Maialen Chourraut: «No supe parar tras el oro y reventé»

DEPORTES

Tardó en explotar, afrontó la maternidad en pleno ciclo olímpico y quiere repetir la gloria en París

15 nov 2021 . Actualizado a las 09:25 h.

A la mínima oportunidad, Maialen Chourraut (San Sebastián, 1983) se quita importancia. En los Juegos de Londres le dio al eslalon español la primera medalla de su historia. Su leyenda solo estaba escribiendo entonces la primera página. Llegó a Río tras afrontar la maternidad —su hija Ane nació por cesárea— y se colgó el oro. Entró luego en una crisis de la que supo sobreponerse. Tras la plata en Tokio se ha tomado un respiro, pero promete prepararse para París. Será su quinta cita olímpica y habrá cumplido entonces los 41.

—¿Por qué empezó a remar?

—Desde muy pequeña me apasionó el deporte. Probé el atletismo, la natación y el judo. A los once años me apunté con una amiga a un cursillo de piragüismo en la playa de La Concha. Me lo pasé tan bien que al año siguiente quise repetir y fui con una prima. No tenía ni idea de que eran las aguas bravas cuando llegué, y al final me quedé. En el club era la sección que había, de hecho, nunca he probado en aguas tranquilas. Nunca me planteé ser piragüista de profesión. Me ha venido solo.

—Conoció allí a Xabier Etxaniz, olímpico, entrenador y una persona muy relevante —es también el padre de su hija— en su vida.

—Xabi ha estado siempre presente para mí. Cuando entré, ya era entrenador del club. Luego pasó a ser técnico del equipo nacional, del que formo parte desde los 18 años. No conocí un piragüismo sin Xabi como entrenador.

—No sobresalía en su juventud, al menos internacionalmente.

—Nunca destaqué. Mi progresión ha sido lenta. Mi primer resultado internacional lo tuve con 21 años, que fui subcampeona de Europa sub-23. Llegué con una lesión en el hombro y después del campeonato me tuve que operar. Al año siguiente, estaba terminando la recuperación y me luxé el otro. Volví al quirófano, no arrancaba.

—Regresó para conseguir el pasaporte a los Juegos de Pekín.

—Tenía 25 años y llevaba una ilusión tremenda, pero no fue el resultado esperado. Quedé decimosexta, no fui capaz de dar lo mejor de mí misma. Al año siguiente, era el campeonato del mundo en La Seu d'Urgell, donde entrenaba, y me metí entre ceja y ceja que allí lo tenía que hacer bien. Subí al podio, quedé segunda. Fue un impulso muy grande a mi confianza. El eslalon es un deporte muy difícil. En la competición más importante para ti, puedes llegar en un estado de forma formidable, que la corriente te coja un poco la punta de más, te desvíe de la trayectoria y ya está, olvídate, se acabó, no hay otra oportunidad. Hay deportes en los que puedes cometer un fallo y tienes margen para compensarlo. En este, no. Después de aquel campeonato me dije que quería ir a Londres a por el oro.

—Y fue, se trajo el bronce.

—Llegué en el segundo puesto del ránking mundial. Gané las clasificatorias y quedé tercera en la final. Fue la primera medalla olímpica para el eslalon español, y la necesitábamos mucho, pero terminé con la sensación de que me sabía a poco. Quería el oro y se me había escapado de las manos por 97 centésimas. No me sentía saciada ni mucho menos.

—Quería el oro olímpico pero también formar una familia.

—Sí, también quería ser madre. En el siguiente ciclo me quedé embarazada. Entrené hasta el penúltimo día antes de que naciera Ane, en el 2013. No sabía qué podía dar de mí, pero sí que todavía tenía piragüismo que ofrecer. Era una vida nueva. Cambié de mentalidad. Sabía que donde tenía que rendir realmente era en la final. Había que pasar los cortes, pero la bajada que realmente importaba era esa. Desde el 2009 hasta el 2016 había ganado todas las series y clasificatorias de los campeonatos del mundo, excepto una en el 2015, pero nunca llegaba a ganar la final.

—Y, en Río, lo consiguió.

—Mientras bajaba yo tenía la sensación de que se me estaba escapando otra vez, pero cuando llegué a meta y vi el tiempo impresionante que había hecho sabía que era campeona olímpica aún faltando dos compañeras por bajar. Era muy difícil batirlo. Mi sueño era así, ganar y hacerlo por cinco segundos de diferencia. Eso era imposible, pero saqué más de tres a la segunda. Era la manera en la que yo quería ser campeona olímpica, de forma contundente.

—¿Se sintió saciada después?

—Quería dejar atrás ese oro, lo necesitaba para avanzar, pero externamente no se me permitía. El ciclo olímpico había sido extenuante. Tenía que amamantar al bebé, cuidarla... mi hija tenía tres años cuando llegué a Río. Perdí muchas horas de sueño y de atenciones a mi propio cuerpo. Quería seguir, seguir... sin bajar la intensidad. Después de esos Juegos empecé a tener lesiones, a romperme por todas partes. Reventé. A mi cuerpo no le quedaba ya ni un gramo de energía. No me di cuenta de que era el momento de tomarme un descanso. No paré y fallé.

—¿Se planteó dejar de competir?

—En mí siempre hay algo que me llama a seguir, a superarme. Además de las lesiones, cambió la normativa de piraguas y la que yo usaba ya no pasaba el reglamento. Necesitaba estabilizar mi cuerpo y mi mente. Fue duro. Vino la pandemia y lo frenó todo en seco. Que se alargara todo un año más al aplazarse los Juegos de Tokio para mí fue una oportunidad.

—Con la pandemia le da un giro grande a su vida y vuelve a casa.

—Habíamos hablado Xabi y yo de volver después de Tokio. Llevábamos 15 años ya en La Seu. Con la pandemia nos dimos cuenta de que ya era hora de estar con la familia y nos mudamos. Las condiciones de entrenamiento cambiaron por completo, dejamos atrás unas instalaciones ideales. El estímulo era que volvía a mis orígenes. Pasé a entrenarme en el canal de Pau, a dos horas de mi casa. Lo habían construido en el 2009, cuando yo era joven no existía. Me exigió mucha concentración, salir de mi zona de confort. Y volví a La Concha, como cuando era niña.

—No solo llegó a los Juegos de Tokio, volvió con la tercera medalla.

—Dos meses antes de los Juegos me pasó algo que no me había sucedido antes. Por primera vez me sentí orgullosa de mí misma, del camino recorrido. Fui consciente de lo que había hecho. Lo de Tokio fue una alegría enorme. No me creía que lo había vuelto a hacer.

—¿Aprendió algo de la crisis que tuvo después de Río?

—Sí, mucho. Esta vez quise tomármelo con calma. Tenía mucho que reflexionar. Aún necesito un respiro, que el cuerpo descanse.

—¿Habrá quintos Juegos?

—No me cuesta mucho estimularme. En París entra una nueva modalidad, el eslalon extremo, y habrá una opción más a medalla. Me da mucha pena dejarlo sin probar. Quiero hacerlo, sí, pero a este cuerpo ya no le puedo meter prisa.

—Igual se trae la cuarta medalla.

—¿Quién sabe? Es deporte. Lo único que le puedo decir es que se intentará.