El Real Madrid ganó la final de Champions como vino haciéndolo durante la mayor parte del campeonato: resistiendo, esperando y buscando sus momentos, con Courtois parando mucho y bien. También sufriendo.
Si Benzema y Vinicius están desactivados, mala noticia para el Real Madrid. Si Kroos y Modric tampoco aparecen en la elaboración, más malas noticias. Y eso es lo que sucedió durante casi todo el primer tiempo de la final. El Liverpool tuvo más posesión de balón, no lo regaló, consiguió que se jugase mucho más cerca de la portería de Courtois y llevó la iniciativa.
Los ingleses arrinconaron a los blancos, quizás porque Ancelotti entendió que la mejor manera de defender a un equipo con muchas flechas, que se siente más cómodo cuando puede galopar, era esperarlo muy atrás para que no pudiese correr. Y el Madrid sabe que puede sacar un zarpazo en cualquier instante, como en el polémico gol anulado al filo del descanso, en la única acción en 45 minutos en que encontró una rendija.
En la segunda parte se vio que lo de esperar era consigna. El conjunto blanco se preocupó de principio a fin de no regalar metros a sus espaldas. Tuvo algo más el balón, lo movió con algo más de verticalidad y encontró el gol en un centro lateral.
Pudo matar el partido en alguna contra, le tocó defender por acumulación ante el empuje rojo, sufrió y acabó llevándose otro gran premio en una temporada que esta llamada a ser de transición.