Las sufridoras madres del fútbol

DEPORTES

Senén Rouco

Las progenitoras de Iago Aspas, Zulema González, Richard Barral y Luisito hablan de sus hijos

05 may 2019 . Actualizado a las 17:21 h.

María tiene 63 años y es mariscadora. Lleva más de cuarenta bajando cada día al arenal de Moaña para llenar la cesta de moluscos. Rosa tiene 55 años y es funcionaria en la Subdelegación del Gobierno en Ourense. Chicha suma 80 cumpleaños a sus espaldas y está jubilada en A Coruña. A pocos kilómetros, en Teo, reside Matilde, que con 90 primaveras ha cuidado a diez hijos y ahora se vale de un andador para poder caminar víctima de una lesión de columna.

Son cuatro mujeres gallegas. Aparentemente, con poco en común. Nacidas en cuatro puntos diferentes. De profesiones distintas. Pero unidas por el sufrimiento. Ese padecimiento que las invade cada fin de semana cuando el balón empieza a rodar. Porque este póker de galaicas comparte la pasión de sus hijos: el fútbol. Son las madres que parieron a un futbolista de élite como Iago Aspas, a una árbitra internacional como Zulema González, a un experimentado entrenador como Luisito y a un director de fútbol profesional como Richard Barral.

Mañana, en su día, una vez más tendrán que compartir a sus hijos con el esférico. Los nervios volverán a apoderarse de ellas. Pero el orgullo ganará una batalla más al sufrimiento.

«A min o fútbol dame igual. Pero cando xoga o equipo del si que o sigo. Póñome moi nerviosa. Encendo a tele, miro un rato, cabréome, logo levanto, vou dar unha volta co andador e aos poucos metros, volvo para atrás porque quero ver se pasou algo», explica Matilde Iglesias, madre de Luisito, veterano entrenador del fútbol gallego, ahora máximo responsable del Fabril.

XOAN A. SOLER

Largas charlas con la tele

La radio, la tele y las conversaciones con la pantalla plana. Ahí coinciden todas estas madres coraje del fútbol. Cuántas conversaciones con este aparato mientras Iago recibe una entrada brutal, los jugadores de Luisito no dejan de fallar claras ocasiones, un jugador protesta enconadamente una decisión de Zulema o alguien critica la planificación deportiva de Richard Barral.

«Cuando me enfado hablo sola con la tele. Durante los partidos, que no soy capaz de verlos enteros. Y cuando lo critican... Si pudiera cogía una piedra y se la tiraba. El presidente ese que... Es que las madres somos así», se ríe la progenitora del exdirector deportivo del Dépor, mientras este le explica: «Mamá, los que estamos en el fútbol sabemos cómo es esto... No hay que tomarlo así».

Matilde asiente ante el concello de Teo: «Falo máis eu que a televisión. Pero meteredes, cabróns do demonio, que non podedes tirar unha pelota ben tirada».

Los números de los cuartelillos

Sufren con sus hijos ahora, cuando todos son reconocidos en su profesión, y lo hacían antes de que se labraran un nombre. Rosa, por ejemplo, se ha recorrido media Galicia acompañando a su hija. Y lo que ha oído y visto por esos campos: «Tengo en el móvil el número de todos los puestos de la Guardia Civil de cerca de los campos. Porque cuando viajaba con ella siempre llevaba un libro para antes del partido y el móvil preparado por si la cosa se ponía fea».

Senén Rouco

María lo tuvo siempre más fácil con Iago Aspas, adorado en Balaídos. Su problema llegó cuando el niño se le marchó a Liverpool: «No es fácil para una madre separarse así de un hijo. Y eso que yo ya lo había vivido con el mayor [Jonathan]. Pero cuando se fue para allá, me presenté un día con todo lo necesario para hacer un buen cocido. Lacón y todo. Lástima de verdura, que no pude llevar», se ríe.

Buscando a su hijo en Google

De niños los vieron ilusionarse con la pelota. De adolescentes, aparcar en algún caso los estudios por el balón. Y, ahora, de mayores, son víctimas de cómo el esférico los aparta un poco de sus vidas. «Es tan reservado que nunca sé casi ni dónde está ni lo que le pasa. Así que cojo y me voy al ordenador, abro Google y tecleo su nombre para saber cosas de él. Es la única manera de estar enterada», asume Chicha con resignación.

Los tienen lejos y, en muchas ocasiones, deben aguantar críticas y malos ratos. Es el caso de Zulema, que incluso fue acosada: «La llamaban por teléfono y le decían que la iban a esperar para partirle las piernas, reventarla y violarla», explica Rosa. «No fue solo por un partido -aclara la árbitra-, sino por una serie de circunstancias que se dieron en Vigo: partidos, elecciones...».

Las lesiones son el otro sinsabor del fútbol que más daño hace a una madre. Aunque no en primera persona, lo sabe bien Chicha, íntima amiga de Marisa, la madre de David Fernández Miramontes. El ahora jefe de scouting de categorías inferiores en Europa del Manchester City fue un destacado futbolista profesional, al que las lesiones truncaron una prometedora carrera.

«Lo que esa mujer sufrió... Me contaba un día que el hijo casi pierde la movilidad. Yo no pasé por eso, pero ella sí y no hay cosa peor que ver a un hijo en una situación así», relata con sentimiento sobre una lesión de David.

Son madres de hijos, como otros cualquiera, con sus alegrías y sus decepciones. Con sus problemas. Con sus éxitos. Pero a todo ello, añaden el sufrimiento que cada siete días marca el rodar del esférico. «Se deixaras o fútbol máis a nación que fixo o fútbol», sentencia Matilde mirando hacia Luisito. El rudo entrenador sonríe cómplice: «Así es mamá».