ADN español para plantarse en su segunda final mundial

Alberto Blanco

DEPORTES

Juan Carlos Hidalgo | EFE

Sin ser una de las cuatro mejores selecciones del torneo, España ha ido de menos a más para hacer historia

14 sep 2019 . Actualizado a las 19:56 h.

Rozando el medio siglo de vida, ver dos veces a España en la final de un Mundial de baloncesto, no sirve más que para refrendar, lo bien que elegí mi deporte de niño. Me gusta el fútbol. Pero amo el basket. Y, desde ayer, lo amo con mayor profundidad. Un equipo llega a una final mundial, sin ser, ni mucho menos, el mejor. Ni tan siquiera, uno de los cuatro mejores. Pero juega mañana la cita por el oro. Y se reta con otro grupazo, Argentina.

Tuvo España que recurrir a eso llamado raza. La Furia. Eso oía en las retransmisiones. Pero no. No esa nada de eso. Tiene que ver con algo incrustado en las células. Un virus enfermizo que propaga el ánimo de competir hasta el límite de lo insospechado. Un ADN marcado a fuego. Porque debemos reconocer que España ha eliminado a los dos grandes favoritos del Mundial de China. Primero Serbia (los mandamos al purgatorio de Argentina) y en una batalla de 50 minutos, a Australia.

Tiene el equipo de Oceanía un señor grupo. Un jugador supremo, Mills y una armada de gladiadores y jugadores NBA y de alto standing europeo, digno de los mejores roster de España y USA por mucho tiempo. Y juega muy bien al baloncesto.

Rápido, agresivo, sin miedo a atacar el aro. Con solidaridad defensiva, con pelea por cada balón (lease, rebote ofensivo, un martirio ayer para los nuestros...). Estaban invictos. Y eso parecía inevitable llegado el ecuador del tercer período (39-50). Pintaba muy negro. Malísimo. Diríamos en otros tiempos. Pero no. Erráticos en el triple, hasta 1/8 en el segundo cuarto, cuando peor se ponían las cosas apareció la clásica mandarina de Llull y espoleó a sus compañeros. Marc Gasol, oscurecido hasta ese momento, dio 10 pasos adelante. Su récord de anotación con la camiseta nacional, pasará a la historia.

Pequeñas trampas de Scariolo

Igual que todas las pequeñas trampas que Scariolo fue poniendo a los australianos. Primero una zonita para cortar la primera hemorragia. Luego una caja y hombre para subsanar el boquete central de la defensa hispana. Y, por último, saber dotar de paciencia al equipo, donde antes todo era precipitación.

Hoy hablaríamos de la canasta del siglo si Ricky hubiera acertado ese tiro de medio campo antes de la primera prórroga. Diríamos que le dio miedo ganar, si Mills hubiera sido español y falla ese tiro libre que nos llevó a la prórroga. Los críticos dirán: que suerte tuvo España.

Pero no. El baloncesto es un juego. Y es un arte. Y como todos los cuadros, la inspiración y la genialidad tienen parte crucial en el resultado final. Y el error, también. Dio la sensación de que llegada la segunda prórroga a los australianos le vino el miedo y el recuerdo de la derrota en la medalla de bronce hace 3 años en Brasil. Porque se quedaron petrificados en ese extra suplementario.

Trece años después

Así que vamos a la final. Trece años después. En China. Tras Japón 2006. Sin Pau otra vez. Como aquel día frente a Grecia. Ahora viene un escuadrón similar al nuestro. Generación de oro finiquitada (solo les queda Scola, pero cómo está Scola...) y basada en dos jugadores del Real Madrid, Facundo Campazzo y Nicolás Laprovitola. Y un recuerdo, la semifinal con aquel lazo que pusimos entre todos al aro de España en el tiro abierto desde la esquina de Nocioni que dio paso al éxito más grande del baloncesto español. Y por dar más realce, la pista donde jugamos ayer, era la misma donde en el 2008, tal vez, España jugó el mejor partido de toda su historia. La final de los Juegos Olímpicos de China frente a un real dream team. No me lo puedo perder.