A Inglaterra le puede la historia o el miedo a lo desconocido. Tantos años de fútbol rácano, pelotazo y tente tieso no se olvidan así como así. Ni siquiera aunque pise las semifinales de la Eurocopa por primera vez en décadas, o disponga de una espectacular generación de mediapuntas que ya quisiera para sí España. Los que más se parecen del torneo multisede a aquellos inolvidables Xavi, Iniesta, Silva, Cesc y compañía se llaman ahora Foden, Grealish, Sancho o Mount, pero Southgate los administra como si de un contable se tratase, en vez de un entrenador. Esta vez los dos primeros se quedaron en el banquillo. ¿Para cuándo los veremos juntos por fin? Ojalá no sea en la final contra el barco de Luis Enrique.
En lugar de inventarse una pizarra en la que quepan todos, como hizo el sabio Aragonés con aquella famosa pirueta del falso nueve, va el ex defensa central y los alterna como si de caballitos en un carrusel se tratasen. Ahora tocan el cohete y el coche de bomberos, pues quitamos el deportivo y la locomotora. Así se hunden expectativas y crecen aficionados que corren las cortinas con el fútbol, aunque juegue su selección en el jardín, pues la única noticia interesante no llega hasta el resultado final. Esta selección inglesa que se define, por boca de Maguire, como un grupo de aficionados, antes que de jugadores, no tardó en brindar sendas jarras de cerveza con sus hooligans en cuanto el árbitro pitó el inicio del primer y el segundo tiempos. Con Sancho deslizándose por el césped como si de un esquiador en plena final olímpica de eslalon se tratase, y Mount como discípulo aventajado de Modric, el que más sonríe sigue siendo Kane, capaz de superar en un solo partido las marcas de Rooney y Shearer en eurocopas y mundiales. Que pase el siguiente... y preparen los alcoholímetros.