Emocionarse un cuarto de hora pensando en que el Lyon podía pelear por levantar la Champions estuvo bien. Un portero algo descoordinado y muy palomitero con planta de central, un delantero con nombre divertido, un desterrado del United convertido en mariscal en Gerland... Pero en el fútbol (también) suelen ganar los ricos. Elegir con qué millonario simpatizamos más es la deprimente decisión que suele quedar a los que sospechan que su equipo jamás probará el sufrimiento de una final.
«El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia». La frase se la rifan en Internet entre Woody Allen y Óscar Wilde. Al París Saint-Germain, un club de una gran ciudad europea, la cita le va al pelo. Justo no es, pero como es lo que hay ya apetece ver a Mbappé y Neymar corriendo balones al espacio, el único aspecto en el que el Bayern —un gran club de una ciudad europea— se muestra medianamente vulnerable. Será menos frustrante contemplar a esos dos enfrentarse a ocasiones claras que a Toko Ekambi.
Del otro lado, el Bayern. Pasaron con el camión de la basura para recoger del contenedor a Coutinho, inversión multimillonaria del Barcelona. Pero eso no les hace el equipo del pueblo, solo demuestra que tienen mejor cabeza que el actual Barça. Tampoco es difícil. Son esquilmadores profesionales en Alemania. Lo saben en Dortmund, en Gelsenkirchen y en Bremen. Lo cual no quita que dé gusto ver a seis tíos intentando recuperar un balón en la frontal del área contraria. Y tienen a Müller.
Nuevos ricos contra vieja aristocracia. Como en 1789.