Una fábrica de generar antimadridismo

José Luis Losa

DEPORTES

AFP7 vía Europa Press | EUROPAPRESS

29 may 2022 . Actualizado a las 23:00 h.

Noté en la noche del sábado la caída de ánimo normal en amigos, personas afines que no dudan en reafirmar el anti-madridismo como una manera de ser. Aunque esto, dicho literalmente así, suene un poco joseantoniano. El antimadridismo —como su opuesto— también es algo que se mama desde la inocencia. Durante unos años prodigiosos, gente de otro planeta, como Cruyff, Ronaldinho, Rijkaard, Guardiola, Messi, Xavi o Iniesta, fueron quienes de invertir el curso de la Historia del fútbol. Enseñaron que se puede ganar títulos enamorando. Respetando la exquisitez de un estilo. Y lo único que supo hacer el Madrid —esto es, Florentino— frente a esa revolución de los claveles fue desencajarse. E importar, en un acto de desesperación, a Mourinho, para que enfangase el terreno. Un antídoto tóxico, por ver si así no se jugaba al balón.

Mourinho: esa máquina de secretar odio, ya no en el mundo del fútbol sino en una sociedad entera. Superada —por suerte— la era de las caenas mourinhista, que fracturó tantas amistades y enloqueció transitoriamente a tanto madridista cuerdo, hemos vuelto al relato cuasi hegemónico en España, del Madrid victorioso. Que en los últimos años se ha ampliado a Europa.

Mucho se habla de que un Madrid en transición ha ganado a varios clubes-estado. Sin duda, el City, el Chelsea o el PSG lo son. El Madrid también. Es un equipo-estado en manos de Florentino, como lo fue con Bernabéu. Hay un gatopardismo por el cual cambian las caras o los regímenes pero permanecen las situaciones de poder real. En el Santiago Bernabéu se celebraban los mayores actos de masas de los Coros y Danzas y las Demostraciones Sindicales del Ancien Régime. Igual que, en la democracia, el palco del Bernabéu es el escenario donde se pactan las grandes obras y sus comisiones, tanto con Aznar como con Sánchez. El Camp Nou no posee ni por asomo esa enjundia. Por no ir no iba ni Pujol, exponente del poder absoluto en Catalunya, que detestaba al club. Y que negociaba su famoso 3% en su casa de payés.

Hay otra cosa más que tampoco ha cambiado. El Madrid vence pero no convence. Siempre ha sido así. Posee el ADN triunfador o saca a relucir la corte de los milagros, de manera ya hiperbólica esta temporada. Pero esta forma de jugar, o mejor dicho de no jugar —por ejemplo, la de este Madrid de la decimocuarta Copa— no sumará a un solo aficionado más a sus colores. Muy al contrario, la milagrería contrafactual, asesina de la meritocracia de este juego, y que tanto gusta a su afición es una máquina de generar antimadridistas en Europa y el mundo.

Hoy —como en los días del PSG, Chelsea o Manchester City— serán muchos más los que detesten lícitamente lo que el Madrid representa con fervor. Por eso, yo les diría a los amigos tan abatidos el sábado que no hay motivo para que no eleven el ánimo. Los triunfos del florentinismo son tribales y endogámicos. Los empequeñecen, aunque engorden su vitrina hasta el infinito. Ya sé que es una paradoja. Piensen, si les viene bien, un poco en ello.