Óscar Lata, entrenador de baloncesto: «Llegué a odiar los días de partido»

DEPORTES

El técnico coruñés, que viene de salvar al Huesca, sufrió un proceso de desapego por el deporte

17 ago 2021 . Actualizado a las 15:06 h.

Óscar Lata (A Coruña, 1974) viene de lograr salvar la categoría con el Huesca en la LEB Oro más complicada de la historia reciente. Llegó a mitad de temporada y consiguió sacar al equipo de la quema en un grupo en el que cuatro de diez equipos acabaron en el pozo. Fue su primera experiencia en la segunda división del baloncesto nacional, porque el currículo de Lata está engrosado por puestos como asistente y entrenador en equipos de ACB (Bilbao Basket, Baskonia o Barcelona) y del extranjero. Ahora, contento con la experiencia pirenaica, descansa mientras decide su futuro para el curso próximo.

—¿Cuál es su primer recuerdo del baloncesto?

—Yo estudié en el colegio Obradoiro y allí hacía hockey y baloncesto. Lo que pasa es que tenía un nivel de lo más normalito para ambas cosas.

—¿Y de qué jugaba?

—De base, pero defender poco. Tiraba y poco más. En el Obradoiro hubo generaciones muy buenas y nunca tuve cabida a ese nivel. Yo antes era de hockey, el Obradoiro es un colegio con mucha tradición y recuerdo que me papé entero el Mundial del 88 en Riazor. Y en el torneo que se hacía en navidad, yo siempre estaba de voluntario. De crío, viví más hockey que baloncesto. El Bosco ya no lo cogí, pero sí el Basketmar. Era socio e iba de chaval, con Luis Fraga de entrenador.

—Hoy los aficionados prefieren trasnochar para ver un partido de NBA que seguir la ACB.

—Es así. Yo tengo amigos aquí en A Coruña, gente de baloncesto, que se quedan de noche para ver partidos. A mí la NBA no me acaba de llamar. No me engancho. Sin embargo, disfruté con la fase final de la Euroliga. Fue una gozada. Pero sí que hay mucha gente que tiene muy interiorizado lo de la NBA. Este año tenía un ayudante en Huesca y el tío, todas las mañanas, llegaba roto de ver partidos de madrugada.

—¿Puede llegar a ser un problema? La audiencia se va de la que llaman la segunda mejor liga del mundo.

—Sí, pero es que la segunda mejor liga del mundo está muy mal vendida. Ese es el problema. Mi padre no es un aficionado al baloncesto, pero lo ve por mí. Y no es capaz de seguir la competición. Sin embargo, sí le llega por muchos sitios cómo va la NBA, que le interesa cero. El producto está muy mal vendido y otros deportes le están comiendo terreno al baloncesto. Y en categorías inferiores como la LEB, ni te cuento.

—Usted entrenó al Culleredo de silla de ruedas.

—Sí, haciendo la objeción de conciencia (se ríe). Me salió perfecto. Aparte hicimos unas temporadas buenísimas: jugamos Copa del Rey, competición europea y fue divertidísimo. No contaba con ello. Cogí los últimos años de la mili y por un amigo me enteré del puesto. Yo no tenía ni idea, de hecho los dos primeros meses me los pasé sentado, mirando. Aún encima me pagaban. Estaba en la universidad y me pagaban por hacer baloncesto, viajando por toda España. Cada año o dos nos seguimos juntando.

—Me imagino que habría historias duras.

—Sí. Había historias personales durísimas. Se mezclaban jugadores que estaban por rendimiento puro, teníamos a dos jugadores de la selección, con gente normal. Recuerdo a dos chicos de Corme que llegaron después de tener un accidente celebrando la selectividad. Llegaron allí sin saber jugar al baloncesto. Había que enseñarles y animarles. Me dio lecciones de vida mucho más importantes de las que me ha dado el baloncesto.

—En su carrera ha sido muy importante Sito Alonso.

—Sí. Lo conocí en el año 1999, cuando voy a hacer el curso de entrenador superior en Málaga. Víctor Lapeña, que entrena al Fenerbahçe femenino y es uno de los mejores entrenadores de Europa, estudió INEF en A Coruña. Me hice amigo de él y él, a su vez, es íntimo de Sito. Así nos conocimos. Me ofreció irme a Monzón, que lo buscas en el mapa y no lo encuentras. Lo único que se sabe de Monzón es que Conchita Martínez es de allí. Allí me fui, a entrenar en Liga EBA cuatro temporadas. Desde entonces, hemos vuelto a coincidir. Nunca perdimos el contacto y en verano nos juntamos siempre. Después ya me fui a Bilbao, estuve en Baskonia y Barcelona. Siempre con él. Tanto él como su padre han sido muy importantes en mi carrera.

—También entrenó en México.

—Sí, fue una temporada un poco extraña. Yo iba para el Joventut de Badalona, pero por una serie de circunstancias no hubo sitio para mí. Me quedé colgado a principio de temporada. A través de unos contactos acabé entrenando en México. Aquello fue una experiencia surrealista. Iba para un equipo y, durante el viaje en avión, ya había cambiado de equipo. Es decir, cuando embarqué era el entrenador de un equipo y al aterrizar era el de otro. Todo era muy caótico, jugadores que entraban y salían. Ibas a entrenar a algunos sitios y no te dejaban balones. Otros días ibas al pabellón y no había pabellón. Al otro, no te daban la comida. Tácticamente no aprendí nada, pero fue una experiencia más.

—¿Nunca se ha cansado del baloncesto?

—Yo he parado. Cuando dejé de entrenar al Joventut necesitaba parar y me vine para A Coruña. Estuve dos años. Uno fui el director de cantera del Básquet Coruña y al año siguiente ya no hice nada. Porque no. Estaba saturado del baloncesto. Y me vino bien. No creo que sea malo.

—Algo parecido sucedió con Naomi Osaka en Roland Garros, y recibió alguna crítica velada.

—Es que creo que hay que tomarlo con mucha naturalidad. Si te lo puedes permitir... Yo llegué a un momento en el que odiaba los días de partido, el ver a los árbitros y ver a los jugadores con las camisetas. Entrenando por la semana estaba bien, pero cuando empezaba a haber ambiente de partido... No sé, me saturé. Paré, cogí un poco de impulso y en el 2014 fiché por Bilbao Basket y, desde entonces, ya de carrerilla. Volver fue muy natural.

—Son unos cuantos los entrenadores gallegos que están en la rueda del profesionalismo. ¿Hay buena cantera?

—Yo creo que hay cantera de entrenadores y también de jugadores. Lo que pasa es que en Galicia, igual que pasa en otros sitios, hay un poquito de reino de taifas. Cada uno hace la guerra por su cuenta. No sé cuál es la manera y me cuesta opinar porque estoy poco aquí, pero no acabo de ver una unidad de criterio y de cómo hacer las cosas para sacar producto, que lo tiene.

—¿A qué se refiere?

—A nivel de jugadores y de rendimiento. Yo diferencio mucho cuando un club lo único que quiere tener es cantidad: niños, niños y niños frente a cuando realmente se apuesta por la calidad. El club que mejor lo hizo en A Coruña fue el Basketmar. En su día hizo una apuesta por la calidad. Tenía a los mejores entrenadores y los mejores jugadores fueron detrás.