—¿Deberían ir los padres a las competiciones de sus hijos?
—Si saben estar, sí. Para animar de una manera que ayude a sus hijos, sí. Porque igual a los niños les apetece mucho que sus padres vean lo bien que se lo pasan y compartirlo con ellos. Pero si no saben ser solo padres y van a liarla parda y va a ser un estímulo que va a restar, igual es mejor que no vayan. Tengo 57 años y en mi generación casi nunca venían a vernos y no pasaba nada. Si puedes sumar perfecto, pero si vas a restar mejor te quedas en casa, o aprendes a ser un padre normal y corriente.
—La valentía y el miedo son dos aspectos que van muy relacionados. ¿Cómo se trabajan para que uno no venza al otro?
—Cuando mezclamos estas dos palabras, siempre me acuerdo de una frase de Jon Wayne que dice: «Ser valiente es estar cagado de miedo y a pesar de ello subirse al caballo». No hay dos clases de persona, los que tienen miedo y los que no. Todos lo tienen. Pero hay dos clases de deportistas: los que a pesar de tener miedo aprietan los dientes y temblando se suben al caballo, y los que por más que aprieten se quedan en el suelo y no pueden subirse. Ser valiente es saber afrontar el miedo. Si alguien te dice que puedes superarlo sin afrontarlo, te engaña.
—¿La frustración puede acabar con una carrera?
—Sin duda. De ahí que sea tan importante que todo el entorno que va a educar a ese deportista le ayude a establecerse unas expectativas realistas. Es decir, que el deportista espere que ocurran cosas que sean probables. He vivido esto muchas veces. Se ficha a un jugador y se espera de él más de lo que se puede esperar porque se le compara con otro. Viene el jugador, lo hace bien, pero no tan bien como el entorno esperaba, entonces se le acusa de fracasado, porque no ha estado a la altura.
La persona que puede establecer ese listón de forma realista es el entrenador. Porque es el que más lo conoce. Una de las tareas de todo el equipo técnico sería colocarle de manera realista el listón en cada momento de su carrera. Eso va a afectar a su autoestima. Si llevo diez saltos nulos, pienso que no valgo para saltar y quizá el que no vale es el entrenador por poner la meta demasiado alta. Si se lo pusiera a la altura que puede saltar su autoestima mejoraría. Las expectativas son claves para valorar la frustración.
—La retirada, ¿trabajan para ese momento?
—Sí, es fundamental. Si anticipas lo que va a suceder, te puedes preparar para ello. Hacemos dos tipos de trabajo. El primero es ir sustituyendo las fuentes de autoestima. El otro es trazar un itinerario formativo para que cuando terminen tengan el recambio a punto.
—Después de una larga carrera, ¿cuál diría que son las principales consultas que ha atendido?
—Tres. La primera, la adaptación. Esto no se trabaja lo suficiente. Se ficha a un deportista que viene de otra cultura, de otro equipo, de otra manera de entender las cosas y se parte de la base de que este tipo se va adaptar y va a funcionar igual de bien que lo hacía donde estaba. Esto no es sencillo. Buena parte de las consultas han ido en esta dirección.
La segunda y quizá la más común es «pagar el precio que cuestan mis objetivos». A esto le llamamos compromiso. Desde el punto de vista de renuncias, sacrificios, cumplimiento del programa y asumir las consecuencias de la inversión. Pagar el precio es lo más difícil. Muchos nos han pedido ayuda para terminar de pagar el precio que cuesta su nivel de ambición. El tercero es «ayúdame a tolerar la presión de la competición».
—De todos los deportistas que ha tratado, ¿a quién consideraría un verdadero campeón?
—Estuve 28 años en el CAR de Sant Cugat y trabajé con 2.751 deportistas. De ellos, el que públicamente más me ha enseñado y marcado es Gervasio Deffer. Tenía un don para competir y tolerar la presión. La gente normal, cuando se trata de aprender a confiar, funciona con hechos. Él funcionaba al revés: primero creyó y luego llegaron los hechos. Una vez me dijo: «Hay gente que cree en Dios, pues yo creo en mí mismo». Tenía una fe irracional.