Adi Iglesias hace doblete y logra en Tokio la plata en los 400 metros

Pablo Carballo
Pablo Carballo REDACCIÓN

DEPORTES

La velocista gallega se consagra con su mejor marca personal y solo fue superada por la azerbaiyana Lamiya Valiyeva, que batió el récord paralímpico

17 sep 2021 . Actualizado a las 13:05 h.

Fue la presea 34 en el medallero paralímpico español y la segunda, esta vez de plata, que Adiaratou Iglesias (Bamako, 1999) se traerá a Lugo. Habían pasado solo cuatro días desde que exhibiese su potencial como velocista en los 100 metros de la clase T13, la reservada a discapacitados visuales, y Adi enfiló otra final, la de los 400, sin pretensiones: «Me hace falta más competición, trabajar el ácido láctico. Venía a ver lo que pasaba, un poco de imprevisto». Lo que sucedió es que Iglesias corrió más que nunca —estableció su mejor marca personal en 55.53— y solo se vio superada en meta por la azerbaiyana Lamiya Valiyeva, que fue plata en los 100 y registró, con un tiempo de 55.00, el nuevo récord paralímpico. El cajón de los metales lo completó la estadounidense Kym Crosby.

«Son palabras mayores»

«No tengo palabras, ni siquiera había celebrado tanto la de los 100 porque no quería desmadrarme» reveló Iglesias, exultante tras la carrera. «Ahora me soltaré y empezaré a entender realmente lo que he hecho. Son dos medallas, palabras mayores, y espero valorarlo como se merece». Adi redondea, a sus 22 años, un 2021 espectacular tras proclamarse en el Europeo de Bydgoszcz, en Polonia, doble campeona continental en los 100 y los 200 metros.

Tras huir de Mali con once años por su albinismo, una lucense cambió su vida

La vida de la niña Adiaratou en su Bamako natal poco se asemejaba a la del resto de pequeños de su edad. Apenas salía de casa. El capricho de su genética la había convertido en un bulto sospechoso para sus compatriotas.

El albinismo con el que nació Adi, provocado por una mutación genética que minimiza el pigmento melánico en la piel, el pelo y los ojos, llevando aparejada una deficiencia visual, que en su caso reduce la capacidad de visión al 20%, es visto en su Mali natal como sinónimo de mala fortuna. La cultura ancestral aporta una salvaje fórmula para repararlo: amputar uno de sus miembros a quien padece albinismo para utilizarlo como amuleto.

De familia musulmana, el padre de Adi tenía tres mujeres y su madre, sordomuda, la más joven. tuvo nueve hijos. El miedo a que cualquiera pudiera acometer semejante aberración la llevó a tomar una drástica decisión: enviar a Adi, con once años, a Logroño donde residía uno de sus hermanos. No fue el plan esperado y la pequeña acabó internada en un centro de menores. Allí, a los catorce, conoció a la persona que le cambió su vida: María Lina Iglesias, una profesora de magisterio en Lugo, que decidió adoptarla. Se fue a vivir con ella y en el atletismo buscó una fórmula para elevar su autoestima. Hoy vuela.