Chino y Negro

DEPORTES

Oscar Vazquez

24 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

En el equipo de fútbol de mi vida, en el que dando patadas a una pelota tuve claro que mejor me sería ponerme a estudiar para evitar morir de hambre, había un Chino y un Negro y ni el primero era chino, ni el segundo negro. También había un lateral tosco que exhibía su capacidad para hacer volar a rivales con patadas asesinas en los 10 o 15 minutos de caridad que le solía conceder el entrenador. El míster le llamaba Cubata, una mezcla de sus supuestos orígenes caribeños y sus precoces pasiones nocturnas. La combinación de su fútbol y nuestro veterano entrenador gritando: «¡Cubata!», desesperado en la banda cuando se autoexpulsaba necesitado de proteger su único patrimonio futbolístico, el de defensa carnicero, hacía las delicias de todos. Menos de Cubata, que para empezar, era colombiano y no de Cuba.

Nuestro entrenador apodó a Cubata, pero en aquel once, casi todo el mundo tenía un apelativo. Cabezón, Zorra, Verderolo, Tarumbas, Chewbacca, Pelopo. No importaba tanto perder un partido como no cometer un fallo garrafal que te condenase a ganarte otro doloroso alias de vestuario.

Ahora, en las pandillas de chavales, los Chinos y los Negros son realmente chinos y negros. Antes no, y los cuatro defensas temblábamos cuando muy de cuando en cuando aparecía un delantero africano en la alineación titular de rival. Que nos iba a ganar todas las carreras porque era negro, estaba claro. Íbamos preparados para ser humillados por el nuevo Samuel Eto’o. Luego era malísimo y descubríamos el poder de un prejuicio.

Probablemente lo fuese, pero éramos niños, y por ende crueles, y nadie se paraba a pensar si llamar Chino o Negro a dos caucásicos de manual era o no racista de alguna manera.

Éramos niños, pero aún con 12 años, ni se nos ocurría imitar a un mono para humillar a un negro. Un sector de la grada del Espanyol lo ha hecho dos veces en menos de un mes. En Portugal más de lo mismo. Cada semana una historia parecida. Ocultos entre la turba. Crecidos y cobardes. Solos ante Adama Traoré o Marega, temblarían como nosotros en aquellas defensas imberbes. Solo que ellos ya no son niños. Fuera del fútbol ya.