Rafa Nadal derrota a lo imposible y gana su duodécimo Roland Garros

DEPORTES

El español derrota a Thiem en una final espectacular y parece impensable que en el futuro un tenista supere su hito de París con un tenis personalísimo

24 dic 2019 . Actualizado a las 10:19 h.

Un deporte que ha dejado su huella en tres siglos diferentes, el tenis; ha regalado una variedad de figuras y estilos a lo largo de su historia. Solo en los últimos 50 años, marcaron una forma el juego de saque y red de Pete Sampras, la elegancia y la plasticidad de Roger Federer, la frialdad de Bjorn Borg, el carisma y el carácter volcánico de John McEnroe, la voracidad competitiva de Jimmy Connors, la fiabilidad y profesionalidad de Ivan Lendl, la potencia y el carácter atormentado de Andre Agassi... Y las siguientes décadas seguirán alimentando fenómenos. Pero muy probablemente no habrá otro como Rafa Nadal. Un jugador pletórico a sus 33 años, que roza lo inverosímil en varias de sus principales cualidades: por su fortaleza mental, por su análisis táctico, por su resistencia en la pista, por su potencia en los golpes, por su creación de efectos desconocidos hasta que llegó, por su superación ante las lesiones... Un compendio de sus virtudes le condujo este domingo, en una final maravillosa, a ganar su duodécimo Roland Garros.

Un hito que, sin caer en la hipérbole, es fácil asegurar que quedará como el más grande récord del tenis de todos los tiempos. Desde que ganó su primera Copa de los Mosqueteros en el 2005, van pasando rivales y jugadores, y todos terminan rendidos ante su propuesta personalísima. Para dar lustre a su enésima hazaña sobre la tierra de París, el escenario donde más brillan sus cualidades superlativas, esta vez se enfrentó a un jugador que se declara heredero de sus enseñanzas, un especialista sobre arcilla, un tenista muy distinto (empezando por el revés a una mano), pero que está llamado a protagonizar grandes tardes en la pista Philippe Chatrier... cuando el mallorquín se retire. El austríaco Dominic Thiem, en su plenitud a sus 25 años, ofreció una resistencia encomiable, y su espectacular propuesta elevó todavía más el valor del triunfo de Nadal, su decimoctavo grande, su título número 82, su penúltimo prodigio hacia lo imposible. Ganó por 6-3, 5-7, 6-1 y 6-1.

El partido arrancó como si fuera el desenlace de un thriller. La final no ofrecía un convencional inicio de tanteo, sino un espectáculo de tenis desbocado entre dos maestros del juego de tierra, pero con tantos matices en su tenis que a los tensos peloteos de fondo fueron añadiendo golpes ganadores, dejadas, ángulos imposibles, subidas a la red, golpes de recuperación desafiando a la física... Y en ese trajín, Nadal siempre termina ofreciendo algo más que el rival.

El espectáculo de los siete primeros juegos ya queda para las videotecas como uno de los mejores arranques de la historia de un torneo que cumple este año 33 años, como una excelsa trama, envuelta en roturas de servicio y giros inesperados, que conllevó a un primer desenlace favorable a Nadal por 6-3.

El subidón dio paso a un juego de algo más de control, pero igual de intenso y espectacular. No hubo una sola bola de break hasta que el tenista austríaco cerró el segundo set, a la primera oportunidad, por 7-5, para empatar el partido.

El esfuerzo dejó exhausto al aspirante. Como si el segundo set fuese una especie de paréntesis o, incluso, una estrategia más de desgaste. Nadal ya se podía cobrar una pieza madura. Elevó de nuevo el nivel, encontró espacios por todos los rincones de la pista, apenas cometió dos errores no forzados y esprintó por el 6-1, en un parcial que estiró hasta bien entrado el cuarto set, cuando se situó con 3-0 a su favor. A esas alturas de la final, ya solo parecían faltar por escribir detalles para las estadísticas.

Aunque Thiem no se rendía, el desenlace estaba escrito. Nadal sucede a Nadal. La historia interminable de Roland Garros.