Nunca he comprendido la fascinación que algunos sienten por lo que llaman la épica escocesa. Ese arrojo se traduce en ocho mundiales y tres eurocopas sin que hayan logrado ni una sola vez superar la primera fase. Este martes, al undécimo intento, de nuevo en la calle. Para ellos, «back in the saddle again», que cantaba Gene Autry. Mi primer recuerdo del futbol escocés es la llamada batalla de Glasgow del 74, aquel 0-0 en las semifinales de Copa de Europa contra el Atlético de Madrid. Dieron tanta estopa los del Celtic que acabaron nueve en el campo. Pero qué bien lo pasaron. Jugaba un extremo, Johnstonne, con el cabello escaso y de brujo. No he visto a nadie sacudir más revolcones sobre un césped.
Esta vez los noqueaba Croacia y el público canturreaba en Glasgow Auld Lang Syne: «Tomaremos una copa por los viejos tiempos». Qué gente. Ahora que la mitad de ellos están por la independencia, en su lugar yo aprovecharía y pediría también la independencia de la UEFA. Que limiten sus odas a la derrota a los alegres y combativos duelos de guerra de religión entre Celtic y Rangers, que parecen venir del siglo de la peste.
A mí lo que me fascina es ver a ese artista del Renacimiento llamado Modric. Sus asistencias, su gol, su virtuosismo inagotable que de nuevo empujan a Croacia, de más a menos, como segunda de grupo.
La Inglaterra de Southgate batió a los checos y pasó primera sin brillo. Creo que Southgate tiene un problema. Obligado a combinar tanto golden boy sin que entren todos en el once, su función es más la de un jugador de bolsa que la de un entrenador. A Harry Kane, que busca pagador nuevo, se le nota el estrés. Ante su sequía, Levy, el presidente del Tottenham, debe de ansiar que termine la Eurocopa. En cada partido de Kane se le van 10 millones de euros. Ayer subieron las acciones de Grealish y bajaron las de Foden. Solo la amenaza sobre Southgate de algún fondo de inversión explica que no sacase hasta los minutos de la basura del tercer partido a ese patrón oro llamado Jadon Sancho.