El regreso de Luis Enrique a su trabajo de entrenador, después de haber sido golpeado de la forma más cruel por la vida, enterrando a una hija de apenas 9 años, representa una de las más felices noticias del deporte español de los últimos meses. Cuesta pensar cómo se puede estropear más una cuestión tan emotiva con una gestión tan disparatada. Luis Rubiales lo ha vuelto a conseguir con la manera caudillista como preside la Real Federación Española de Fútbol. Ha generado otro incendio cuando tenía todo a favor para organizar un relevo armónico en el banquillo de la selección, con una gestión de las decisiones de frente y ordenada, una puesta en escena fraternal con el entrenador saliente y el entrante y, en definitiva, evitando una nueva crisis en una presidencia marcada por la confrontación permanente.
Durante meses,
Robert Moreno dejó clara su deuda de gratitud con Luis Enrique. Agarró con fuerza un brazalete negro en recuerdo de su hija fallecida durante el partido de septiembre contra Rumanía, dedicó a su padrino la clasificación para la Eurocopa en Noruega en octubre y explicó cuantas veces se lo pidieron que se echaría a un lado en caso de que su antiguo jefe en el Celta y el Roma decidiese recuperar el mando.
Por eso, porque el sustituto había cumplido su papel con profesionalidad y gestos de complicidad hacia su mentor, no era necesario que la Federación Española dejase ante los leones al seleccionador en unos lastimosos últimos tres días. El sábado tuvo que escuchar como Rubiales dejaba en el aire su continuidad dejando la decisión de una forma cínica en José Francisco Molina, su director deportivo; el domingo protagonizó un papelón en la rueda de prensa previa al que iba a ser su último partido, reivindicándose como legítimo seleccionador de cara a la Eurocopa cuando a su alrededor ya se intuía que su final podía estar cerca; y el lunes trabajó como si tal cosa hasta que, según varias versiones, le comunicaron su destitución en el vestuario mientras los futbolistas se duchaban después de otra goleada. Así que rompió en lágrimas y se canceló la rueda de prensa que debía cerrar un ciclo impecable al frente de la selección.
La selección no debe ser la casa de Gran Hermano, un lugar de intrigas, llantos y salidas a la carrera. Rubiales no puede generar un conflicto cada día, en la gestión interna en Las Rozas, en decisiones caudillistas y reparto de favores, en su guerra con Tebas, en su boicoteo de todo lo que no le gusta, en su utilización de las nobles reivindicaciones del fútbol femenino como otra arma para chantajear a sus enemigos, en su apropiación de todos los resortes del fútbol español, en el bloqueo de un partido de Liga en Miami y la venta de la Supercopa en la tenebrosa Arabia Saudí. Basta de caudillismos.