que cuando no estás fino en ataque, tienes que ser más útil en defensa, y eso te lleva al límite del contacto. Una vez a Oscar Smith le dije: «Lo siento, pero el míster me ha dicho que no recibas, así que prepárate. Pero no es nada personal». (se ríe).

—¿Qué le parece el tema de las nacionalizaciones express?

—Natural si hay vínculos. La última, [la de Lorenzo Brown], no la entiendo. Transmites un mensaje resultadista a los jóvenes y a la afición.

En corto

 —¿Qué coche tiene?

—Un Range Sport. Suena de presumido, pero bueno.

—Un reloj.

—TW Steel. Me encanta esta marca. Tengo varios. Siempre llevo reloj.

—Comida.

—Marisco y churrasco, lo cocino yo los domingos.

—Una bebida.

—Hace unos meses diría cerveza o vino, pero ahora me aficioné mucho al agua con gas y limón.

—Última tarea doméstica.

—Poner el lavaplatos.

—Cocina.

—Sobre todo ensaladas y churrasco.

—Un libro.

—Cualquiera de John Woodem… Observaciones y reflexiones dentro y fuera del campo 

—Una película.

—Cualquiera de derrotas épicas, como Rocky, Gladiator, 300…

—Música.

—Rock & roll y pop.

—Un personaje histórico

—Marco Aurelio.

—Prensa, radio o televisión.

—Además, de prensa online, ultimamente me informo mucho por redes sociales y Youtube.

—¿Creyente?

—Lo fui

—¿Monárquico?

—No conceptualmente, pero sí juancarlista y también felipista.

—Lo de juancarlistas en este momento es arriesgado.

—Si buscas la perfección, claro que no lo ha sido, pero si pones lo bueno y lo malo, creo que ha sido muy bueno para el país