Los ríos gallegos en la encrucijada (II)

José Ramón Rodríguez

DEPORTES

José Ramón Rodríguez

Es tiempo de decidir: la actitud general de los pescadores gallegos es fundamental

21 may 2021 . Actualizado a las 10:11 h.

Justo es reconocer que la Administración gallega adoptó algunas medidas eficaces para paliar la despoblación de muchos de nuestros ríos, reduciendo los cupos allí donde se permitía la pesca extractiva y creando tramos de ríos libres y cotos sin muerte, y es indudable que allí donde se ha establecido la pesca y devolución, a lo largo de los años las poblaciones de truchas han mejorado; pero la pesca sin muerte por sí sola no resuelve los problemas de muchos ríos que reciben las agresiones anteriormente mencionadas. Por cierto, el hecho de que no se resuelvan los grandes problemas de nuestros ríos hace que una gran mayoría de pescadores perciban que toda la presión de la Administración se ejerce sobre ellos mediante la limitación de capturas, de los lugares donde pueden pescar, de los cebos y señuelos que pueden utilizar y otros mil matices que les hacen sentir más víctimas que actores en la mejora de nuestros ríos, más parte del problema que de la solución; una solución que, por otra parte, sienten que no está en sus manos porque no son ellos quienes deciden. Si la Administración persiguiera con tanto ahínco a los que contaminan como a los que no les quitan la muerte a sus anzuelos en los tramos de captura y suelta, seguramente tendría a más pescadores de su parte.

En los últimos veinte años el número de licencias de pesca expendidas por la Xunta de Galicia se ha reducido a la mitad, quizá en proporción al declive de nuestros salmónidos. Muchos de los pescadores que siguen practicando su afición —para algunos, su pasión—, también han evolucionado, aunque no todos. Sigue existiendo en Galicia una masa de pescadores tradicionalistas que quieren seguir pescando como se pescaba hace treinta o cuarenta años y reclaman el derecho democrático a llevarse algunas capturas para casa; quizá porque para unos la pesca y la gastronomía son inseparables, y para otros el hecho de soltar un buen pez no tiene sentido, «no es pescar». Quizá no se den cuenta de que estos no son tiempos de extracción, sino de conservación: cada pez que devolvemos al agua es una oportunidad más que le damos a la especie, un acto de generosidad hacia unos seres que nos han proporcionado tan buenos momentos y que ahora lo están pasando mal. Entre el egoísmo de los que sueltan todas sus capturas para así tener más peces que pescar, y el de los que quieren los peces para ellos solos y por eso los meten en sus cestas, deberían de primar los intereses de la conservación, dejando al margen una democracia que solo perjudicará a los peces. Se podría afirmar sin temor a equivocarse mucho que, tal como están las cosas en gran parte de nuestros ríos, los pescadores extractivos trabajan contra sí mismos y, por extensión, contra todos los demás y contra la conservación de los peces que quieren seguir pescando.

Pero también es cierto que cada vez más pescadores practican encantados la pesca no extractiva y se han dado cuenta de que es mucho más importante la conservación que la gastronomía. Es más: buscando la calidad, practican un turismo de pesca por nuestras comunidades autónomas vecinas que muy bien podrían practicar otros pescadores en nuestra tierra si las condiciones de nuestros ríos y la gestión de la pesca en ellos fueran diferentes.

Futuro y presente

Creemos que es necesario dar un golpe de timón en la gestión medioambiental de nuestras aguas interiores. Un cambio de dirección en el que deberían de estar implicados tanto los ciudadanos como la Administración, y la clave del éxito en esta tarea de mejora está en una palabra: compromiso.

Compromiso por parte de la Administración para elaborar unas normas medioambientales —como la futura ley de pesca, por ejemplo— que miren por la conservación de las especies y por la buena salud de nuestros ríos y embalses. Que protejan a nuestras especies más sensibles, como la trucha común y el salmón. Que no nos quiten con una mano lo que nos dan con la otra, como ha venido sucediendo con harta frecuencia —no se puede reconocer que el salmón pasa por una gravísima crisis, y a renglón seguido permitir su pesca extractiva disfrazada con unos exiguos cupos—.

Compromiso para actuar de oficio en todos aquellos casos en los que las construcciones humanas sigan siendo obstáculos en nuestros ríos más allá del tiempo de concesión de sus aprovechamientos.

Que no sean los ciudadanos quienes tengan que denunciar estos hechos ante la Administración.

Compromiso para elaborar una normativa de pesca basada en la conservación, más allá de los intereses de la política o de grupos de presión a los que la conservación no parece importarles mucho.

También los ciudadanos, la sociedad entera, deberían de participar en este compromiso, renunciando a algunos intereses personales por el bien de la conservación y considerando a los ríos como un rincón más de su propia casa; como si fueran, que lo son, una de sus posesiones más preciadas.

En el caso concreto de los pescadores gallegos, tenemos un buen espejo en el que mirarnos: la gestión de la pesca en la comunidad de Castilla y León, que ha supuesto una nueva vida para sus ríos y sus peces.

Estamos seguros de que si se hiciera realidad ese golpe de timón, apoyado por unas leyes y una gestión realmente conservacionistas, ganaríamos todos, pero sobre todo ganarían nuestros ríos.