«Repitamos la historia, Diego»

Juan Pablo Pérez Arce

DEPORTES

27 nov 2020 . Actualizado a las 12:30 h.

Pocas veces vi emocionarse hasta las lágrimas a Oreste, un abuelo bueno y cariñoso, pero que (casi) siempre evita los momentos delicados para mostrarse duro como un roble. El miércoles 25 de noviembre del 2020 la emoción lo superó. Mi abuelo rompió en llanto. Así como lo hicieron millones de argentinos al enterarse de la muerte de Diego Armando Maradona. La noticia sacudió a un país que quedó perplejo. Lo mismo sucedió en gran parte del mundo, porque al hablar de Maradona se trascienden fronteras y se producen situaciones y uniones muy poco probables pero, al mismo tiempo, muy simbólicas. ¿Cuántas veces imaginaría uno ver a un hincha de Boca y a un hincha de River fundirse en un abrazo en las inmediaciones de La Bombonera? ¿O a dos personas con pensamientos ideológicos contrapuestos (y más aún con la abismal grieta política que existe actualmente en Argentina) peregrinar hasta la capilla ardiente, situada en la Casa Rosada?

Desde el miércoles por la tarde, Balcarce 50 dejó de ser, al menos por un tiempo, la Casa de Gobierno para convertirse en un santuario maradoniano. Ni siquiera la pandemia de coronavirus evitó que miles y miles de personas se citaran para despedir a uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos.

Amado, pero también odiado por otros. Una batalla eterna. “Qué me importa lo que hizo Diego con su vida, me importa lo que hizo con la mía”, dice una frase que se viralizó y que se le atribuye al destacado autor argentino Roberto Fontanarrosa, y que refleja de manera excelente la dicotomía que presenta la figura de Maradona. Ese hombre, el que sólo necesitó un balón para ser el artífice de las más grandes alegrías colectivas de la historia argentina.

Y no me refiero al sólo hecho de ganar una Copa del Mundo. Bueno, en parte sí. Pero también al contexto en el que sucedió. Marcó los dos goles que, muy posiblemente, sean los más emblemáticos en la historia de los Mundiales y, por si fuera poco, en el mismo partido: el tanto más polémico y el tanto más hermoso, con tan sólo cuatro minutos de diferencia. Y los anotó contra Inglaterra. Con todo el trasfondo que existe entre ambos países y con una sociedad argentina que aún sentía las heridas de la última dictadura cívico-militar y de la Guerra de las Malvinas en carne viva. Esas heridas que aún permanecen de esa manera.

Esos goles, y a posteriori el título, fueron un mimo al alma para tantos millones que venían sufriendo tanto. Una alegría para un país entero que estaba tan golpeado. Fue la motivación de tantos niños (y no tan niños) para enamorarse del fútbol. De querer ser como él antes de ser superhéroes, tal cual como contó Pablo Aimar. De luchar contra las adversidades que presenta la vida y de buscar un futuro mejor para su familia.

Por eso, el pasado miércoles no sólo se detuvo el corazón de Diego. Se detuvo el corazón de todo futbolero, se detuvo el corazón de un país y se detuvo el corazón de una gran parte del mundo.

Y a quién no le gustaría que ese corazón hiciese un reboot, comenzara a latir nuevamente y, como el mismo Maradona dijo en una entrevista que se hizo a sí mismo, decidiera “volver a nacer futbolista”. Que se repita la historia una vez más. Desde el comienzo. Desde su debut goleador en Primera División, aquel lejano 14 de noviembre de 1976, cuando le marcó dos tantos a San Lorenzo de Mar del Plata en el ya demolido estadio General San Martín. Es en ese mismo predio en el que, al día de hoy, una placa recuerda el “comienzo del romance eterno entre Diego, la pelota y el gol”.

Las versiones cuentan que, en el descanso del partido que Argentinos Juniors venció por 2-5, el camarógrafo decidió retirarse, pues ya había registrado un gol de cada equipo. Por eso, no existe material fílmico del debut de Maradona en las redes. Ayer, sin embargo, fue despedido por los flashes del mundo entero.