Paco Buyo: «Salí del Camp Nou con Al-Khelaïfi en una limusina blanca y cenamos en McDonald's»

Iván Antelo A CORUÑA

DEPORTES

El mítico portero relata numerosas anécdotas de su vida profesional en el fútbol y como comentarista: «El Superdépor vino a ficharme»

16 may 2022 . Actualizado a las 19:40 h.

Icono del deporte español en la década de los ochenta y de los noventa, Francisco Buyo Sánchez (Betanzos, 1958) ha presumido siempre de sus raíces: «Soy gallego, coruñés y de Betanzos». Vivió durante tres lustros muchos de los momentos más importantes del fútbol español, convirtiéndose en toda una leyenda del Real Madrid y de la selección española. Una época dorada en la que todos los porteros soñaban ser como Paco Buyo.

—¿Cómo se le dio por jugar al fútbol?

—Como la mayoría de los críos, empecé en la escuela. Yo iba al colegio García Hermanos de Betanzos, que tenía un patio maravilloso, con un extraordinario césped de cemento puro, y ahí jugaba. A veces de portero, otras de delantero... Mi padre era muy aficionado al fútbol y yo iba con él a Riazor a ver al Dépor. Desde que tendría unos cuatro o cinco años. Así fue cómo empezó mi afición por el fútbol.

—Cuentan las leyendas que jugaba de extremo en el Ural.

—El primer año de infantil, yo estaba en el equipo de mi barrio, la Ribera, e hicimos un torneo en Betanzos en el que quedamos campeones. Fuimos al Campeonato Gallego, reforzándonos con dos o tres jugadores de otros equipos, y ya como el Betanzos llegamos hasta semifinales, en donde nos eliminó el Ural. Parece ser que lo hice bien y al año siguiente me fichó. Allí estaba Quique, que era otro gran portero, y nos alternábamos. Yo jugaba un partido de portero y otro delantero. El tema es que acabé la temporada como máximo goleador y portero menos goleado de la categoría infantil. No creo que alguien más haya sido capaz de lograrlo.

—¿Y cómo acaba en el Dépor?

—Antes, en las categorías pasabas de infantil a juvenil, no había cadetes. La gente del Ural quería que yo fuera al Español, pero yo estaba hasta el gorro de coger todos los días el bus de Betanzos a A Coruña. Así que Freire, que es un histórico, me cogió y me dijo que fuera a los juveniles del Betanzos, en donde solo jugué cinco partidos, porque ya me subieron al primer equipo de Regional Preferente. Jugamos el Campeonato Gallego de aficionados y en la final nos enfrentamos al Vioño, que tenía un superequipo entonces. Me dieron pelotazos por todos lados en el campo de La Granja. Tanto debió ser así que en verano, Pepe Platas, un futbolista extraordinario de los Mallos, que jugó en el Racing de Ferrol, Las Palmas y Mallorca, tomando unos vinos con gente del fútbol, comentó: «Hay un chaval en Betanzos muy bueno». Me llamó y consiguió que me traspasaran al Mallorca por 150.000 pesetas (900 euros). Yo tenía 16 años y el Mallorca acababa de descender de Segunda a Tercera División. Juego 15 o 20 partidos, el club en una situación económica muy delicada, y el Málaga viene a por mí. El Mallorca pidió un millón de pesetas por mí (6.000 euros) y no se concretó. Al final de temporada estábamos en una situación límite, sin cobrar, pero afortunadamente yo comía en el mejor restaurante de la isla, en la Casa Gallega, con Amador Cortés. En ese momento es cuando hablan con Antonio Álvarez, que era el presidente, y Fernández Trigo, el gerente, y me voy al Dépor. Héctor Rial me da la confianza, empiezo jugando, e inmediatamente van a Mallorca de forma hábil y compran ya mis derechos por unas 100.000 de las antiguas pesetas (600 euros).

—Aquel Dépor estaba en Segunda. ¿Cómo era? ¿Quién mandaba en el vestuario?

—Estaban Pancho García, García, Alfonso, Gallego, Pardo, Albino, Manolo Castro, Rabadeira, Bellod, Pousada... Era un gran equipo que la temporada anterior había estado a punto de ascender a Primera con Naya de entrenador. Yo, aunque venía de un vestuario con veteranos, era un crío. Tendría 18 años y, aunque era el último mono, caí bien al vestuario.

—Tuvo que hacer un paréntesis para hacer la mili.

—Yo creo que el Deportivo se despistó. No sé qué pasó ahí... Iba a ir primero a Capitanía a Madrid para acabar luego de hacerla en A Coruña, pero el tema militar es complicado y termino en Huesca. Ahí hablo con el Dépor y le digo que jugará en el Huesca en Segunda B y así lo hago. Eran cuatro jugadores buenos del pueblo, dos o tres soldados que estábamos allí haciendo el servicio militar y el resto que cumplían para estar en Tercera o por ahí. Ese año empezamos a ganar a partidos hasta el punto de que arrancando la segunda vuelta íbamos líderes y éramos de los equipos menos goleados. Recuerdo al presidente diciéndome: «Tenéis que bajar el nivel que no tenemos dinero para ascender». Y yo: «Tú asciende y luego ya renunciarás si quieres». Pero bueno, ahí en ese momento, el Deportivo siguió luchando para que yo regresara ya que estaban en una situación delicada, peleando por no descender con Luis Suárez de entrenador. Arreglaron, pude disfrutar los últimos partidos con el Deportivo y nos salvamos; mientras que el Huesca quedó no sé si tercero o cuarto y no pudo subir.

—En cuatro años tuvo nueve entrenadores diferentes en el Deportivo.

—El Deportivo era un equipo que siempre era favorito para ascender. Levantaba muchas expectativas. En el fútbol hay que tener paciencia y, por circunstancias, los dirigentes que había no la tenían. Eso desestabilizó mucho al grupo. Era empezar de nuevo con cada cambio, palizas físicas extremas... Eso iba lastrando al equipo.

—Fue a los Juegos de Moscú.

—Fue una experiencia extraordinaria, aunque por la diferencia de goles no pasamos a la siguiente fase. De esas vivencias que a cualquier deportista le gusta vivir, sea de la disciplina que sea. Convivimos mucho con los españoles y nos apoyábamos en las competiciones. Hicimos una piña y de hecho todavía sigo teniendo una gran relación con alguna gente. Rusia, en aquella época, era un país hermético, los americanos no fueron por el tema aquel de boicot, pero fue inolvidable.

—¿Con quién hizo buenas migas?

—Con Trabado, con Corbalán, con Romay... Recuerdo que estando en el Dépor vinieran a A Coruña por un torneo internacional de baloncesto y se acercó la selección española al entrenamiento en Riazor. Iturriaga, Corbalán, Romay, Chechu Biriukov... Empezaron a jugar, tirándome a gol, y de repente apareció Díaz Miguel gritando: «¡Paco!». Y yo: «Pero no me eches la bronca a mí, que soy el más pipiolo» [se ríe]. Era tremendo. Ellos se lo pasaban muy bien jugando al fútbol. Recuerdo que un en Moscú también jugara un partido con nosotros [el atleta] Colomán Trabado. Corría y se dejaba la pelota siempre atrás. Yo le decía: «Colomán, si coordinaras tu velocidad con el balón y fueras medianamente técnico, jugarías en Primera División». «Paco, ya ves», me decía.

—Y del Dépor pasa al Sevilla.

—El presidente del Sevilla era Eugenio Montes Cabeza, muy amigo de Antonio Álvarez, por cierto, porque ambos eran directivos de la federación española. Era una época en la que muchos equipos preguntaban por mí, incluso estuve a punto de firmar por el Madrid, y un día se lo comento a Don Eugenio, con el que me unía una buena relación porque yo tuve la suerte de ser el capitán de todas las categorías inferiores de la selección. «¿Buyito, a ti te gustaría venir al Sevilla?», me respondió. «Con usted, mañana mismo cojo el coche y me voy para allí», le dije. A la semana siguiente ya estaba traspasado por el Sevilla por 25 millones de pesetas (150.000 euros), que era una pasta entonces. Allí estaba Miguel Muñoz de entrenador y rápidamente me dio la confianza. Fue la lanzadera para consolidarme como uno de los destacados del fútbol español.

—Y le llama la selección absoluta y tiene que jugar el famoso España-Malta del 12-1.

—Miguel Muñoz se va a la selección y en su lista aparece Paco Buyo. Le tengo mucho que agradecer. Lo que pasa que en la selección tenía un hándicap importante: Luis María Arconada. Era un hombre extraordinario en todos los sentidos como portero y yo estuve mucho de suplente de él. Ahora hay muchos partidos internacionales y hay oportunidades para todos. Antes no. Arconada se lesionó cuando iba a llegar el partido decisivo, era grave, el cruzado, y Miguel ya me dijo: «Prepárate que contra Malta juegas tú». Fue una remontada extraordinaria. Un antes y después para el fútbol español. Veníamos de una tremenda depresión a nivel futbolístico por el Mundial 82, en donde no salieron las cosas como el país esperaba. No es que hiciéramos el ridículo, pero no estuvimos a la altura.

—¿Qué hay de cierto de lo que se habla? De que los intoxicaron con limones.

—No, no.... Vamos a ver. ¿Tú vas a jugar una competición deportiva y viene un tío que no conoces y te ofrece un limón y lo coges? ¿Es bueno para qué? Te dejará un sabor amargo en la boca, porque otra cosa... Y además dicen que entró un señor vestido de blanco... Eso es alguien que se lo inventó. Vamos a ver. Es muy sencillo. Malta era una selección muy floja y tuvimos que conseguir esa cantidad de goles [12-1] porque pasó lo siguiente. El estadio de Malta era un patatal. Como madrigueras de conejos. Allí les ganamos solo 3-2 y sufriendo y en cambio Holanda, que era nuestra rival, cuando tuvo que jugar contra ellos el último partido, no sé por qué razón, pero no se jugó en Malta, se desplazó el partido a un campo neutral en Alemania, a siete kilómetros de la frontera con Holanda. Ganaron 7-0 y ya estaban medio cantando victoria. Ese partido no se televisó, pero alguien, creo que Jose Ángel de la Casa, nos pasó las imágenes. Estábamos convencidos de que íbamos a tener muchas posibilidades de hacer muchos goles. Al final, se obró el milagro, y eso será un hito que va a perdurar en el tiempo.

—Acaban siendo subcampeones de Europa, un año después.

—Sí. Y con cinco bajas en la final y con un remate de Santillana que posiblemente pudo haber entrado. Fue un 2-0 al final, pero la gran Francia de Plattini tuvo que sufrir mucho. Aunque los sustitutos estuvieron a gran altura, yo creo que con nuestro once les hubiéramos puesto más complicaciones.

—Su fichaje por el Madrid fue curioso.

—Yo quedaba libre en el Sevilla y ese era el primer año en el que se abolía el derecho de retención. Yo me sentía un poco en deuda con el Sevilla y Ramón Mendoza les dio unos 50 millones de pesetas (300.000 euros). Era un club y una ciudad que me había tratado superbién y merecía tener su recompensa.

—Al final, le dejó dinero a todos los clubes por los que pasó, menos al Madrid.

—Sí, pero en el Madrid mi fichaje quedó superamortizado [se ríe].

—Jugó con la Quinta del Buitre. ¿Eran tan buenos?

—Muy buenos. Extraordinarios. Míchel, Sanchís, Butragueño y Martín Vázquez, porque Pardeza, aunque forma parte de la quinta, jugó muy poquito en el Madrid. Pero los cuatro... Joder. Eran buenísimos. Y eso que los campos estaban en peores condiciones y era más difícil jugar.

—Aquellas Copas de la UEFA que ganaron se celebraban como Champions...

—Es que ahora puedes quedar cuarto en Liga y ganar la Liga de Campeones al año siguiente. Antes, la Copa de Europa solo la jugaba el campeón y la Copa de la UEFA era durísima. Igual ibas líder destacado en tu competición, pero era el torneo que tenías que jugar porque el año anterior habías quedado segundo, tercero o cuarto.

—Las grandes remontadas y lo del ADN del Madrid empezó con ustedes.

—Sí, evidentemente, aunque el fútbol ha cambiado mucho. Cuando teníamos un error grave como visitante, tratábamos de arreglarlo en el Bernabéu. Apelábamos a ese espíritu indomable que siempre caracteriza al Madrid, ese ADN de pelear siempre hasta el final, con la ayuda de un público que cree y se transforma en la Champions... Era una combinación explosiva.

—¿Cómo tomó la decisión de retirarse?

—Fue por circunstancias. Fue una desilusión cuando me dijeron que no me iban a renovar en el Madrid, pero al mismo tiempo tuve muchas ofertas, tanto de clubes de Primera División como extranjeros. Lo que pasa es que yo no quería alejarme mucho de Madrid ni de la familia. Mis hijos eran pequeños y me daba pereza hacer las maletas e irme a una aventura nueva, como podía haber sido México. Incluso un año después de retirado, Rafa Benítez vino a buscarme para volver. Pero yo estaba a gusto entrenando a un equipo del Real Madrid... Podía haber jugado unos años más en Primera con la gorra. Entrenar a los chavales también me dio muchas satisfacciones.

—Se retiró justo antes de la Séptima.

—Esto es el fútbol. Si repasas, hay grandísimos jugadores en la historia de este deporte que nunca han ganado una Champions. A mí me tocó vivir una etapa un poco de transición del Madrid, de vacas flacas, pero tampoco me puedo quejar de mi trayectoria. Fue una pena, pero yo creo que con el modelo actual de Champions hubiéramos ganado más de una.

—¿Cómo vivió desde la distancia el bum del Superdépor?

—Yo contribuí. Frené la marcha de Adolfo Aldana a otro equipo y, hablando con Carlos Ballesta y con Arsenio, logré que se fuera a ese gran Dépor. La verdad es que posteriormente incluso pudo ser campeón de la Champions y por circunstancias no lo consiguió, en aquella eliminatoria con el Oporto. Era un Dépor con extraordinarios jugadores, algo impensable para los que vivimos las vacas flacas en Segunda. O como lo que ves ahora, que te da grima ver en la actualidad que el Dépor juega con no sé qué rival.

—¿Y no tuvo la opción de volver?

—Eso es un pequeño secreto. Vinieron a buscarme y, después de largas horas discutiendo, no llegamos a un acuerdo. No pedía una cantidad desorbitada, pero Lendoiro me decía: «Es que eso no lo gana fulanito». Y yo: «Ya, pero es que fulanito juega en el Deportivo y tú quieres fichar al portero del Real Madrid campeón de Liga e internacional por España. Hay diferencias...». No pudo ser.

—Usted no regresó al Dépor, pero Arsenio sí fichó por el Madrid. ¿Por qué no triunfó?

—Porque Arsenio llega al Madrid en su peor época. Una etapa de transición entre la Quinta del Buitre y la nueva etapa de jugadores. Económicamente, el club tampoco estaba en su mejor momento... Y además Arsenio llega a mitad de temporada... Hizo un buen trabajo, pero no tuvo suerte. Era entrañable, fantástico... Si hubiera llegado en otras circunstancias, con un equipo hecho a su medida, nos hubiera dado grandes alegrías.

—Dejó el fútbol y se pasó al otro lado, al de comentarista.

—Empecé colaborando con diferentes medios. Primero en radio, en prensa escrito y luego en el audiovisual. Viví una gran experiencia con Al Jazeera, ocho años, comentando partidos de la liga española. Allí coincidí con Nasser Al-Khelaïfi, el que es presidente del PSG. Empecé ahí. Era una trabajo que me gustaba y fue superagradable. Hasta que vino Josep Pedrerol y El Chiringuito, que es el programa de moda a nivel deportivo y que va creciendo año tras año. Tiene muchísimos seguidores, no solo en España, sino en el mundo. Y ahí sigo, muy a gusto, con un programa en el que se debate lo que es el fútbol y en el que se traslada lo que es sentimiento de los aficionados. Además, también se da información, primicias y noticias día a día. Es un gran formato, con un gran capitán como Josep Pedrerol, que es un fantástico profesional y fenomenal comunicador.

—¿Cómo es Al-Khelaïfi en las distancias cortas?

—Siempre tuve una gran relación con él. Muy interesado por el fútbol, me preguntaba mucho por el Real Madrid y por el fútbol español. Le surgió la oportunidad de comprar el PSG, pero yo creo que no pasaba por su mente hacerlo. Es muy entrañable. Viví muchos clásicos con él. Recuerdo uno en Barcelona, a las nueve de la noche. Tras el postpartido, ya era tarde, el encargado de la logística nos sacó del Camp Nou en limusina y Nasser me dice: «¿Paco, dónde vamos a cenar?». Hablo con el chófer y me confirma que en el puerto olímpico cierran más tarde y decidimos ir hasta allí. Empezamos a dar vueltas y yo: «Venga Nasser, decídete». Y cuando se decidía por uno, estaba cerrado. Y así con varios. Al final, terminamos con esa limusina blanca espectacular, de siete u ocho metros, comiendo un menú de pollo de McDonald's. ¡Qué pena no llevar la cámara en aquel momento! Era digno de grabar. Siempre se lo recuerdo a Nasser. Que me tiene que compensar por eso. No es que no nos guste comer una hamburguesa de vez en cuando, pero hombre, yo creo que nos merecíamos algo más por todo lo vivido aquel fin de semana en el clásico. Cuando se lo digo, se descojona de la risa. «Si te ve tu jefe el jeque, allí comiendo conmigo, a mí me echa y a tí te deshereda», le replico. Se partía de la risa [recuerda, riéndose].

—Muchos años fuera, pero siempre ha presumido de ser gallego y de Betanzos.

—Es que uno tiene que estar orgulloso de sus raíces. Soy gallego, coruñés y de Betanzos. Lo llevo siempre como bandera. Cuando jugaba en el Madrid y algún comentarista decía aquello de San Francisco de Betanzos, me llenaba de orgullo. Mis amigos me lo decían: «No saben los políticos de tu pueblo la suerte que tienen porque, cada vez que hay un partido del Real Madrid, nombran a Betanzos más de veinte veces». También me consta que la curiosidad de muchos aficionados les ha llevado a desplazarse a Betanzos para conocer mi patria chica. Me decía uno: «Mi imagino que de alguna forma te lo agradecerán». Y yo: «Bueno, veremos». Me he encontrado a muchos peregrinos que me lo dicen: «Elegimos hacer el Camino de Santiago y pernoctar en Betanzos porque es tu pueblo».

—¿Qué es lo primero que hace cuando viene a Galicia?

—Ver a la familia, a mis amigos y pasear y comer por el pueblo. Ser un betanceiro más y, si puedo pasar desapercibido, mucho mejor.

—Su lugar preferido para desconectar y disfrutar.

—Por Galicia, en muchos sitios. Por ejemplo, paseando por la playa de Miño. No es que en Madrid no esté cómodo, que lo estoy y además me tratan como un madrileño más, pero es que en Galicia estoy en mi hábitat natural.

—El futbolista que más le ha impresionado.

—He tenido la fortuna de jugar con y contra los mejores del mundo. Toda la Quinta del Buitre, Hugo Sánchez... Muchísima gente buena con la que he compartido en el Madrid, pero luego tuve la fortuna de jugar contra Van Basten, Gullit, Donadoni, Ancelotti... Pero, por encima de todos, contra Diego Armando Maradona. Para mí ha sido el mejor. Muchos dicen que Messi... Pero mira, Maradona recibía por temporada 6.518 patadas más que cualquier jugador de la actualidad y además jugaba en campos con condiciones bastante duras. Jugué contra Maradona cuando estuvo en el Barça y luego en el Nápoles y ha sido el rival más determinante contra el que me he enfrentado.

—El entrenador del que más ha aprendido.

—Todos tienen sus cosas buenas y menos buenas, pero de todos hay que sacar enseñanzas. He tenido grandísimos entrenadores, pero me voy a quedar con Freire, que lo tuve en el Betanzos, que no tiene el nombre de otros, pero es el fútbol en estado puro.

—La  anécdota con la que se queda.

—De la que más me siento orgulloso es la de autoficharme para el Sevilla. Impensable ahora en la época de los superagentes.

—¿Cambiaría algo de su historia?

—No. No. Yo siempre he luchado por lo que he creído y si hice algo mal, fue malo para mí, no para el resto de compañeros.

—¿Por qué hay antimadridistas?

—Porque molesta que el mejor equipo de la historia gane una vez... Y otra también. Pero eso también pasa en otros aspectos de la vida. Por ejemplo, y lo digo con letras mayúsculas, con Don Amancio Ortega.

—¿Ayudaría al Dépor si se lo pide?

—Ya lo he ayudado y sin pedírmelo. Lo que pasa es que muchas veces no me han hecho caso. Si me lo hubieran hecho, el Deportivo no hubiera bajado en su día a Segunda División. Hablo del último descenso. Y hasta ahí puedo leer. Pero bueno, ellos saben que de una forma u otra estoy a su disposición. Se lo dije a Tino [Fernández] y a Antonio [Couceiro]. Estoy a su entera disposición y desinteresadamente, que no todo el mundo lo puede decir.