Ya advertimos de la moda entre los dirigentes deportivos, no solo en el balonmano, de organizar estos macroeventos con el objetivo finalista de maximizar las ganancias, con una fórmula muy básica y efectista como es dividir los gastos organizativos y utilizar criterios de proximidad geográfica para incrementar tanto las taquillas televisivas (la televisión noruega decidió en última instancia el orden de las semifinales) como las de carne y hueso intentando batir el récord de participación, llevando los partidos finales del Europeo a un estadio de fútbol para llegar a los 22.000 espectadores.
Yo, que soy de aldea y mal pensado, lo primero que me vendría a la cabeza es qué pasaría si aquellos países que mueven más espectadores o los países anfitriones no llegasen a este final de fiesta (final weekend dicen ellos). Pues que el negocio y la gran imagen buscada de forma faraónica se va ir por el agujero del fregadero. ¡Y en eso estamos!
Pero como ni ustedes ni yo vamos a pagar el pato nos vamos a centrar en lo que realmente importa. En lo deportivo, es una chapuza descomunal. El fair play más elemental es que los contendientes se sometan a la igualdad de oportunidades y trato para poder valorar estrictamente lo deportivo. El formato de competición ha provocado que los eslovenos, que jugaban en la propia Suecia, hayan tenido un paseo comparado con los casi 2.000 kilómetros de traslado desde Austria.
A esto le tenemos que sumar que los eslovenos, clasificados de antemano, dieron descanso a sus mejores jugadores frente a Noruega. Sin una jornada de descanso, ponerse a hablar de tácticas, estrategias y demás milongas balonmanísticas no tiene mucho sentido, cuando lo que se está haciendo es jugar con la salud de los jugadores.
Sobre el papel somos superiores, estamos invictos en condiciones normales, pero tendremos que sobreponernos a los hándicaps, regular nuestras fuerzas y esperar que puedan acercarse a su mejor versión como equipo.
Juan J. Fernández es profesor de la Facultade de Ciencias do Deporte (UDC).