Lo que podríamos tener...

Francisco Narla  ES AVIADOR, ESCRITOR Y, SOBRE TODO, PESCADOR

DEPORTES

Marcos Míguez

15 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

En el confín del mundo apenas hay algo más que soledad. El resto es pampa y viento. En tiempos solo pasaban por allí ganaderos, locos, ermitaños y, según las malas lenguas, un par de bávaros de ojos azules que escaparon de la horca llevando en su maleta los galones del Reich. Hoy en día hay aeródromos, hospedajes, comercios…

En ese rincón que los rusos vendieron por calderilla, donde el Pacífico que descubrimos los españoles lucha con los hielos, hace no mucho no había otra cosa que osos voraces, bosques y algún loco atrapado por la fiebre del oro. Hoy es fácil encontrar hidroaviones que vuelan hasta el más recóndito rincón…

En aquellas islas donde los flemáticos ingleses desperdigaron a sus presos, lo más sencillo era acabar perdiendo la cordura en sus interminables bosques de eucaliptos. Hoy hasta los más escondidos de sus lagos tienen acceso…

En las baldías tierras del norte donde ni tan siquiera Gengis Kan hacía noche, lo más sencillo era terminar presa de una jauría de lobos. Hoy hay santuarios recién construidos, antiguos camiones del ejército rojo llevan a gentes de un lado a otro, incluso puede beberse algo menos indigesto que aquel airag negro con el que se emborrachaban las hordas…

Patagonia. Alaska, Nueva Zelanda y Mongolia… También la Columbia Británica, Islandia, rincones de Noruega, los cayos de Florida. Todos con una cosa en común: un enorme aporte económico derivado del turismo relacionado con la pesca deportiva. Algunos de ellos viven, literalmente, gracias a ese turismo.

Hay multitud de estudios y una enormidad de números a disposición del que quiera encontrarlos, pero el impacto económico de esos turistas, de esos pescadores deportivos, es una realidad incontestable.

Y en todos esos lugares se promueve una pesca sin muerte. En todos ellos, sin excepción. De tanto en tanto alguien puede darse un capricho, pero la práctica totalidad de las capturas vuelven al agua.

Merece la pena conocerlos, tentar sus abundantes y grandes peces. Sin embargo, existe un lugar mejor. Un lugar mejor y más cómodo que todos ellos, con una de las redes fluviales más tupidas y ricas del mundo.

Desde su capital basta una hora de trayecto para tentar al salmón, la trucha, la lubina, el reo; para pescar en riachuelo de montaña, río de llanura, lago, pantano, laguna, estuario. Un bello rincón del mundo donde hay hospedaje en hoteles de cinco estrellas o en encantadoras casitas rurales, donde se contemplan siglos de historia, donde se puede comer buen chorizo y mejor queso a pie de río o volverse loco en restaurantes de esos que se coronan con estrellas francesas.

No hay que hacer imposibles trayectos lejos de la civilización, no hay que sufrir vientos huracanados, no hay que tener cuidado con las serpientes, no hace falta que el guía lleve un revólver para asustar a los pumas.

He viajado y pescado por buena parte del mundo y estoy convencido de que Galicia podría ser el mejor destino de pesca jamás soñado.

Y, además, generar una enorme riqueza gracias a ello.

Para lograrlo hay muchos asuntos que resolver, muchos, la mayoría lejos del alcance de los pescadores, sin embargo, hay uno que los pescadores sí podemos solucionar si queremos que los ríos gallegos tengan la esperanza de volver a llenarse de grandes peces que atraigan a los turistas.

La pesca sin muerte.