El Liverpool como vorágine

José Luis Losa PATROCINIO-SANTANDER

DEPORTES

Domenech Castelló | EFE

04 may 2022 . Actualizado a las 21:56 h.

No hay nada escrito cuando se alcanzan unas semifinales de Champions. No has llegado hasta ahí pasando por encima de la Juve, clavando el estilete sobre la bocina en la frente del Bayern Arena, para luego jugar el rol del convidado de piedra. Pero ése semejaba ser el papel que le tocaba al Villareal después de que en Anfield aguantase agazapado casi una hora, antes de que el Liverpool de Klopp entrase en esa fase de efervescencia ofensiva que lo define en este momento como la más mortífera armada del fútbol europeo.

Por eso, la manera en que el equipo de Emery saltó a La Cerámica fue una de esas improvisaciones de guion que rompen con el libreto, mandan a los apuntadores al infierno y desnudan las cuartas paredes de la obra que esperas ver con cierta asertividad ante lo que parece imposible. El Villareal (ninguneado hasta el insulto por los tabloides ingleses tras su pacato planteamiento en la ida) salió para volar anfiteatros, reventar tribunas, descoyuntar la Bolsa del futbol, dominada por los brokers ingleses. El temprano gol de Dia, suplente de Danjuma, tuvo un efecto torrija sobre un cuadro como el de Klopp, que este año tan pocas veces se ha dejado sorprender. Ese gol, y el hecho de que el Villarreal no contemporizase en torno a su recompensa, desconectó a los de Klopp. Thiago y Diogo Jota se metieron en un envite de inhibiciones, por ver quien se hacía más el ausente. Y en esas, poco antes de la bocina, el hambre del Villarreal se sació con un segundo aldabonazo que estremecío a Europa.

Porque Dios es colombiano

Pero Jurgen Klopp está en una fase creativa que no se desencuaderna por mucho que le muevan el tapete. Bastó un movimiento esencial, el de retirar al portugués Jota, un ciclotímico de cuidado, para dar entrada a Luis Díaz. Y el partido entró en una fase de colombianismo supremo. Luis Díaz es un prodigio que crece partido a partido y cuya progresión amenaza con dejar antes de que llegue junio a Haaland o a Mbappé como revenidas playmates de calendario de la vida pasada viradas a sepia. El de Barranquilla pertenece a ese talento que obra milagros. Ahora que honramos a Freddy Rincón, autor de aquel gol a Alemania que dejó dicho para el mundo que Dios era colombiano, Díaz parece una reencarnación de aquellos cafeteros que le metieron un 0-5 Argentina en el Monumental. Aquellos que no pudieron ser campeones del mundo en Estados Unidos porque, con su país en llamas, se sabían muertos al llegar. Luis Díaz posee el dinamismo de gacela de Faustino Asprilla, de quien vamos teniendo noticias cada vez que sale indemne de un nuevo siniestro total con cada último modelo de coche que lleva al abismo. Posee la capacidad organizativa de Valderrama. Y tiene el gol celestial de Rincón. A Luis Díaz, porca miseria, no lo podremos ver en Catar porque no hay ya valderramas, asprillas o rincones que lo acompañen en el skyline.

Klopp dijo luego que la causa del cambio en la segunda parte no había sido Luis Díaz. Solo no. El Liverpool está en esa fase de incandescencia indestructible en la cual se sabe como maquinaria capaz de remontar situaciones límite en vorágines que ellos convierten en un día más en la oficina. Y los de Klopp se tomaron ese tiempo como una noche de disco y acelerones de los que tantas veces han practicado. Hubo otro protagonista que influyó en la incondicional entrega de las llaves del castillo por parte del Villareal. Rulli fue algo así como ese portero de discoteca bonachón, que te deja pasar al sarao con flyer o sin él. Así, sus invitaciones, sus piernas arqueadas, sus salidas cantinfistas le debieron de sonar al Liverpool a derecho de pernada. La noche de despropósitos de Rulli dejó claro en La Cerámica que Dios no es argentino.