Paulo Alonso
Después de set y medio de resistencia, Rafa Nadal se dobla por la mitad. Lleva todo el campeonato compitiendo con vendas en el abdomen, pero es ahora por primera vez, con 6-3 y 3-3 en contra ante Taylor Fritz, en un duelo de cuartos en el que parece que algo no encaja, cuando dice basta. O casi. Se agacha, se palpa la parte baja del tronco y comienza un diálogo doliente con el equipo de su banquillo. Niega con la cabeza, transmite que no puede, pero tampoco se retira. Ni aunque se lo diga su padre, Sebastián Nadal, con gestos de rabia como si le hablase al niño al que vio crecer con una raqueta en la mano, educado en el máximo estoicismo en la pista, imprimido este por su tío Toni como entrenador. Esa mentalidad, la del «no hay dolor», le mantiene con vida después de que, con 4-3 en contra, le atiendan el fisioterapeuta en la pista y el médico en el vestuario. De las entrañas de la pista central regresa medio encogido y comienza una resistencia heroica, inverosímil, ¡tan nadaliana!. Ese milagro incluye el triunfo en el segundo set, y también en el cuarto, para empatar por dos veces una batalla que nació adversa, pero que termina festejando luego hasta por 3-6, 7-5, 3-6, 7-5 y 7-6(4) después de más de cuatro horas de pelea. En semifinales le espera el australiano Nick Kyrgios, después de resolver su encuentro ante el chileno Christian Garín por 6-4, 6-3 y 7-6(5). La pregunta ahora es: ¿LlegaráNadal en mínimas condiciones para plantar cara a la cita del viernes?