El número 1 del mundo hace historia ayudado por un campo más asequible que en su habitual fecha de abril y sin que nadie le amenazase en el día clave

Paulo Alonso
En La Voz desde 1999.

El atípico Masters del otoño de la pandemia, con tiempo fresco, calles largas por toda el agua recibida y, sobre todo, «greenes» muy receptivos, donde la bola se controlaba mejor que sobre su superficie habitual de cristal, alumbró un prodigio. Dustin Johnson arrasó con dos registros que habían producido dos sacudidas en el golf contemporáneo. Ganó con un resultado de 268 impactos (20 bajo par), un nuevo récord en Augusta, dos menos que el Tiger Woods que revolucionó este deporte en 1997 y el Jordan Spieth que parecía alumbrar una época con sus «putts» de precisión geométrica en el 2005. Y lo hizo con la tranquilidad de iniciar el último día con cuatro golpes de ventaja sobre los segundos y con los verdaderos purasangre del golf todavía más lejos. No hubo épica en su plácida exhibición de este domingo, continuación de la soberbia actuación del sábado, cuando, entonces sí, firmó una tarjeta memorable en la que, si se rebusca mucho, se podía encontrar un único error. 

La exhibición del sábado enfrió algo el arranque de la jornada definitiva. Johnson partía con cuatro golpes de ventaja sobre tres rivales sin pedigrí en los grandes: sobre el coreano Sungjae Im, el mexicano Abraham Ancer y el australiano Cameron Smith. El mismo fenómeno que acertó en sus 18 salidas y solo falló un «green» en su portentosa tercera jornada, torció algo su golf en su arranque. Con semblante pétreo, vio como después de cuatro hoyos ya tenía a dos golpes tanto a Smith -que iba un partido por delante- como a Im. Una bandera más tarde, el coreano estaba a solo un impacto de distancia. En el juego de aciertos y errores -apenas cumplió en una de sus seis primeras salidas-, el número uno mundial aguantó el tipo para plantarse en el «tee» del 10, donde empieza el Masters de verdad, donde todo puede dar todavía un vuelco, en una situación muy favorable.

Pinchó Johnson su bola en el 10 con una ventaja de dos golpes sobre Smith, cuatro respecto a Im y seis menos que el sudafricano Dylan Fritelli. Ni Jon Rahm ni Rory McIlroy ni Patrick Reed, dotados de otro cuajo para las grandes citas, habían conseguido un arranque frenético que pudiese presionar al líder. El Amen Corner allanó su camino. Par al 11 y al 12 y «birdie» al 13. De ese rincón mágico del campo salió Johnson más líder, con cuatro golpes de margen respecto a Smith e Im.

Otros dos golpes le arañó al campo en el 14 y el 15, del que salió con cinco impactos de ventaja. A partir de ahí, controló la situación, con un par por calle, y certificó la victoria con cinco golpes de margen sobre Smith e Im. Sobrado. 

Nadie puede extrañarse del triunfo de Johnson, que sumó su undécima ronda consecutiva bajo par, una racha jamás vista en Augusta, salvo por un detalle. Su maravilloso juego se había encogido hasta ahora en los domingos decisivos. Ganó el US de Oakmont en el 2016, pero también desperdició las cuatro veces en las que había comenzado líder la última ronda de un «grand slam».

Langer sonroja a DeChambeau, Rahm sufre su peor día y Tiger se lía en el Amen Corner

Es difícil que Bryson DeChambeau no vuelva a soltar la lengua con tanta alegría cuando pise de nuevo Augusta. No volverá a decir que para él es un campo de par 67 -en lugar del 72 del resto- por su soberbia pegada, ni volverá a repasar ante los periodistas una a una todas las situaciones que pretendía forzar en el campo a zambombazo limpio. Reforzado por su brillante juego tras el confinamiento, cuando transformó su cuerpo ganando una masa musuclar desproporcionada y encontró el éxito del US Open, el personaje devoró al fenomenal jugador californiano. Después de tres días más que discretos -en los que también dejó salidas asombrosas y golpes de virtuoso-, la cura de humildad definitiva se la brindó Bernhard Langer. A DeChambeau le ganó este domingo un artista de 63 años, que no sabe de qué le hablan si le nombran los aparatejos que su rival del domingo, el científico, utiliza en el campo de prácticas para medir cuantas variables pueda, sino que se deja llevar por el instinto y las sensaciones de la generación que elevó al golf europeo en los maravillosos 80.

En la partida que compartieron, Langer firmó 71 golpes, por los 73 de DeChambeau, y cerró el Masters con -3, con un golpe menos que el científico forzudo.

No fue tampoco el día de Jon Rahm, que partía con una remota posibilidad de inquietar a Johnson si a una vuelta fenomenal propia se le unía un hundimiento del líder. No cumplió la primera premisa el español, que jugó su peor vuelta de la semana, -1, para totalizar -10.

Parecido le pasó a Tiger Woods, en busca de su sexto Masters. Pegó 10 golpes en el 12, el corazón del Amen Corner, pero activó luego el modo maestro para firmar cinco «birdies» en las seis últimas calles para +4 en la cuarta ronda y -1 en total.