A Barcelona también viajó, en un Seat 127, Daniel de la Torre, aunque en su caso para ver desde la grada a su hermano Carlos. Sin suerte en los 10.000 metros, consiguió volver cuatro años más tarde, esta vez sin el aliento de Daniel pero con la compañía sobre el tartán de otro hermano, Elisardo, algo especial para uno y espectacular para el otro.
Algo inimaginable para un club humilde como el San Miguel de Marín y, sobre todo, para unos padres que, por televisión, se enorgullecieron. Imagínense pasar de llevarlos a la pista al lado de casa, cada uno con su bocadillo, a verlos entre los mejores del mundo.