Nadal, a cuatro partidos de alcanzar el imposible de Federer

DEPORTES

CHRISTIAN HARTMANN

02 oct 2020 . Actualizado a las 20:44 h.

La primavera del 2003 se abría paso y Pete Sampras debía sentir la adrenalina del regreso a la pista. Teóricamente, vivía volcado en afinar su tenis, su físico y su salud para pelear en Wimbledon por su octavo título, más de los que nadie había conseguido hasta entonces. Pero algo no iba. La rutina había devorado a la ambición. «No quería entrenar, no quería hacer nada de lo que debía», confesó cinco meses después, el día que anunció su retirada en Flushing Meadows, además de la catedral, el otro gran escenario donde había construido una trayectoria irrepetible. Con su hijo en brazos, podía retirarse con un palmarés que tendía al infinito. Se iba con 14 grand slams, más que nadie en la historia del tenis —aunque los cuatro majors estuvieron vetados durante años a los profesionales y por eso ese baremo para medir una trayectoria sea imperfecto—. Así que, cuando a Sampras le volvieron a preguntar si su récord le convertía en el tenista más brillante de todos los tiempos, restó con rapidez: «No creo que haya un mejor jugador de la historia».

Aquellos 14 de Sampras representaban una cifra descomunal de grand slams. Solo habían superado la decena otros cuatro tenistas: los australianos Roy Emerson y Rod Laver en los años sesenta, el sueco Björn Borg a caballo entre los setenta y los ochenta antes de su atormentada retirada y el estadounidense Bill Tilden en la prehistoria del tenis competitivo, en los felices años 20. Fenómenos como John McEnroe se habían quedado en siete, y otros como Boris Becker y Stefan Edberg, en seis. Entonces llegó un joven Roger Federer y aprovechó una especie de período de entreguerras y, en cuatro temporadas irrepetibles, aceleró su cuenta con 12 majors entre enero del 2004 y septiembre del 2008.

Rafa Nadal tenía ya el antídoto para desactivar a Federer, pero en las grandes finales pasaron años hasta que le amargó en una superficie que no fuera la tierra batida de Roland Garros. El tenis del español, hercúleo y cerebral al mismo tiempo, dueño de unos efectos desconocidos hasta entonces y dotado del autocontrol propio de un desactivador de explosivos, nunca alcanzaría la elegancia del repertorio de virtuoso de Federer, y estaba pensado, por encima de todo, para la tierra batida. Pero se entendía que su propuesta elevaba el espectáculo del tenis hasta una nueva edad dorada, con el duelo perfecto de antagonistas que, por si fuera poco, se trataban con elegancia versallesca.

En esa época de competitividad feroz, con Djokovic empeñado en colarse como un todoterreno en el duelo de opuestos, el joven Federer llegó a alcanzar los 20 grand slams. Un hito que solo unos años antes habría parecido imposible. Nadal, después de un arranque fiable en Roland Garros, ya está a solo cuatro victorias de igualar el descomunal registro de Federer. Los 20 grandes, pese a los guadianas que las lesiones fueron dibujando en su carrera, los puede alcanzar en su casa de París, donde los partidos de trámite iniciales escondían este año una trampa. Juega sin público, sin el calor que en primavera avivaba las bolas y sus efectos imposibles, con unas pelotas menos sensibles a las diabólicas revoluciones que imprime su raqueta. Comienza ahora lo bueno, pero llega a los cuatro encuentros de verdad fino y sin achaques. La Copa de los Mosqueteros espera por su dueño.