En cambio, sí lo han tenido en Red Bull a la hora de la verdad: este domingo es el mejor ejemplo. Cuando a Pérez le ordenaron no rebrincase porque Verstappen venía más rápido, él lo hizo sin mayores problemas (aunque no con placer). El doblete lo tenían en la mano y, desde el punto de vista del equipo, qué piloto quedase primero era relativamente irrelevante. Pero conscientes del tremendo mordisco que podían pegarle al Mundial de pilotos, lo lógico era primar la candidatura del vigente campeón. Esto solo se puede hacer si se tiene a dos equipos en una cierta igualdad de rendimiento. No es el caso de Ferrari (tampoco de Mercedes, donde George Russell le está mojando la oreja a todo un Lewis Hamilton), ya que Carlos Sainz no encuentra el paso adecuado. Como aquel que mueve las caderas al ritmo de una bachata cuando la música es una salsa, el piloto madrileño desaparece a la hora que es necesaria su ayuda. Pasó el sábado en la clasificación de Bakú, cuando no solo perdió la pole en el último intento de la Q3 sino que además fue rebasado por los dos Red Bull, y pasó el domingo, cuando en su salida apenas puso en peligro el tercer puesto de Verstappen hasta que abandonó.
Los días que van a pasar hasta Canadá van a ser complicados en Maranello. La imagen de los mecánicos y miembros técnicos del equipo recogiendo los bártulos antes de que acabara la carrera de Azerbaiyán lo dicen todo, ya que aparte de las prisas por irse cuanto antes hacia Montreal, tampoco querían ver el resto de una carrera en la que, una vez más, salían derrotados. Red Bull, como equipo, y en concreto Verstappen y Pérez como pilotos, les habían pintado la cara.