El Var de las narices

DEPORTES

HENRY ROMERO | REUTERS

09 dic 2019 . Actualizado a las 09:20 h.

No vendría mal revisar los debates que dejaban los partidos de fútbol previos a la existencia del VAR. Algunos actúan como si antes de este sistema los encuentros se deslizaran en el calendario como si flotaran sobre una balsa de aceite. Como si eso fuera el fútbol sin pecado original, sin la serpiente de la tecnología. El pecado reside en las decisiones que se toman a partir de la revisión de una jugada, no en la revisión en sí misma. Claro que se han tomado decisiones extrañas después de la repetición. Falta afinar criterios por ahora. Pero también está ese pequeño detalle de que la objetividad no existe. Por más que se repita una mano dudosa, nunca habrá unanimidad sobre la intención, ni siquiera se logrará siempre unanimidad sobre la delimitación de la frontera entre el tronco y las extremidades de un futoblista.

Lo curioso es que el VAR reciba críticas también por su exactitud, por convertirse en un instrumento implacable en según qué casos. Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA, que llegó tarde a la aplicación de la tecnología, cree que en los fuera de juego la cosa va tan milimetrada que hay delanteros que pueden ver anulados sus goles simplemente por la longitud de su nariz. Y pide un margen de 10 o 20 centímetros de relax.

Nunca viene mal replantearse límites y normas. Pero tiene su gracia recurrir al apéndice nasal de los puntas, esa especie protegida del negocio y de los grandes. El drama no es por una cabeza, que diría el tango, es por una nariz. Bien sabía Quevedo de la tragedia que podía suponer su desproporción. Habría que decir ahora: érase un delantero a una nariz pegada, a un fuera de juego encadenado... Pobre Ibrahimovic.

Aunque, a no ser que se cambie el reglamento para todo el mundo, esa tregua especial de Ceferin sería justo concedérsela solo a alguien que supiera hacer milagros en el área con esos centímetros de regalo, que les diera un buen uso para jugar y marcar, que no desperdiciara la oferta. Vamos, que habría que concederle esa moratoria a alguien que se acercara a la sombra del Romario, que solo necesitaba un azulejo para alicatar la portería contraria.