Sin uñas desde el pitido inicial

DEPORTES

CESAR QUIAN

El Deportivo, de los nervios, se ha tomado a la tremenda eso de que cada duelo es una final

19 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Gandoy levantó la cabeza. A la primera avistó un burato; a la segunda encontró un gol. En un equipo bien servido de veteranos, al único a quien no traicionaron los nervios del estreno fue al chaval. Quizá sea cierto eso de que la categoría premia especialmente al buen conocedor. La tiene catada Yago desde la mili en el Fabril, y aquellos 25 partidos le dan mayor experiencia que a tantos otros bien curtidos en Primera y Segunda división. Hasta que no apareció el coruñés, al grupo se le atragantó el cuero. Los gajes de comer con prisa, urgidos de una goleada antes de empezar a marcar. Para cuando el árbitro mandó al Deportivo cuarenta años atrás, los elegidos de Vázquez no tenían ya uñas que masticar; nerviosos por necesidad.

El sistema de competición no ayuda a un conjunto que ya se sentía ajeno a la categoría cuando militaba en una superior. A la que está obligado a retornar de inmediato justo en el curso que menos deslices admite. El cartel de favorito pesa en cualquier final, pero llevarlo colgado en 25 consecutivas es una invitación al suicidio, convierte en un drama el mínimo error. Maniata a los organizadores, incluso cuando el adversario facilita la posesión. Parte al grupo entre quienes pretenden iniciar las hostilidades y quienes buscan cerrarlas con gol. Desde Bergantiños, incrustado entre centrales, hasta Borges, interesado en ocupar zona de remate, se abrió todo Riazor. Un campo enorme para el forastero, pero también para el local.

Metros de césped desocupados por los que la pelota debía avanzar sin estorbo, como si no existiese el oponente. Como el Salamanca se resistió a facilitar ese ejercicio más propio de un entrenamiento, el conjunto blanquiazul se desconectó en su sector central. Allí donde en teoría es mayor por nombres a cualquier otro equipo de Segunda B. Sin embargo, es también en esa zona donde más fácil resulta disimular la diferencia de peso por el método de la acumulación. Ocurrirá varias veces esta campaña, convirtiendo el despliegue por los costados en un recurso fundamental.

Lo fue en el estreno, y desde el carril llegó la mejor ocasión. Aquel centro medido de Keko que Beuvue no mandó a guardar. Nadie entre los primeros once entendió mejor que el extremo lo que exigía la ocasión. Abrió el campo e invitó a acompañarle a su lateral. Bóveda le negó el auxilio y eligió guardar con celo el tramo de su orilla más próximo a Carlos Abad. Lo mismo hizo en la opuesta Salva Ruiz. El zurdo apareció apenas dos veces en el frente de ataque. Suficientes para demostrar que debería haber subido más.

Centró fenomenalmente, tanto en el 1-0 como en la oportunidad que más tarde malogró Nacho González. En definitiva, cada ocasión en que aprovechó el espacio que insistió en brindarle Lara con sus infructuosas incursiones hacia la frontal.

A nadie pudieron tanto como al sevillano las ganas de agradar. Excesivamente revolucionado, el Dépor ganó la izquierda cuando la ocupó Galán. Tercer especialista en los flancos; un número demasiado corto para un equipo condenado a exprimir cada campo en amplitud. Porque de no hacerlo, corre el riesgo de meterse de nuevo en el embudo en el que ayer aprendió su primera lección. Por dentro resulta mucho más previsible, mucho más fácil de frenar. Al menos hasta que aprenda a dominar sus nervios y amasar los encuentros con tranquilidad. Hasta que alguien más prenda luces como Gandoy. El único que descifró un duelo de veteranos ofuscados. A los críos solo hay que dejarles jugar